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Éxitos de Rusia: desde el G8 hasta la OMC

Dmitri Kosyrev
Redacción
domingo, 7 de enero de 2007, 22:24 h (CET)
A comienzos de verano pasado Rusia concluyó con éxito en la cumbre de San Petersburgo su presidencia del G8.

A fines de otoño, se firmó en Hanoi el convenio comercial entre Rusia y EE.UU. que levantaba la última barrera seria que impedía el acceso de Moscú a la Organización Mundial del Comercio. Estos dos acontecimientos lo consideran muchos, primero, como principal éxito que en 2006 Rusia ha logrado en materia de política exterior y, segundo, se conciben como vinculados entre sí.

¿Por qué? De hablar en un lenguaje llano, todo se puede reducir a la frase “nos dejaron en paz” o “capitularon” o “llegaron a reconocer nuestra fuerza”. Es decir, el cuadro general de la opinión pública en el país está claro: primero, intentaron meterle miedo a Rusia, amenazando con frustrar la cumbre del G8 y no dejarla ingresar en la OMC pero en el último instante recularon, como si estuvieran diciendo: “era una broma”.

Pero en realidad, como suele suceder con la aprehensión de lo que pasa en materia de la política exterior en cualquier país, todo parece ser así pero es algo distinto.
Comencemos por la clamorosa campaña lanzada por los medios de comunicación de Europa, EE.UU. y las ediciones de la oposición en la propia Rusia contra la celebración de la cumbre de San Petersburgo y contra Rusia como miembro del G8. El caso es que las especulaciones de los analistas acerca de que si la Rusia de Putin que no responde a las normas europeas merece o no ser miembro del G8, en modo alguno se reflejaron en los preparativos reales de la cumbre. Es decir, Moscú sabía perfectamente que sus socios en el G8 ya habían adoptado todas las decisiones principales en lo concerniente a Rusia.
Segundo, la cumbre del G8 casi coincidió cronológicamente con otro acontecimiento notable pero inadvertido por el público: Rusia pagó sus deudas con el Club de París. Hace un año reembolsó su deuda con el FMI. Rusia ya no debe nada a nadie y ha comenzado a dar dinero a los países en vías de desarrollo. Este suceso importante ha resultado muy oportuno y a pedir de boca.
Tercero, los principales logros que la política exterior de Rusia ha alcanzado, igual que el año anterior, se refieren a la dirección Este. Son difíciles de enumerar todos por ser demasiado larga su lista, y más aun si mencionamos sólo eventos más notables como celebración de cumbres o adopción de declaraciones. Las posiciones de Rusia en el Este durante el año 2006 se han fortalecido, lo cual no pasa desapercibido en Occidente. Pero todo eso son pormenores. Lo que cuenta es el acontecimiento clave de 2006: G8 más OMC, acontecimiento que realmente ejercerá una influencia enorme sobre la vida de cada ciudadano de Rusia. Pero este acontecimiento no se debe tato a nuestros esfuerzos en política exterior (“lo hemos logrado y “lo merecemos”) como a que Occidente ha tomado conciencia de los cambios operados en su posición en el mundo, cambios en que resulta irracional aislar a Rusia y menos aun hacerla enfadar por cualquier tontería.
Occidente en general (léase la mayor parte de Europa, EE.UU. y algunos otros Estados asociados no sólo oficialmente mediante uniones y alianzas sino en un plano civilizacional e ideológico) quizás aún no se dé cuenta de que el mundo va cambiando y no a su favor. Pero la élite política de Occidente ya ve muy bien que el mundo va cambiando y lo está haciendo más rápido de lo que podría esperarse.
La transformación de China y la India en economías más importantes del mundo no se espera ya en 2050 sino más bien en 2020. La influencia política de Occidente en el mundo ha disminuido por causa de las derrotas que ha sufrido Oriente Próximo, y según dicen expertos, éste último va a dar aun muchas sorpresas desagradables. Los retos que le lanza a Occidente América Latina también son parte del panorama global. Las amenazas internas que Europa es incapaz de vencer (Kosovo, el hirviente descontento de la populación musulmana, y de los naturales también) agrava aun más el sentimiento de inseguridad.
Teniendo lo anterior por fondo, las ilusiones perdidas a propósito de Rusia es una futesa. Es cierto que en los años 90 se consideraba axiomático que el mayor pedazo del imperio soviético no tenía otra salida, excepto la de ser parte de Occidente, adaptándose a éste último en todos los sentidos y tomando sus normas políticas, morales y otras. Todo esto se insertaba en el ilusorio cuadro del nuevo siglo “americano” (euro-americano).
Pero todo ha resultado de una manera distinta. La población de Rusia, y luego su élite política, han comenzado a manifestar su inclinación natural por principios y normas absolutamente distintas – los que son más bien típicos de los chinos o los kazajos, pero en general, sus propias normas. Además, gracias al aumento de los precios de los hidrocarburos, durante varios años Rusia se ha desarrollado a ritmos que superan el 6% anual, pagado todas sus deudas y comenzado a desempeñar el papel de imán económico para muchos países vecinos. De modo que se puede vivir sin Rusia pero con ella mejor. Su inserción en el sistema de comercio mundial, lo que ocurrió anteriormente con China, resulta razonable no sólo desde el punto de vista económico. La afluencia de inversiones extranjeras directas a Rusia (17 mil millones de dólares en este año) es una prueba adicional de ello.
Además, la comprensión de que Rusia no es ningún pedazo que en su día se desprendió de Occidente sino algo independiente y especial y, lo más probable, lo será siempre, podría ser una verdadera conmoción para la sociedad europea o americana. Si no fuera por la comprensión simultánea de que Rusia no es héroe principal del drama que se desenvuelve en el mundo.
Por primera vez en muchos siglos la civilización occidental si no acepta, al menos admite una situación posible en que otras civilizaciones (por cierto, más antiguas y genesíacas) recuperen la primacía tradicional e histórica y dejen de creerse defectuosas y obligadas a aprender absolutamente todo de sus hermanos occidentales más jóvenes. Y muchos europeos o americanos ya no se estremecen, al leer la definición hecha por un politólogo indio acerca de que las mayores democracias del mundo son la India y Rusia (la primera, en populación y la segunda, en territorio).

Dicho sea de paso, yo calificaría de uno de los acontecimientos más destacados de la política mundial que han acaecido en los últimos uno o dos años el acuerdo nuclear entre EE.UU. y la India - y no sólo porque ese acuerdo reconoce la admisibilidad de lo que la India ha hecho para obtener el status nuclear sino también porque ello supone el comienzo de una nueva política americana que supone establecer relaciones de principio nuevas con uno de los futuros líderes mundiales.

Lo que ha pasado con Rusia respecto a la cumbre del G8 y al acceso que se le da a la OMC es un acontecimiento de la misma índole. Otra cosa es que las definiciones de lo que pasa aún cojean. Pero, como siempre ocurre, las definiciones llegarán más tarde.

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Dmitri Kosyrev, para RIA Novosti.


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