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¿Es que el pueblo catalán está dispuesto a renunciar a sus costumbres, a su proverbial seny o la buena fama que durante tantos siglos ha sido su mayor riqueza?

Barcelona la “ciudad de los pecados” o la Sodoma de Europa

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“Y empezaron a gritar a Lot: « ¿Dónde están esos hombres que vinieron a tu casa esta noche? Sácalos para que tengamos relaciones sexuales con ellos»” (Gn 19,45).

En “El glosario progre” de Pércival Manglano, se define la “diversidad” como “diferencias raciales, sexuales o culturales que deben ser exaltadas. No se aplica a diferencias ideológicas”. Al parecer las izquierdas en este país, con eso de interpretar la libertad del individuo como un salvoconducto, que permite a todo individuo hacer lo que le de la gana, sea dentro de la ley o fuera de ella parece que, por el sólo hecho de haber nacido, la humanidad ya tiene la obligación de adoptarlo, cuidarlo, darle lo que pide y consentirle los caprichos que se le ocurran, eso sí, cuidando de que nadie le lleve la contra, se moleste con él cuando invada las libertades que, en justa correspondencia, les caben a los demás o intente hacer que se gane el pan con el sudor de su frente. Por supuesto, cualquiera que no admitiera tan axiomática concepción de los derechos del individuo, puede ser inmediatamente satanizado y tachado de fascista, neoliberal o “casta” (una expresión que según el mencionado glosario es entendida por los progres como: “los políticos de España, un país democrático. Los políticos de las dictaduras o las dictablandas latinoamericanas se denominan líderes revolucionarios”)

Pero todavía hay algo peor que las izquierdas revolucionarias y son las izquierdas que, además, aspiran a desgajarse de España, construyendo su propia nación. En Catalunya, por mucho que el señor Mas y sus colegas se puedan creer que son ellos los que mandan, los que llevan adelante el proceso separatista y los que van a gobernar la nueva nación en el caso (meramente utópico), de que llegaran a conseguir sus objetivos; la dura realidad es que las izquierdas son mayoría, incluso sin añadir a los socialistas, y que, tanto Juncadella, de ERC, como la ANC son los que, en estos momentos, tienen en su mano el testigo del movimiento separatista catalán.


De hecho, el intento de hacer de Barcelona una ciudad cosmopolita, una ciudad diferente de las demás españolas, una ciudad en la que se note que no está condicionada por la religión, por la moral y la ética tradicionales y que puede constituir, para los que la visiten, una verdadera cueva de Alí-Babá, donde puedan satisfacer todos su deseos ; alimentar sus más sórdidas pasiones; ejercer sin ningún límite sus depravaciones sexuales o encontrar facilidades para conseguir drogas; así como entregarse a las más extravagantes orgías sin temor a ser molestado ni interrumpido por alguna incómoda autoridad con ganas de fastidiar la fiesta; procede sin duda de todos estos partidos políticos que practican la filosofía del relativismo radical, basada en la tolerancia con cualquier aberración humana; en la libertad del individuo para hacer de su capa un sayo y en el convencimiento de que, el resto de la humanidad, debe aceptar como buenas estas reglas, aunque ello suponga convertirse en sujeto pasivo de las boutades, excesos, exhibiciones y desmanes de aquellos que se autoconsideran como seres privilegiados respecto al resto.

