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Aunque el presente pueda lucir sombrío, no siempre los tiempos difíciles representan malos augurios y la historia de las pandemias lo demuestra

La vida después del virus

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A mediados del siglo XIV, una humanidad teocéntrica imbuida de pensamiento mágico asistió al fracaso tanto de la medicina medieval como al de las recetas sugeridas por las autoridades religiosas. Se cree que la mitad de la población de Europa pereció víctima de su propia ignorancia y la incapacidad de quienes detentaban el poder para controlar la pandemia.

Empíricamente, sin embargo, hubo éxitos parciales.

Giovanni Bocaccio escribió en El Decamerón un relato inspirado en jóvenes ricos que en medio de la peste negra, huyeron de la ciudad a un apartado castillo medieval, se aislaron, se dedicaron a banquetes y a orgías y se salvaron.

Mientras el resto suponía que la pandemia derivaba de pecados pandémicos, los profetas del vicio de aquel tiempo lograron mantenerse a salvo aferrándose a lo que entonces se consideraba pecaminoso.

No es difícil entrever que este escritor florentino, que según los historiadores de la literatura siempre escribía basado en personajes que había conocido en la vida real, anticipó en sus narraciones la receta del aislamiento social. Fue la única disponible en los cuatro siglos siguientes, lapso durante el cual la peste apareció una y otra vez.

Aunque existe cierta controversia al respecto, es evidente que el frío favoreció la expansión de la peste negra, pues su auge coincidió con el más crudo invierno europeo, en la década de 1340. De ser así, se explicaría el éxito del médico Guy de Chauliac, quien salvó la vida del Papa Clemente VI, durante el cuarto de los siete pontificados de Avignon.


Cuando la peste llegó a la sede pontificia, una de sus medidas fue aislar al Papa en medio de grandes fogatas dentro de un amplio recinto, donde la temperatura fue tan alta que el mismo Clemente ironizó al respecto diciendo que ya estaba viviendo en su infierno personal.

En la visión del exitoso novelista Ken Follet, el terrible mal vino para bien. Por primera vez en la historia, floreció el trabajo asalariado.

El largo fracaso de las autoridades eclesiásticas y políticas, durante cuatro siglos, impulsó reformas progresistas en materia de justicia social. El arte subió a las nubes con el Renacimiento, y hasta se modificaron los roles de los protagonistas en las obras literarias inspiradas en aquella época.

Robin Hood se hizo un héroe popular de la literatura, después de la peste. La gente no olvidó los errores cometidos por las autoridades durante la pandemia, haciendo que los rebeldes ante el orden establecido se convirtieron en ídolos.


Se desarrolló el método científico y la muerte ausente en el arte hasta entonces, ocupó su lugar. Tener en cuenta la muerte profundizó la meditación del hombre, que sintiéndose atrapado en angustias sin remedio, experimentó por primera vez una crisis existencial.

Reconocer las limitaciones que les imponía la ignorancia, obligó a los hombres a observar con mayor detenimiento los fenómenos naturales dando nacimiento al método científico que levantó su voz ante la magia y la superstición.

Las restricciones que el poder impuso al teatro popularizaron a autores como Shakespeare, cuyas obras incluyen personajes que piensan como el pueblo llano de la época. Sus libros constituyen uno de los escasos espacios donde puede hurgarse sobre lo que sucedía con los pobres en tiempos de la peste negra.


Cuando finalmente la peste se extinguió a mediados del siglo XVIII, la ilustración sorprendió al absolutismo indefenso. Rodaron hasta las cabezas de los reyes.

Nadie puede gravar a la humanidad por conservar la ilusión de que esa historia se repita, cuando vuelva a clarear. LAW

La vida después del virus

Aunque el presente pueda lucir sombrío, no siempre los tiempos difíciles representan malos augurios y la historia de las pandemias lo demuestra
Luis Agüero Wagner
viernes, 3 de abril de 2020, 13:33 h (CET)

A mediados del siglo XIV, una humanidad teocéntrica imbuida de pensamiento mágico asistió al fracaso tanto de la medicina medieval como al de las recetas sugeridas por las autoridades religiosas. Se cree que la mitad de la población de Europa pereció víctima de su propia ignorancia y la incapacidad de quienes detentaban el poder para controlar la pandemia.

Empíricamente, sin embargo, hubo éxitos parciales.

Giovanni Bocaccio escribió en El Decamerón un relato inspirado en jóvenes ricos que en medio de la peste negra, huyeron de la ciudad a un apartado castillo medieval, se aislaron, se dedicaron a banquetes y a orgías y se salvaron.

Mientras el resto suponía que la pandemia derivaba de pecados pandémicos, los profetas del vicio de aquel tiempo lograron mantenerse a salvo aferrándose a lo que entonces se consideraba pecaminoso.

No es difícil entrever que este escritor florentino, que según los historiadores de la literatura siempre escribía basado en personajes que había conocido en la vida real, anticipó en sus narraciones la receta del aislamiento social. Fue la única disponible en los cuatro siglos siguientes, lapso durante el cual la peste apareció una y otra vez.

Aunque existe cierta controversia al respecto, es evidente que el frío favoreció la expansión de la peste negra, pues su auge coincidió con el más crudo invierno europeo, en la década de 1340. De ser así, se explicaría el éxito del médico Guy de Chauliac, quien salvó la vida del Papa Clemente VI, durante el cuarto de los siete pontificados de Avignon.


Cuando la peste llegó a la sede pontificia, una de sus medidas fue aislar al Papa en medio de grandes fogatas dentro de un amplio recinto, donde la temperatura fue tan alta que el mismo Clemente ironizó al respecto diciendo que ya estaba viviendo en su infierno personal.

En la visión del exitoso novelista Ken Follet, el terrible mal vino para bien. Por primera vez en la historia, floreció el trabajo asalariado.

El largo fracaso de las autoridades eclesiásticas y políticas, durante cuatro siglos, impulsó reformas progresistas en materia de justicia social. El arte subió a las nubes con el Renacimiento, y hasta se modificaron los roles de los protagonistas en las obras literarias inspiradas en aquella época.

Robin Hood se hizo un héroe popular de la literatura, después de la peste. La gente no olvidó los errores cometidos por las autoridades durante la pandemia, haciendo que los rebeldes ante el orden establecido se convirtieron en ídolos.


Se desarrolló el método científico y la muerte ausente en el arte hasta entonces, ocupó su lugar. Tener en cuenta la muerte profundizó la meditación del hombre, que sintiéndose atrapado en angustias sin remedio, experimentó por primera vez una crisis existencial.

Reconocer las limitaciones que les imponía la ignorancia, obligó a los hombres a observar con mayor detenimiento los fenómenos naturales dando nacimiento al método científico que levantó su voz ante la magia y la superstición.

Las restricciones que el poder impuso al teatro popularizaron a autores como Shakespeare, cuyas obras incluyen personajes que piensan como el pueblo llano de la época. Sus libros constituyen uno de los escasos espacios donde puede hurgarse sobre lo que sucedía con los pobres en tiempos de la peste negra.


Cuando finalmente la peste se extinguió a mediados del siglo XVIII, la ilustración sorprendió al absolutismo indefenso. Rodaron hasta las cabezas de los reyes.

Nadie puede gravar a la humanidad por conservar la ilusión de que esa historia se repita, cuando vuelva a clarear. LAW

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Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
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