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Letizia, la princesa superior

Felipe de Borbón, un príncipe sin imagen

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El se ha ido a sus cuarteles de invierno, con o sin la corina de turno, no nos lo dicen. Nadie lo esperaba y muchos lo deseaban. Muchos afirmaban hace tiempo que había llegado el momento en el que Juan Carlos I, rey por la gracia de Franco, dejara su puesto a su hijo, Felipe de Borbón, por ser éste, según llevan años vendiéndonos, el príncipe mejor preparado de Europa. Un príncipe, o un “señorito” al que hemos pagado, vía impuestos, estudios de primera para que en el momento en que tenga que suceder a su padre sea un Jefe de Estado apropiado, digno y efectivo.

En los últimos años de la dictadura franquista el trono de la sucesión del generalito de la voz atiplada era disputado entre dos Príncipes sin corona, uno Juan Carlos de Borbón, segundo en la línea dinástica de los Borbones, su padre Juan estaba primero en la línea de salida, y el otro, otro Borbón, Alfonso, casado con la que después sería conocida en el Hola y en los cutres programas de Tele 5, la televisión de Berlusconi, Carmencita, nieta del viejo dictador de los sellos de correos. Pocos eran por aquel entonces los que apostaban por Juan Carlos de Borbón como futuro Rey de una España seguidora del franquismo, pero el dedo impoluto y tirano del viejo General señaló al hijo de quien debía ser el verdadero sucesor de la monarquía borbónica, el hijo de Juan de Borbón, un aspirante a monarca que nunca trabajó y que aprovechó su estirpe para sablear a los monárquicos de la época, llegó, finalmente, a ser coronado Rey de España , poco o nada quedaba ya de los viejos imperios españolistas en los que nunca se ponía el Sol. Y un día de Noviembre de 1975 aquel que sería motejado por la oposición como “Juan el Breve” juró las leyes fascistas del franquismo con tal de ser Rey y no tener que pasar apreturas económicas en el futuro ni él ni la que se convertiría en numerosa prole borbónica.

La legalidad de la Monarquía de los Borbones está en cuestión por muchos españoles, llegó a la vida de los españoles de manos de un general rebelde y con las manos manchadas de sangre, de un hombre que ordenó asesinar a muchos españoles y que en lugar de luchar para que tuviésemos pan y lo más elemental de nuestra vida nos “obsequió” con una vida llena de privacidades y alejada de una vida libre.

El rey ha reinado en España durante 39 años. Durante este tiempo Juan Carlos fue, para una parte de los españoles, un buen rey, fue el garante de las libertades que nunca se tuvieron durante el régimen franquista e, incluso, se nos vendió durante años la imagen de un rey que, la noche del 23-F, salvó a los españoles de la vuelta a la dictadura. Aquella noche de Febrero sigue teniendo muchas sombras, nunca quedó aclarada la implicación de la Corona ni de los principales partidos en aquel burdo intento de golpe de estado, una chapuza folklórica dejada en manos de unos milicos cuarteleros como Tejero y alguno más ebrios de poder y coñac. Pero todo el sufrimiento de los demócratas en aquellas horas sirvió a la Corona para construirse un aura democrática sobre su cabeza.

Juan Carlos I ha jugado a ser la imagen del “hombre campechano” que ha sabido manejar los hilos a derecha e izquierda para tener a la ciudadanía convencida de que su familia era la mejor familia española. Craso error. La monarquía borbónica que reina en España, desde 1975, siempre ha sido una familia desestructurada.

La Casa Real española ha sido durante estos 39 años un ejemplo “envenenado”, han venido haciendo lo que les ha dado en gana y los ciudadanos y, muy especialmente los medios de comunicación, hemos vivido con las bocas cerradas y amordazas por el miedo al poderoso, lejos de poder contar todo lo que sabíamos.

Durante muchos años la monarquía borbónica ha gozado de excelentes relaciones públicas en los medíos de comunicación y de una imagen de color de rosa y versallesca hasta que desde hace bien poco los medios de comunicación pudimos escribir, hablar y explicar la verdadera historia, con sus blancos y negros, de los personajes que conforman esta familia.

La primera vez en que se rompió el entente cordiales entre la prensa y la Corona fue cuando Felipe de Borbón, príncipe heredero, puso entre la espada y la pared a sus padres, Reyes de España, al decirles que había elegido como compañera en el bien y en el mal y futura madre de sus hijos a una joven periodista, divorciada y con veleidades republicanas, y, lo que más dolió en Zarzuela, con un pasado que habría que borrar, no por nada, simplemente porque las princesas no tienen pasado. Si ante aquella elección los reyes hubieran puesto alguna pega infranqueable Felipe lo tenía claro y amenazó a sus padres con renunciar a sus derechos dinásticos. Así que el Borbón y la de Grecia cedieron, no tenían más remedio si querían seguir manteniendo los privilegios reales de los que llevaban años disfrutando a costa de los impuestos del pueblo español. Sofía de Grecia, sufriente reina consorte al lado de un marido infiel, calló, como callaba ante las infidelidades de su esposo, ya le había amargado la vida a su hijo poniendo pegas a todas sus relaciones sentimentales, desde Sartorious a Eva Sannnum.

