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Un ejemplo de la peor televisión

“Entre todos”

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El hecho de que una presentadora se embolse al mes nada menos que 28.000 euros debería causar alborozo. Sería una prueba más de que los periodistas de los medios audiovisuales se salvan –al menos en parte- de las penurias que padecen los que trabajan en los medios escritos, sean de papel o digitales. Pero el problema, una vez más, es que no son todos los que están. Es dudoso que muchos de esos parlanchines que nos agobian a diario –no todos lo son, desde luego- pudieran redactar una crónica como es debido o una entrevista aceptable y, mucho menos, abordar un artículo o un reportaje.

Y esto me lleva a un viejo recuerdo: Hace muchos años en los trenes de cercanías, por lo menos en la zona madrileña, aparecía de vez en cuando un personaje –recuerdo que era un señor ya entrado en años- que repartía caramelos a los viajeros de todo el vagón. Al cabo de unos minutos, y tras haberse recorrido el tren de arriba a abajo, volvía para cobrarse el regalo y te lanzaba una parrafada sobre no sé qué rifa benéfica –benéfica para él, claro- con lo que te cobraba con creces la golosina cuando, por no hacerle un desaire, hurgabas en tu bolsillo y le comprabas una papeleta. Con suerte podías ganar un queso manchego o un chorizo de Cantimpalos. Y todos, sobre todo él, tan contentos.

Han pasado los años y no creo que esta, en el fondo inocente, forma de ganarse la vida siga produciéndose en los trenes de cercanías. Pero la historia me sirve de pretexto, adaptándola un poco, para los tiempos actuales.

El charlatán universal ha evolucionado; se ha hecho bastante más ambicioso y, si no se ha metido en política, andará con soltura no por los estrechos pasillos de los vagones, sino por los bien iluminados platós de televisión. La España de Quevedo, Mateo Alemán e incluso de Larra sobrevive gracias a las cámaras y los focos. Y es que cierto tipo de buscavidas ha descubierto que se pueden explotar los mismos resortes que movían al viajero a comprar la papeleta, pero de una manera mucho más eficaz y productiva, amplificándolos casi ad infinitum a través de ese artilugio que ya no es caja, sino más bien placa, pero que sigue siendo tan tonta como siempre.

Fruto de la alianza de un Estado indigente, tanto en lo económico como en lo ético, con un paisanaje que aún se debate entre el “con IVA o sin IVA”; en un país en el que la figura del pícaro ha ido metamorfoseándose a través de los siglos, surge un engendro que adopta la forma de programa de televisión. Su nombre, “Entre todos”, se refiere a la posibilidad que tenemos todos los ciudadanos de ayudar a un prójimo que atraviesa situaciones penosas, sobre todo en lo económico. No se trata aquí de rifar nada sino de aportar nuestro óbolo a una “causa noble”, a cambio, tal vez, de expresar en directo una parte pequeñita de nuestros sinsabores y frustraciones vitales. La moderadora, presentadora, maestra de ceremonias o comoquiera se llame a quien entretiene la cosa es como un gen mutado de aquel señor que repartía caramelos. Ya no trabaja a comisión, sino a sueldo… ¡y qué sueldo! Mil cuatrocientos euros por sesión (imagino que brutos, aunque en realidad da lo mismo).

Después de muchos meses de jugar a ser buenos (y conste que no dudo que la mayoría de los participantes espontáneos lo sean, y mucho) ha saltado la perdiz de la polémica: la semana pasada un telespectador llamó para ofrecer su ayuda en un caso concreto y, de paso, aprovechó para animar a la presentadora, Toñi Moreno, a donar el “pico” de su sueldo (400 euros) a los casos que, de lunes a viernes, se plantean en el programa. Y fue la forma en que esta reaccionó ante la petición lo que realmente la dejó en entredicho; y el lector que tenga curiosidad puede ver en Youtube los cinco minutos de video bochornoso. No sabe literalmente dónde meterse y trata de escurrir el bulto, “perdonando la vida” de su interlocutor, diciéndole, entre otras cosas, “que ya ha conseguido su momento de gloria” ¡Cómo si la gloria, de haberla, se cifrara en aparecer o no en su programa! Sólo espero que cunda el ejemplo y que en sucesivas ediciones haya más participantes que le pongan delante un espejo en que mirarse.

El programa “Entre todos” de TVE no sólo demuestra lo negativo de una televisión pública que juega a hermanita de la caridad, sino que además descubre lo que anida en su rebotica: enchufados que continúan cobrando sueldos astronómicos de un organismo público –“ente”, lo llaman- ampliamente deficitario. Eso que pagamos todos y que llevó hace unos pocos años a una brutal regulación de empleo en la que se prejubiló inicuamente a muchos profesionales del medio.