De hecho, en el caso de Barcelona, se dan dos factores convergentes que, por raro que pudiera parecer, hacen coincidir los deseos libertarios y relativistas de aquellos sectores de la sociedad progresistas, antisistema, miembros de la farándula y representantes de la más casposa cultura bohemia con, las ambiciones de aquellos industriales, fabricantes, vendedores, propietarios de hoteles, bares, restaurantes, grandes almacenes y un interminable etcétera de otros comercios y profesionales, que saben que atrayendo a el segmento menos buscado en otros lugares o naciones con principios más rígidos, están consiguiendo hacer un negocio que, de otra manera, acaso les fuera más difícil lograr. Veamos, ¿por qué irnos con chiquitas, preocuparnos por la moralidad, las buenas costumbres, el respeto por las opiniones del pueblo, la seguridad, la tranquilidad o los posibles efectos nefastos, para la juventud? si de lo que se trata es de hacer un buen negocio, enriquecerse y promocionar la ciudad (aunque sólo sea por atraer por todos los medios al lumen, a lo peor de la sociedad, los elementos más impresentables, los grupos menos recomendables y, si fuera preciso, a los elementos más peligrosos de las mafias, los terroristas y los traficantes de drogas).

En Barcelona hay hoteles exclusivos para alojar a homosexuales y lesbianas; hay cientos de locales, tugurios, cabarets, salas de fiestas y otros centros de placer nocturnos en los que, cualquiera que los visite, podrá presenciar los más depravados espectáculos, beber vino y licores hasta quedar beodo por completo, drogarse con las sustancias más sofisticadas y acostarse con las mujeres que quiera. Porque, señores, este es el señuelo que nuestras autoridades municipales y la propia Generalitat están dispuestos a tolerar, a permitir o a hacer la vista gorda, sabiendo que supone muchos euros para la ciudad, crear un emporio de juego, de diversión, de tolerancia con las desviaciones sexuales y de entretenimientos que pudieran, en un futuro, cuando se consiguiera la independencia, hacerle la competencia a lugares como Montecarlo, Andorra, la Costa Azul o cualquiera de esto lugares convertidos en atracción de los turistas ricos sólo que, en el caso de Barcelona, lo que parece que interesa es convertirse en el atractivo de quienes buscan la tolerancia, la libertad absoluta, las posibilidades de delinquir corriendo el mínimo riesgo o el pasar desapercibido.

No es casualidad que, en Barcelona, se hayan encontrado diversos centros de entrenamiento para talibanes o yihadistas que, una vez entrenados, se dirigen a Siria o Irak para unirse a aquellos que luchan en pro del islamismo. Pero, señores, ¡qué importa si se consiguen unos pingues beneficios para la ciudad, al fin y al cabo Catalunya puede que sea una de las comunidades menos religiosas de España y tampoco se caracteriza por su excesivo puritanismo con respecto a las costumbres, en lo que se muestran mucho más liberables que en otras regiones de la Península!.

Pero ¿ qué ocurre con los millones de personas que no están de acuerdo en convertir a la antigua Barcelona, la ciudad señorial acogedora del Este de España, la que se ha venido caracterizando por su amor al trabajo, por sus congresos y por aquellos formidables Juegos Olímpicos del 92? Aquella villa visitada por la noblezas, iluminada por las luces de los teatros y de los grandes restaurantes de lujo llenos de comensales; ¿Es que el pueblo catalán está dispuesto a renunciar a sus costumbres, a su proverbial seny o la buena fama que durante tantos siglos ha sido su mayor riqueza?


¿Acaso, acogiendo con los brazos abiertos a multitudes de homosexuales que reconocen que es el único país donde se les permite desenvolverse a su aire?, o ¿adquiriendo fama de alojar a mafiosos o terroristas? es como vamos a conseguir convertir a Barcelona y toda Catalunya en un lugar donde el turismo de calidad, los ricos y los no ricos pero personas decentes, se vengan a pasar sus vacaciones. Si la tan cacareada “marca Barcelona” debe apoyarse en la solvencia, la confianza y la respetabilidad de los catalanes, poco favor le hará que, la “perla del mediterráneo”, esté ocupada por indeseables y por personajes estrambóticos que se refugian en ella porque es el único lugar en el que se les admite sin problemas. O así es como, señores, desde el punto de vista de un ciudadanos de a pie, nos cuesta admitir que nuestra ciudad se dirija a las ciénagas del desprestigio.