Poco importaba que Letizia fuera una mujer divorciada. Felipe tenía que casarse, se le estaba pasando el arroz. Letizia, sobre el papel, era ideal, perfecta. Por la pantalla de TVE decía bien las noticias, mejor, las leía muy bien, con aplomo, la cámara la quería, era resultona y la gente veía ese informativo. Era, a los ojos de su futura suegra, una mujer preparada para estar al lado del futuro rey de los españoles. Nadie pensó e imagino que Letizia tenía una vida independiente y libre con una personalidad bien marcada por el paso de la vida y los años.

Con su adscripción a la vida de Zarzuela, Letizia debía olvidar todo lo que había sido, cómo era y debía dejar abducirse por esa Institución de vericuetos bien complicados. Difícil tarea para una mujer independiente, para una mujer que llega de la calle y nada tiene que ver su vida con la de los salones palaciegos y mucho menos adaptarse a un protocolo arcaico.

Las Casas Reales que todavía subsisten en Europa no cambian, tampoco quieren hacerlo por muy vanguardistas que sean sus príncipes y princesas, en realidad si en este siglo XXI la Monarquía sigue vigente es para mantener una institución vetusta y arcaica que no quiere cambios porque si se cambia ya no es Monarquía, recibe otro nombre y sigue otros preceptos.

Letizia, en diez años que lleva como Princesa, ha demostrado ser una mujer indómita y con su comportamiento ha conseguido que el ciudadano la encuentre soberbia, alejada del pueblo, antipática y tan sólo preocupada por su estilo y su aspecto externo. Las intervenciones quirúrgicas a las que se ha sometido, su forma de vestir tan casual y, esencialmente, su pose de “aquí estoy y para eso he venido” hace que no guste. Letizia no se ha ganado a la ciudadanía, no es popular. En las encuestas que maneja Casa Real la que sale más malparada es Letizia, siempre queda en último lugar.

A Felipe, cuando era muy joven, nunca se le vio sonreír, o muy poco, tampoco exageremos. En su veraneos en Palma de Mallorca se le notaba apagado y aburrido, físicamente tenía todo para ser un joven atractivo, alto, rubio, ojos azules, pero se pasaba los días con cara de pocos amigos. Iba a navegar con gafas de sol y gorra y nunca tenía frases divertidas, ¡estaba de vacaciones¡ nada. Cuando regresó de América su imagen quedaba apagada por la de su padre, un rey divertido y cercano. Felipe nunca fue Felipe y quizá algún día sea Felipe, pero quizá sea demasiado tarde. Felipe de Borbón tampoco goza de muchas simpatías, los que le conocen de cerca, en las distancias cortas, dicen que es amable, que tiene sentido del humor y que está muy preparado.

Me pregunto, cuando decimos de alguien está preparado, ¿qué queremos decir?, hay personas muy cultas, muy aptas para la vida pero carecen de carisma. Si Felipe está preparado porque sabe leer bien los discursos que otros le escriben, habla idiomas y es capaz de dialogar con personas de una alta y especial categoría social y económica, pero ignora lo que le pasa al ciudadanos de a pie, al que sufre, a los jóvenes que no tienen trabajo, a los afectados por la ley de dependencia a los que nadie escucha, a los que no tienen techo, a los enfermos terminales, si Felipe tan sólo sabe moverse bien entre los círculos del poder puede hacerlo muy bien entre los que todo lo tienen pero los ciudadanos no merecen este príncipe heredero.

Quizá ha llegado el momento en que, sabiendo cómo llegó su padre a ser rey de España, de la mano de un dictador, ahora, en este pequeño impasse constitucional, se pregunte a los españoles si desean esta Monarquía con Felipe como rey y Letizia como reina consorte. Los españoles, ante un momento histórico en sus vidas, tienen derecho a hablar, tienen derecho a manifestarse y decir cuál es el sistema político por el que desean se les gobierne.

Ciudadanos, el momento es nuestro, no de ellos, tenemos derecho a dar nuestra opinión. Esta Monarquía y los que la conforman la pagamos nosotros y nos representa, sin haberla votado, tenemos derecho a votar lo que queramos, lo que mejor creamos que nos puede escuchar en nuestro vivir cotidiano. El derecho de sangre, azul o roja da igual, no debe prevalecer sobre el derecho del pueblo a decidir cual quiere ser el régimen político con el que vivir.