Pero parece que, con todo, sigue siendo una suerte de “sociedad de socorros mutuos” en la que participan pícaros de muy distinta ralea. En este caso concreto parecen ciertas dos cosas: la buena voluntad de los que tratan de ayudar a los que lo necesitan y que la presentadora, a falta de otros méritos mayores, ha sabido aplicarse muy bien aquello de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

“Entre todos”

Un ejemplo de la peor televisión
Luis del Palacio
jueves, 20 de marzo de 2014, 08:19 h (CET)
El hecho de que una presentadora se embolse al mes nada menos que 28.000 euros debería causar alborozo. Sería una prueba más de que los periodistas de los medios audiovisuales se salvan –al menos en parte- de las penurias que padecen los que trabajan en los medios escritos, sean de papel o digitales. Pero el problema, una vez más, es que no son todos los que están. Es dudoso que muchos de esos parlanchines que nos agobian a diario –no todos lo son, desde luego- pudieran redactar una crónica como es debido o una entrevista aceptable y, mucho menos, abordar un artículo o un reportaje.

Y esto me lleva a un viejo recuerdo: Hace muchos años en los trenes de cercanías, por lo menos en la zona madrileña, aparecía de vez en cuando un personaje –recuerdo que era un señor ya entrado en años- que repartía caramelos a los viajeros de todo el vagón. Al cabo de unos minutos, y tras haberse recorrido el tren de arriba a abajo, volvía para cobrarse el regalo y te lanzaba una parrafada sobre no sé qué rifa benéfica –benéfica para él, claro- con lo que te cobraba con creces la golosina cuando, por no hacerle un desaire, hurgabas en tu bolsillo y le comprabas una papeleta. Con suerte podías ganar un queso manchego o un chorizo de Cantimpalos. Y todos, sobre todo él, tan contentos.

Han pasado los años y no creo que esta, en el fondo inocente, forma de ganarse la vida siga produciéndose en los trenes de cercanías. Pero la historia me sirve de pretexto, adaptándola un poco, para los tiempos actuales.

El charlatán universal ha evolucionado; se ha hecho bastante más ambicioso y, si no se ha metido en política, andará con soltura no por los estrechos pasillos de los vagones, sino por los bien iluminados platós de televisión. La España de Quevedo, Mateo Alemán e incluso de Larra sobrevive gracias a las cámaras y los focos. Y es que cierto tipo de buscavidas ha descubierto que se pueden explotar los mismos resortes que movían al viajero a comprar la papeleta, pero de una manera mucho más eficaz y productiva, amplificándolos casi ad infinitum a través de ese artilugio que ya no es caja, sino más bien placa, pero que sigue siendo tan tonta como siempre.

Fruto de la alianza de un Estado indigente, tanto en lo económico como en lo ético, con un paisanaje que aún se debate entre el “con IVA o sin IVA”; en un país en el que la figura del pícaro ha ido metamorfoseándose a través de los siglos, surge un engendro que adopta la forma de programa de televisión. Su nombre, “Entre todos”, se refiere a la posibilidad que tenemos todos los ciudadanos de ayudar a un prójimo que atraviesa situaciones penosas, sobre todo en lo económico. No se trata aquí de rifar nada sino de aportar nuestro óbolo a una “causa noble”, a cambio, tal vez, de expresar en directo una parte pequeñita de nuestros sinsabores y frustraciones vitales. La moderadora, presentadora, maestra de ceremonias o comoquiera se llame a quien entretiene la cosa es como un gen mutado de aquel señor que repartía caramelos. Ya no trabaja a comisión, sino a sueldo… ¡y qué sueldo! Mil cuatrocientos euros por sesión (imagino que brutos, aunque en realidad da lo mismo).

Después de muchos meses de jugar a ser buenos (y conste que no dudo que la mayoría de los participantes espontáneos lo sean, y mucho) ha saltado la perdiz de la polémica: la semana pasada un telespectador llamó para ofrecer su ayuda en un caso concreto y, de paso, aprovechó para animar a la presentadora, Toñi Moreno, a donar el “pico” de su sueldo (400 euros) a los casos que, de lunes a viernes, se plantean en el programa. Y fue la forma en que esta reaccionó ante la petición lo que realmente la dejó en entredicho; y el lector que tenga curiosidad puede ver en Youtube los cinco minutos de video bochornoso. No sabe literalmente dónde meterse y trata de escurrir el bulto, “perdonando la vida” de su interlocutor, diciéndole, entre otras cosas, “que ya ha conseguido su momento de gloria” ¡Cómo si la gloria, de haberla, se cifrara en aparecer o no en su programa! Sólo espero que cunda el ejemplo y que en sucesivas ediciones haya más participantes que le pongan delante un espejo en que mirarse.

El programa “Entre todos” de TVE no sólo demuestra lo negativo de una televisión pública que juega a hermanita de la caridad, sino que además descubre lo que anida en su rebotica: enchufados que continúan cobrando sueldos astronómicos de un organismo público –“ente”, lo llaman- ampliamente deficitario. Eso que pagamos todos y que llevó hace unos pocos años a una brutal regulación de empleo en la que se prejubiló inicuamente a muchos profesionales del medio.

Pero parece que, con todo, sigue siendo una suerte de “sociedad de socorros mutuos” en la que participan pícaros de muy distinta ralea. En este caso concreto parecen ciertas dos cosas: la buena voluntad de los que tratan de ayudar a los que lo necesitan y que la presentadora, a falta de otros méritos mayores, ha sabido aplicarse muy bien aquello de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

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