Barcelona la “ciudad de los pecados” o la Sodoma de Europa

¿Es que el pueblo catalán está dispuesto a renunciar a sus costumbres, a su proverbial seny o la buena fama que durante tantos siglos ha sido su mayor riqueza?
Miguel Massanet
viernes, 22 de agosto de 2014, 07:23 h (CET)
“Y empezaron a gritar a Lot: « ¿Dónde están esos hombres que vinieron a tu casa esta noche? Sácalos para que tengamos relaciones sexuales con ellos»” (Gn 19,45).

En “El glosario progre” de Pércival Manglano, se define la “diversidad” como “diferencias raciales, sexuales o culturales que deben ser exaltadas. No se aplica a diferencias ideológicas”. Al parecer las izquierdas en este país, con eso de interpretar la libertad del individuo como un salvoconducto, que permite a todo individuo hacer lo que le de la gana, sea dentro de la ley o fuera de ella parece que, por el sólo hecho de haber nacido, la humanidad ya tiene la obligación de adoptarlo, cuidarlo, darle lo que pide y consentirle los caprichos que se le ocurran, eso sí, cuidando de que nadie le lleve la contra, se moleste con él cuando invada las libertades que, en justa correspondencia, les caben a los demás o intente hacer que se gane el pan con el sudor de su frente. Por supuesto, cualquiera que no admitiera tan axiomática concepción de los derechos del individuo, puede ser inmediatamente satanizado y tachado de fascista, neoliberal o “casta” (una expresión que según el mencionado glosario es entendida por los progres como: “los políticos de España, un país democrático. Los políticos de las dictaduras o las dictablandas latinoamericanas se denominan líderes revolucionarios”)

Pero todavía hay algo peor que las izquierdas revolucionarias y son las izquierdas que, además, aspiran a desgajarse de España, construyendo su propia nación. En Catalunya, por mucho que el señor Mas y sus colegas se puedan creer que son ellos los que mandan, los que llevan adelante el proceso separatista y los que van a gobernar la nueva nación en el caso (meramente utópico), de que llegaran a conseguir sus objetivos; la dura realidad es que las izquierdas son mayoría, incluso sin añadir a los socialistas, y que, tanto Juncadella, de ERC, como la ANC son los que, en estos momentos, tienen en su mano el testigo del movimiento separatista catalán.


De hecho, el intento de hacer de Barcelona una ciudad cosmopolita, una ciudad diferente de las demás españolas, una ciudad en la que se note que no está condicionada por la religión, por la moral y la ética tradicionales y que puede constituir, para los que la visiten, una verdadera cueva de Alí-Babá, donde puedan satisfacer todos su deseos ; alimentar sus más sórdidas pasiones; ejercer sin ningún límite sus depravaciones sexuales o encontrar facilidades para conseguir drogas; así como entregarse a las más extravagantes orgías sin temor a ser molestado ni interrumpido por alguna incómoda autoridad con ganas de fastidiar la fiesta; procede sin duda de todos estos partidos políticos que practican la filosofía del relativismo radical, basada en la tolerancia con cualquier aberración humana; en la libertad del individuo para hacer de su capa un sayo y en el convencimiento de que, el resto de la humanidad, debe aceptar como buenas estas reglas, aunque ello suponga convertirse en sujeto pasivo de las boutades, excesos, exhibiciones y desmanes de aquellos que se autoconsideran como seres privilegiados respecto al resto.

