Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | George Floyd | Estados Unidos | Racismo
​Sin policía a lo bruto, el régimen capitalista tendría los días contados

​Brutalidad policial

|

Derek Chauvin es un policía USA blanco del montón. Y mató sin consideración empática alguna a George Floyd, un joven negro de tantos de los suburbios de la gran ciudad. El presunto delito, intentar colar un billete falso de 20 míseros y miserables dólares. Es una historia racista recurrente en el panorama estadounidense.

En este caso, Chauvin y los colegas que le acompañaban en el momento del homicidio, según las tipificaciones preliminares judiciales, han sido despedidos y están en prisión preventiva. Asuntos de tal naturaleza causan un revuelo enorme que el sistema no tiene más remedio que atajar para que la ira no suba a esferas de mayor responsabilidad. Los policías son intercambiables: salen a porrillo de las academias. Mejor sacrificar un peón que señalar a un alfil, caballo, torre, reina o rey o cuestionarse la sociedad en la cual vivimos y que permite estos prejuicios racistas con resultado de odio y muerte.

Si pensamo detenidamente, Derek Chauvin es un policía modélico: ha sido capaz de matar por el régimen que le otorga estatus y le da sustento. En este sentido, todo lo que ha aprendido en su años de formación ha surtido el efecto deseado: si ha de matar, mata. Lo que Chauvin desconoce es que en su cabeza hay una ideología que le ha programado para ser un individuo alienado, un hombre dispuesto a asesinar por salvar el orden capitalista y los privilegios de la elite por un sueldo más o menos de mierda. La ley y el orden que alientan Hollywood y las series de televisión de yanquilandia entran en vena de modo subliminal y maniqueísta: los ricos y con glamour, la gente guapa y los policías son buenos (y vigilados por asuntos internos) y los delincuentes son malos, feos, sucios, de colores oscuros o negros y con acentos sospechosos.

Y cuando no es el racismo, es el clasismo, el fundamentalismo religioso, el machismo, el nacionalismo, el fascismo o cualquier otro ismo similar que segregue a las personas por cualquier diferencia elevada a prejuicio cultural por las clases poseedoras y la neuropolítica de la actualidad global.

Ese policía prototipo que puede llegar a matar por el sistema vive en cada policía de carne y hueso: las excepciones confirman la regla. Se trata de un meme que comparten en gran medida los cuerpos policiales y los militares profesionales. Vean la historia, plagada de huelgas, algaradas sociales y reivindicaciones callejeras contra el poder establecido. Cuando se sobrepasa un límite de seguridad que pudiera afectar negativamente a las elites, la policía es su último reducto al que acudir: golpes preventivos y si el común sigue empujando, disparos a discreción. Caiga quien caiga. El meme asesino se activa de súbito y desinhibe la pulsión de matar: el otro/la víctima es el mal absoluto.

Eso ha sucedido y sucede en todo el mundo: países de la periferia y democracias que se dicen avanzadas. Por ello hay que mimar con sueldos al alza y palabras edulcoradas a las fuerzas policiales; por eso las derechas extremas y las extremas derechas coinciden en sus loas a las banderas patriotas, la policía y los ejércitos.

En puridad, solo las elites necesitan de las armas para defender sus bastiones edificados a base de robos ilegales, plusvalías legales y juegos financieros de dudosa moral. Y para contar con el concurso incondicional de los policías hay que pagarlos tanto en dinero como en autoestima, al tiempo que se adaptan sus cerebros y pensamientos automáticos a la ideología de la clase dominante.

No hay derecha en el mundo que no precise en alguna ocasión de crisis aguda del perfil de un policía torturador y potencialmente asesino que sirva de dique de contención ante las masas con conciencia de clase. De ahí que España haya mantenido a torturadores franquistas con medallas hasta hace nada, que la Guardia Civil elabore informes a lo Mortadelo y Filemón contra las izquierdas y que siga bajo secreto de sumario una policía política al servicio de las principales empresas y el PP. El ejemplo español no es único: cada país tiene sus héroes torturadores y policías malotes de baja literatura negra; ambos personajes son sabuesos imprescindibles para el Gran Poder en la Sombra.

Cuando los antidisturbios de cualquier país salen a la palestra es porque el sistema detecta un peligro suficiente para que los guantazos y las balas tomen la calle e impacten en los cuerpos de los manifestantes. Lo normal es que los policías sean meros números sin rostro, para así diluir la responsabilidad personal y salir indemnes de los presuntos delitos cometidos por órdenes superiores. A veces, la rutina también mata, como en EEUU.

Muy en el fondo, Derek ha sido un completo estúpido, un chivo expiatorio del régimen capitalista de Trump. Y no es más que un mero e irrisorio peón cuyo fanatismo habrá mamado en los libros de texto colegiales, en el racismo ambiental de su ciudad y en las consignas más o menos veladas recibidas como lecciones magistrales en la academia policial. No solo Derek debiera sentarse en el banquillo de los acusados: el capitalismo es el auténtico autor colectivo del asesinato de George Floyd.

La brutalidad policial tiene sentido en el mundo desigual e injusto que habitamos. Se trata de un arma poderosa que sabiamente utilizada por las elites de la globalidad en cada país permite afianzar el sistema y mantener a raya a la plebe respondona o críticamente activa. Donde la seducción de la propaganda y la publicidad no alcanza, un golpe seco de una porra uniformada o un balazo salido del anonimato de una fuerza policial impersonalizada puede hacer entrar en razón a rebeldes demasiado inquietos o reivindicativos.

Sin policía a lo bruto, el régimen capitalista tendría los días contados.

