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En un mundo que parece cada vez más perdido entre causas y consecuencias, el budismo ofrece una de las guías morales más estructuradas y profundamente coherentes: las doce leyes del karma. No se trata solo de una doctrina religiosa sino que es una visión ética del universo en la que cada acción deja una huella que el tiempo, tarde o temprano, devuelve. En eso, el karma es una promesa de justicia, pero también una advertencia inapelable.
Vivimos en una sociedad que venera la juventud hasta la idolatría, mientras relega a la madurez a un rincón de invisibilidad. A medida que el calendario avanza, parece que los logros personales y profesionales se devalúan, como si la capacidad de crear o disfrutar de la vida tuviera fecha de caducidad. La realidad demuestra lo contrario, la verdadera riqueza humana florece en la experiencia, y es en la madurez donde alcanzamos nuestra cumbre personal.
Un día tras otro nos encontramos con frases de admiración sobre el ritual que rodea el fallecimiento de un papa y la consiguiente elección de otro. Los diversos comentaristas (especialmente si no son creyentes) ponderan las distintas ceremonias, su perfecta organización, sus ropajes y toda la parafernalia que hay alrededor. Parece que no les gustaría que acabara pronto esta “fuente” de noticias.
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