De hecho, en el caso de Barcelona, se dan dos factores convergentes que, por raro que pudiera parecer, hacen coincidir los deseos libertarios y relativistas de aquellos sectores de la sociedad progresistas, antisistema, miembros de la farándula y representantes de la más casposa cultura bohemia con, las ambiciones de aquellos industriales, fabricantes, vendedores, propietarios de hoteles, bares, restaurantes, grandes almacenes y un interminable etcétera de otros comercios y profesionales, que saben que atrayendo a el segmento menos buscado en otros lugares o naciones con principios más rígidos, están consiguiendo hacer un negocio que, de otra manera, acaso les fuera más difícil lograr. Veamos, ¿por qué irnos con chiquitas, preocuparnos por la moralidad, las buenas costumbres, el respeto por las opiniones del pueblo, la seguridad, la tranquilidad o los posibles efectos nefastos, para la juventud? si de lo que se trata es de hacer un buen negocio, enriquecerse y promocionar la ciudad (aunque sólo sea por atraer por todos los medios al lumen, a lo peor de la sociedad, los elementos más impresentables, los grupos menos recomendables y, si fuera preciso, a los elementos más peligrosos de las mafias, los terroristas y los traficantes de drogas).

En Barcelona hay hoteles exclusivos para alojar a homosexuales y lesbianas; hay cientos de locales, tugurios, cabarets, salas de fiestas y otros centros de placer nocturnos en los que, cualquiera que los visite, podrá presenciar los más depravados espectáculos, beber vino y licores hasta quedar beodo por completo, drogarse con las sustancias más sofisticadas y acostarse con las mujeres que quiera. Porque, señores, este es el señuelo que nuestras autoridades municipales y la propia Generalitat están dispuestos a tolerar, a permitir o a hacer la vista gorda, sabiendo que supone muchos euros para la ciudad, crear un emporio de juego, de diversión, de tolerancia con las desviaciones sexuales y de entretenimientos que pudieran, en un futuro, cuando se consiguiera la independencia, hacerle la competencia a lugares como Montecarlo, Andorra, la Costa Azul o cualquiera de esto lugares convertidos en atracción de los turistas ricos sólo que, en el caso de Barcelona, lo que parece que interesa es convertirse en el atractivo de quienes buscan la tolerancia, la libertad absoluta, las posibilidades de delinquir corriendo el mínimo riesgo o el pasar desapercibido.

No es casualidad que, en Barcelona, se hayan encontrado diversos centros de entrenamiento para talibanes o yihadistas que, una vez entrenados, se dirigen a Siria o Irak para unirse a aquellos que luchan en pro del islamismo. Pero, señores, ¡qué importa si se consiguen unos pingues beneficios para la ciudad, al fin y al cabo Catalunya puede que sea una de las comunidades menos religiosas de España y tampoco se caracteriza por su excesivo puritanismo con respecto a las costumbres, en lo que se muestran mucho más liberables que en otras regiones de la Península!.

Pero ¿ qué ocurre con los millones de personas que no están de acuerdo en convertir a la antigua Barcelona, la ciudad señorial acogedora del Este de España, la que se ha venido caracterizando por su amor al trabajo, por sus congresos y por aquellos formidables Juegos Olímpicos del 92? Aquella villa visitada por la noblezas, iluminada por las luces de los teatros y de los grandes restaurantes de lujo llenos de comensales; ¿Es que el pueblo catalán está dispuesto a renunciar a sus costumbres, a su proverbial seny o la buena fama que durante tantos siglos ha sido su mayor riqueza?


¿Acaso, acogiendo con los brazos abiertos a multitudes de homosexuales que reconocen que es el único país donde se les permite desenvolverse a su aire?, o ¿adquiriendo fama de alojar a mafiosos o terroristas? es como vamos a conseguir convertir a Barcelona y toda Catalunya en un lugar donde el turismo de calidad, los ricos y los no ricos pero personas decentes, se vengan a pasar sus vacaciones. Si la tan cacareada “marca Barcelona” debe apoyarse en la solvencia, la confianza y la respetabilidad de los catalanes, poco favor le hará que, la “perla del mediterráneo”, esté ocupada por indeseables y por personajes estrambóticos que se refugian en ella porque es el único lugar en el que se les admite sin problemas. O así es como, señores, desde el punto de vista de un ciudadanos de a pie, nos cuesta admitir que nuestra ciudad se dirija a las ciénagas del desprestigio.

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