Catalunya declarará unilateralmente su independencia el próximo 23 de abril de 2015. No sé si se trata de un anuncio en firme, del resultado de unos sondeos de opinión, del vaticinio de un agorero. No lo sé. Y no lo sé porque eso sólo se podrá saber el día después del referéndum que a tal fin se convocara, una vez realizado el escrutinio de los votos. Porque uno es partidario del derecho a la autodeterminación de los pueblos, pero poco aficionado a conjeturas, vaticinios, brindis al sol.
Es más, hasta soy partidario de la independencia de Catalunya; al día siguiente de que esto se hiciera realidad, yo solicitaría la nacionalidad catalana. Soy madrileño, chamberilero; pero, por encima de todo, persona, y en el Madrid de las Botellas, los Rajois, los nosequé (no recuerdo cómo se llama el presidente de la CAM que nos dejó en herencia la lideresa liberala) no se puede ser persona.
Aquí, en Madrid, no hay quien viva. Pero, por mucho que desee hacerme catalán, entiendo que lo primero que hay que hacer es un referéndum y ganarlo, antes de declarar la independencia, por muy unilateral que ésta sea; vamos, supongo que en esa unilateralidad se contará con la opinión de los catalanes, digo yo. Es que, si no, la cosa va a quedar poco democrática y va a parecer que de lo que se trata es de darle, por la cara, a la burguesía catalana el predio de Catalunya.
Bueno, supongo que se van a hacer las cosas de manera democrática, que se llevará a cabo un referéndum. Que las manifestaciones sobre la inminencia de la independencia son producto de sesudos análisis que llevan a quienes lo han realizado a la certeza de que para el 23 de abril, con un libro y una rosa, Catalunya amanecerá más hermosa; sola, sin la pesada carga de una España de pandereta a cuestas.
Pues, oye, que así sea.