Felipe de Borbón, un príncipe sin imagen

Letizia, la princesa superior
Teresa Berengueras
lunes, 2 de junio de 2014, 15:39 h (CET)
El se ha ido a sus cuarteles de invierno, con o sin la corina de turno, no nos lo dicen. Nadie lo esperaba y muchos lo deseaban. Muchos afirmaban hace tiempo que había llegado el momento en el que Juan Carlos I, rey por la gracia de Franco, dejara su puesto a su hijo, Felipe de Borbón, por ser éste, según llevan años vendiéndonos, el príncipe mejor preparado de Europa. Un príncipe, o un “señorito” al que hemos pagado, vía impuestos, estudios de primera para que en el momento en que tenga que suceder a su padre sea un Jefe de Estado apropiado, digno y efectivo.

En los últimos años de la dictadura franquista el trono de la sucesión del generalito de la voz atiplada era disputado entre dos Príncipes sin corona, uno Juan Carlos de Borbón, segundo en la línea dinástica de los Borbones, su padre Juan estaba primero en la línea de salida, y el otro, otro Borbón, Alfonso, casado con la que después sería conocida en el Hola y en los cutres programas de Tele 5, la televisión de Berlusconi, Carmencita, nieta del viejo dictador de los sellos de correos. Pocos eran por aquel entonces los que apostaban por Juan Carlos de Borbón como futuro Rey de una España seguidora del franquismo, pero el dedo impoluto y tirano del viejo General señaló al hijo de quien debía ser el verdadero sucesor de la monarquía borbónica, el hijo de Juan de Borbón, un aspirante a monarca que nunca trabajó y que aprovechó su estirpe para sablear a los monárquicos de la época, llegó, finalmente, a ser coronado Rey de España , poco o nada quedaba ya de los viejos imperios españolistas en los que nunca se ponía el Sol. Y un día de Noviembre de 1975 aquel que sería motejado por la oposición como “Juan el Breve” juró las leyes fascistas del franquismo con tal de ser Rey y no tener que pasar apreturas económicas en el futuro ni él ni la que se convertiría en numerosa prole borbónica.

La legalidad de la Monarquía de los Borbones está en cuestión por muchos españoles, llegó a la vida de los españoles de manos de un general rebelde y con las manos manchadas de sangre, de un hombre que ordenó asesinar a muchos españoles y que en lugar de luchar para que tuviésemos pan y lo más elemental de nuestra vida nos “obsequió” con una vida llena de privacidades y alejada de una vida libre.

El rey ha reinado en España durante 39 años. Durante este tiempo Juan Carlos fue, para una parte de los españoles, un buen rey, fue el garante de las libertades que nunca se tuvieron durante el régimen franquista e, incluso, se nos vendió durante años la imagen de un rey que, la noche del 23-F, salvó a los españoles de la vuelta a la dictadura. Aquella noche de Febrero sigue teniendo muchas sombras, nunca quedó aclarada la implicación de la Corona ni de los principales partidos en aquel burdo intento de golpe de estado, una chapuza folklórica dejada en manos de unos milicos cuarteleros como Tejero y alguno más ebrios de poder y coñac. Pero todo el sufrimiento de los demócratas en aquellas horas sirvió a la Corona para construirse un aura democrática sobre su cabeza.

Juan Carlos I ha jugado a ser la imagen del “hombre campechano” que ha sabido manejar los hilos a derecha e izquierda para tener a la ciudadanía convencida de que su familia era la mejor familia española. Craso error. La monarquía borbónica que reina en España, desde 1975, siempre ha sido una familia desestructurada.

La Casa Real española ha sido durante estos 39 años un ejemplo “envenenado”, han venido haciendo lo que les ha dado en gana y los ciudadanos y, muy especialmente los medios de comunicación, hemos vivido con las bocas cerradas y amordazas por el miedo al poderoso, lejos de poder contar todo lo que sabíamos.

Durante muchos años la monarquía borbónica ha gozado de excelentes relaciones públicas en los medíos de comunicación y de una imagen de color de rosa y versallesca hasta que desde hace bien poco los medios de comunicación pudimos escribir, hablar y explicar la verdadera historia, con sus blancos y negros, de los personajes que conforman esta familia.

La primera vez en que se rompió el entente cordiales entre la prensa y la Corona fue cuando Felipe de Borbón, príncipe heredero, puso entre la espada y la pared a sus padres, Reyes de España, al decirles que había elegido como compañera en el bien y en el mal y futura madre de sus hijos a una joven periodista, divorciada y con veleidades republicanas, y, lo que más dolió en Zarzuela, con un pasado que habría que borrar, no por nada, simplemente porque las princesas no tienen pasado. Si ante aquella elección los reyes hubieran puesto alguna pega infranqueable Felipe lo tenía claro y amenazó a sus padres con renunciar a sus derechos dinásticos. Así que el Borbón y la de Grecia cedieron, no tenían más remedio si querían seguir manteniendo los privilegios reales de los que llevaban años disfrutando a costa de los impuestos del pueblo español. Sofía de Grecia, sufriente reina consorte al lado de un marido infiel, calló, como callaba ante las infidelidades de su esposo, ya le había amargado la vida a su hijo poniendo pegas a todas sus relaciones sentimentales, desde Sartorious a Eva Sannnum.

