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​Una corona y un virus

El desafío estadounidense tiene dos respuestas no muy practicables: o se retrae o se vuelve más agresivo
Augusto Manzanal Ciancaglini
lunes, 18 de mayo de 2020, 09:17 h (CET)

China venía arrastrando varias situaciones complicadas: las protestas en Hong Kong, la guerra comercial, un menor crecimiento económico y, por si fuera poco, el coronavirus fue presentado por muchos como su Chernóbil.

El surgimiento de este virus muestra una vez más la falta de transparencia que exhibe un Estado que acalla doctores y expulsa periodistas. Entretanto, Taiwán se alza como ejemplo de contención del COVID-19.


Muchos países podrían revisar sus relaciones económicas con China, mientras que otros tantos sabrán sacar ventajas directas o indirectas. Indonesia, uno de sus principales socios comerciales, ya está buscando inversiones en otros sitios para la proyección de su nueva capital. Por otro lado, las dificultades aparejadas a la deuda a lo largo de la Belt and Road Initiative pueden ser una seria amenaza a la sostenibilidad financiera de China y para las operaciones de sus empresas en el extranjero.

Con todo, China, con un poco de propaganda, consiguió contraponer una faceta de efectividad en cuanto al control del virus e inaugura un poder blando con su sello típico: mucho y barato. El mundo se llena de mascarillas, material defectuoso y datos incontrastables: el poder barato se expande desde la economía a la política, aunque se puede volver oneroso si imita el paso desde los bajos sueldos y los productos asequibles a la infinita inversión y las altas tasas de interés.

Sin embargo, las prioridades de Pekín pasan por el mantenimiento de la unidad nacional bajo el indiscutible liderazgo del Partido Comunista para continuar con su expansión económica. Así pues, la imagen internacional es un tema a tener en cuenta solo si asegura dichas prioridades facilitando un lugar predominante dentro de las cadenas globales de suministro, es decir, su Lebensraum comercial.

Ejemplo del poco interés o capacidad por adquirir una hegemonía total al estilo occidental se observa en sus relaciones simultáneas con Irán y Arabia Saudita. Teherán necesita y no encuentra una potencia aliada abnegada al estilo de su rival americano. No obstante, el sacrificio imperialista no brota tanto cuando se tiene el convencimiento de ser el centro del mundo y las ganancias comerciales nublan la vista. Solo en el empecinamiento en el mar del Sur de la China se atisba una actitud abiertamente dominante.

Aun vislumbrándose unas consecuencias económicas que bracean entre petróleo, la crónica profecía del declive de la supremacía estadounidense sigue lejos de hacerse real. Sin embargo, hay algo de utilidad en el obstinado aviso de los ligeros analistas de las envolturas virtuales; el imperio norteamericano necesita conservarse mediante el descanso y la gimnasia que pueda ofrecer un adversario digno, y hasta cierto punto eso motiva sus actos. Paradójicamente, la contención estadounidense del crecimiento chino va acompañada de aguijonazos.

Entonces, Washington, atrapado en su hegemonía, ejercita sus tropas en Europa, merodea por las costas de Venezuela, mantiene la tensión con Irán, avanza en Groenlandia, azuza a la ASEAN, expande el Quad, hurga con la alianza “Five Eyes”, refuerza los lazos con Taiwán, desacredita a la OMS, difama a Pekín, transita por el mar de la China Meridional y cruza el estrecho de Taiwán. El supuesto retiro americano y su evidente omnipresencia parecerían incubar una confusión incitadora para sus presuntos retadores.

De todas formas, la posible aceleración o ralentización de este contradictorio proceso de potenciamiento y bloqueo frota la realidad hasta chispear una prudencia inencontrable en el tiempo del primer virus viralizado, el cual, doblemente esparcido, exacerba y limita tanto la pandemia como el pandemónium. En este escenario, hace falta guardar conceptos intempestivos como Guerra Fría, momento Chernóbil, momento Suez o trampa de Tucídides.

Pekín se encuentra a mitad de camino entre el temor interno al efecto Tocqueville y el espejo externo que le devuelve una enorme imagen de tigre de papel (aunque en su acumulación bajo la forma de papel moneda o paper pese y contrapese, el papel sigue siendo papel).

El desafío estadounidense tiene dos respuestas no muy practicables: o se retrae o se vuelve más agresivo. No obstante, China presenta su propio desafío a Estados Unidos, pues, a pesar de no irradiar proselitismo a la manera occidental, bajo su imparable materialismo subyace algo de esa universalidad cultural que Henry Kissinger observa en la historia del Reino del Medio.

Zbigniew Brzezinski no se imaginaba a China como líder mundial, pero le reconoció una ambición cargada de prudencia y paciencia; el consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Carter así lo plasma recogiendo este ruego de una figura pública china a un visitante estadounidense: “Pero, por favor, no permitan que América decline demasiado rápido”.

China exporta un virus y, aunque su poder duro sea tan mullido y su poder blando tan rígido, se da cuenta de lo determinante que es; Estados Unidos, superpotencia inigualable en la historia de la humanidad, lo importa y recuerda que tiene debilidades. El coronavirus deja una enseñanza para ambos titanes: Oriente y Occidente están muy cerca, tanto como para aceptar que la seda se escurre inexorablemente y las perlas se atascan en los cuellos de botella.

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