​Brutalidad policial

​Sin policía a lo bruto, el régimen capitalista tendría los días contados
Armando B. Ginés
lunes, 8 de junio de 2020, 11:37 h (CET)

Derek Chauvin es un policía USA blanco del montón. Y mató sin consideración empática alguna a George Floyd, un joven negro de tantos de los suburbios de la gran ciudad. El presunto delito, intentar colar un billete falso de 20 míseros y miserables dólares. Es una historia racista recurrente en el panorama estadounidense.

En este caso, Chauvin y los colegas que le acompañaban en el momento del homicidio, según las tipificaciones preliminares judiciales, han sido despedidos y están en prisión preventiva. Asuntos de tal naturaleza causan un revuelo enorme que el sistema no tiene más remedio que atajar para que la ira no suba a esferas de mayor responsabilidad. Los policías son intercambiables: salen a porrillo de las academias. Mejor sacrificar un peón que señalar a un alfil, caballo, torre, reina o rey o cuestionarse la sociedad en la cual vivimos y que permite estos prejuicios racistas con resultado de odio y muerte.

Si pensamo detenidamente, Derek Chauvin es un policía modélico: ha sido capaz de matar por el régimen que le otorga estatus y le da sustento. En este sentido, todo lo que ha aprendido en su años de formación ha surtido el efecto deseado: si ha de matar, mata. Lo que Chauvin desconoce es que en su cabeza hay una ideología que le ha programado para ser un individuo alienado, un hombre dispuesto a asesinar por salvar el orden capitalista y los privilegios de la elite por un sueldo más o menos de mierda. La ley y el orden que alientan Hollywood y las series de televisión de yanquilandia entran en vena de modo subliminal y maniqueísta: los ricos y con glamour, la gente guapa y los policías son buenos (y vigilados por asuntos internos) y los delincuentes son malos, feos, sucios, de colores oscuros o negros y con acentos sospechosos.

Y cuando no es el racismo, es el clasismo, el fundamentalismo religioso, el machismo, el nacionalismo, el fascismo o cualquier otro ismo similar que segregue a las personas por cualquier diferencia elevada a prejuicio cultural por las clases poseedoras y la neuropolítica de la actualidad global.

Ese policía prototipo que puede llegar a matar por el sistema vive en cada policía de carne y hueso: las excepciones confirman la regla. Se trata de un meme que comparten en gran medida los cuerpos policiales y los militares profesionales. Vean la historia, plagada de huelgas, algaradas sociales y reivindicaciones callejeras contra el poder establecido. Cuando se sobrepasa un límite de seguridad que pudiera afectar negativamente a las elites, la policía es su último reducto al que acudir: golpes preventivos y si el común sigue empujando, disparos a discreción. Caiga quien caiga. El meme asesino se activa de súbito y desinhibe la pulsión de matar: el otro/la víctima es el mal absoluto.

Eso ha sucedido y sucede en todo el mundo: países de la periferia y democracias que se dicen avanzadas. Por ello hay que mimar con sueldos al alza y palabras edulcoradas a las fuerzas policiales; por eso las derechas extremas y las extremas derechas coinciden en sus loas a las banderas patriotas, la policía y los ejércitos.

En puridad, solo las elites necesitan de las armas para defender sus bastiones edificados a base de robos ilegales, plusvalías legales y juegos financieros de dudosa moral. Y para contar con el concurso incondicional de los policías hay que pagarlos tanto en dinero como en autoestima, al tiempo que se adaptan sus cerebros y pensamientos automáticos a la ideología de la clase dominante.

No hay derecha en el mundo que no precise en alguna ocasión de crisis aguda del perfil de un policía torturador y potencialmente asesino que sirva de dique de contención ante las masas con conciencia de clase. De ahí que España haya mantenido a torturadores franquistas con medallas hasta hace nada, que la Guardia Civil elabore informes a lo Mortadelo y Filemón contra las izquierdas y que siga bajo secreto de sumario una policía política al servicio de las principales empresas y el PP. El ejemplo español no es único: cada país tiene sus héroes torturadores y policías malotes de baja literatura negra; ambos personajes son sabuesos imprescindibles para el Gran Poder en la Sombra.

Cuando los antidisturbios de cualquier país salen a la palestra es porque el sistema detecta un peligro suficiente para que los guantazos y las balas tomen la calle e impacten en los cuerpos de los manifestantes. Lo normal es que los policías sean meros números sin rostro, para así diluir la responsabilidad personal y salir indemnes de los presuntos delitos cometidos por órdenes superiores. A veces, la rutina también mata, como en EEUU.

Muy en el fondo, Derek ha sido un completo estúpido, un chivo expiatorio del régimen capitalista de Trump. Y no es más que un mero e irrisorio peón cuyo fanatismo habrá mamado en los libros de texto colegiales, en el racismo ambiental de su ciudad y en las consignas más o menos veladas recibidas como lecciones magistrales en la academia policial. No solo Derek debiera sentarse en el banquillo de los acusados: el capitalismo es el auténtico autor colectivo del asesinato de George Floyd.

La brutalidad policial tiene sentido en el mundo desigual e injusto que habitamos. Se trata de un arma poderosa que sabiamente utilizada por las elites de la globalidad en cada país permite afianzar el sistema y mantener a raya a la plebe respondona o críticamente activa. Donde la seducción de la propaganda y la publicidad no alcanza, un golpe seco de una porra uniformada o un balazo salido del anonimato de una fuerza policial impersonalizada puede hacer entrar en razón a rebeldes demasiado inquietos o reivindicativos.

Sin policía a lo bruto, el régimen capitalista tendría los días contados.

Noticias relacionadas

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto