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Pandemia que desangró al hijo del sol

El poderoso imperio inca, gobernado por el hijo del sol, se desangró más por las enfermedades de los conquistadores que por sus pérdidas en batallas
Luis Agüero Wagner
martes, 14 de abril de 2020, 13:08 h (CET)

Un grupo de aventureros y mercenarios, encabezado por un analfabeto oriundo de Extremadura, Francisco Pizarro, acabó conquistando uno de los dos imperios más poderosos que alguna vez existieron en América. Se trataba del imperio inca, tomado por sorpresa y traicionado por hombres faltos de nobleza, como había sucedido poco antes con los mexicas o aztecas.

Según la bibliografía científica hoy disponible, se sabe que la viruela, junto con la gripe y el sarampión, fueron los factores de mayor importancia que produjeron el colapso de dos imperios americanos: el Inca y el Azteca; porque el terror deletéreo provocado por la aparición súbita de estas mortales enfermedades poco antes, durante e inmediatamente después de la invasión, hicieron imposible la reacción nativa en contra de los extranjeros intrusos.

Especialmente la viruela, con su horripilante brote cutáneo, causó una espantosa sensación de impotencia y desesperación.

Según William Mc Neill, los pueblos originarios de América no eran portadores de enfermedades peligrosas para los europeos, pero los conquistadores sí. La llegada de los españoles originó una gran mortandad en el siglo XVI en comunidades como la incaica que superaba ampliamente en conocimientos médicos e higiene a los europeos.

La comunidad científica coincide en que una enfermedad que llegó con los conquistadores fue la gripe suina, o gripe del cerdo, aunque existan como siempre voces discrepantes. Una primera oleada de esta enfermedad se hizo presente tras el segundo viaje de Cristóbal Colón, en 1493. Se diseminó con enorme facilidad y causó un gran daño.

Viajar en barco a través del Atlántico, sin duda, era un factor influyente para que los europeos lleguen en muy malas condiciones sanitarias a las costas americanas. Hombres mal alimentados, convivían muy cercanamente en medio de una higiene deficiente.

Era ideal para que microorganismos sean intercambiados por una tripulación, que además era absolutamente ignorante de estas cuestiones, desconocidas por los personajes más ilustrados en ese tiempo. La medicina seguía basándose en los postulados de la Antigüedad.

La mayoría de los tripulantes que llegaban a costas americanas, habían sufrido infecciones víricas durante su infancia, pero pueblos originarios de América como los andinos, no habían tenido contacto alguno con estos gérmenes.

Probablemente las penosas condiciones sufridas por quienes deseaban el oro del Perú durante su travesía por montañas y desiertos, empeoraría su estado de salud.

Cuando Pizarro llegó al corazón del Imperio Inca, un sencillo catarro nasal de alguno de los mercenarios que lo acompañaba, podía ser mortal para un nativo.

Las pandemias que hoy serían previsibles, pero entonces desconocidas, no se harían esperar.

Una epidemia de viruela fue seguida por la de sarampión, entre 1530 a 1531; el tifus, en 1546; y la gripe, en 1558. La difteria, las paperas, la sífilis y la peste neumónica también golpearon fuerte en la población.

Pero el golpe inicial lo asestó la codicia de los conquistadores, de quien un nativo escribió que “como cerdos hambrientos deseaban el oro”. Actitud incomprensible para los incas, que respetaban al oro solo por considerarlo la sangre del Dios Sol.

El Inca Atahualpa, que era hijo del sol, se quejó entonces de que había dejado de ser escuchado por sus dioses.


El audaz grupo de mercenarios encabezado por el iletrado Pizarro, logró hacer rebosar de oro la habitación donde lo tenía como rehén, pero ello no salvó la vida del emperador.

La sangre del sol recién empezaba a derramarse en las arcas de un imperio donde se pensó que nunca dejaría de alumbrar. LAW

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