Poco importaba que Letizia fuera una mujer divorciada. Felipe tenía que casarse, se le estaba pasando el arroz. Letizia, sobre el papel, era ideal, perfecta. Por la pantalla de TVE decía bien las noticias, mejor, las leía muy bien, con aplomo, la cámara la quería, era resultona y la gente veía ese informativo. Era, a los ojos de su futura suegra, una mujer preparada para estar al lado del futuro rey de los españoles. Nadie pensó e imagino que Letizia tenía una vida independiente y libre con una personalidad bien marcada por el paso de la vida y los años.

Con su adscripción a la vida de Zarzuela, Letizia debía olvidar todo lo que había sido, cómo era y debía dejar abducirse por esa Institución de vericuetos bien complicados. Difícil tarea para una mujer independiente, para una mujer que llega de la calle y nada tiene que ver su vida con la de los salones palaciegos y mucho menos adaptarse a un protocolo arcaico.

Las Casas Reales que todavía subsisten en Europa no cambian, tampoco quieren hacerlo por muy vanguardistas que sean sus príncipes y princesas, en realidad si en este siglo XXI la Monarquía sigue vigente es para mantener una institución vetusta y arcaica que no quiere cambios porque si se cambia ya no es Monarquía, recibe otro nombre y sigue otros preceptos.

Letizia, en diez años que lleva como Princesa, ha demostrado ser una mujer indómita y con su comportamiento ha conseguido que el ciudadano la encuentre soberbia, alejada del pueblo, antipática y tan sólo preocupada por su estilo y su aspecto externo. Las intervenciones quirúrgicas a las que se ha sometido, su forma de vestir tan casual y, esencialmente, su pose de “aquí estoy y para eso he venido” hace que no guste. Letizia no se ha ganado a la ciudadanía, no es popular. En las encuestas que maneja Casa Real la que sale más malparada es Letizia, siempre queda en último lugar.

A Felipe, cuando era muy joven, nunca se le vio sonreír, o muy poco, tampoco exageremos. En su veraneos en Palma de Mallorca se le notaba apagado y aburrido, físicamente tenía todo para ser un joven atractivo, alto, rubio, ojos azules, pero se pasaba los días con cara de pocos amigos. Iba a navegar con gafas de sol y gorra y nunca tenía frases divertidas, ¡estaba de vacaciones¡ nada. Cuando regresó de América su imagen quedaba apagada por la de su padre, un rey divertido y cercano. Felipe nunca fue Felipe y quizá algún día sea Felipe, pero quizá sea demasiado tarde. Felipe de Borbón tampoco goza de muchas simpatías, los que le conocen de cerca, en las distancias cortas, dicen que es amable, que tiene sentido del humor y que está muy preparado.

Me pregunto, cuando decimos de alguien está preparado, ¿qué queremos decir?, hay personas muy cultas, muy aptas para la vida pero carecen de carisma. Si Felipe está preparado porque sabe leer bien los discursos que otros le escriben, habla idiomas y es capaz de dialogar con personas de una alta y especial categoría social y económica, pero ignora lo que le pasa al ciudadanos de a pie, al que sufre, a los jóvenes que no tienen trabajo, a los afectados por la ley de dependencia a los que nadie escucha, a los que no tienen techo, a los enfermos terminales, si Felipe tan sólo sabe moverse bien entre los círculos del poder puede hacerlo muy bien entre los que todo lo tienen pero los ciudadanos no merecen este príncipe heredero.

Quizá ha llegado el momento en que, sabiendo cómo llegó su padre a ser rey de España, de la mano de un dictador, ahora, en este pequeño impasse constitucional, se pregunte a los españoles si desean esta Monarquía con Felipe como rey y Letizia como reina consorte. Los españoles, ante un momento histórico en sus vidas, tienen derecho a hablar, tienen derecho a manifestarse y decir cuál es el sistema político por el que desean se les gobierne.

Ciudadanos, el momento es nuestro, no de ellos, tenemos derecho a dar nuestra opinión. Esta Monarquía y los que la conforman la pagamos nosotros y nos representa, sin haberla votado, tenemos derecho a votar lo que queramos, lo que mejor creamos que nos puede escuchar en nuestro vivir cotidiano. El derecho de sangre, azul o roja da igual, no debe prevalecer sobre el derecho del pueblo a decidir cual quiere ser el régimen político con el que vivir.

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