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No todos los caminos conducen a Roma

Octavi Pereña
Octavi Pereña
jueves, 12 de octubre de 2006, 00:31 h (CET)
Desde una tierna infancia se nos ha enseñado a recitar el Padrenuestro. Esta plegaria que contiene la esencia de lo que debe incluirse en nuestras oraciones tendría que ser motivo de honda reflexión para no caer en la trampa de recitarla como si fuésemos loros que no saben lo que dicen La oración modelo que Jesús enseñó a sus discípulos cuando éstos le pidieron que les enseñase a orar comienza con estas palabras “Padre nuestro que estás en los cielos”.

Antes que nada tenemos que saber quien es el “Padre nuestro que estás en los cielos”. El apóstol Pablo nos dice que hemos de dar gloria “al Dios y Padre de Jesucristo Señor nuestro” (Romanos,15:6). De entrada, pues, el Padre nuestro que estás en el cielo es el Padre de Jesucristo. Con esto es suficiente para entender que los dioses que andan por ahí no son el Dios de quien nos habla la Biblia. Este descubrimiento nos lleva a la conclusión de que el Dios de los judíos y de los musulmanes no son el mismo Dios que es el Padre de Jesucristo porque ambas religiones no admiten la divinidad de Jesús. Por lo tanto podemos firmar que a pesar que las tres religiones utilizan la misma palabra Dios para referirse a la divinidad, no indican el mismo Ser eterno.

Todavía hay una cuestión más que hace que los musulmanes, judíos y cristianos no hablen el mismo idioma cuando se refieren a Dios. El Nuevo Testamento expone con claridad meridiana que no todos los caminos conducen a Roma. Las religiones, cada una a su manera dicen que acercan el hombre a Dios. Jesús afirma que este pensamiento no es correcto al decir de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida: Nadie va al Padre si no es por mí” (Juan,14:6). ¿Por qué Jesús puede ser tan dogmático y excluir a todas las otras opciones religiosas de ser caminos que conduzcan a los hombres a Dios? El por qué sólo es uno. El pecado separa completamente el hombre de Dios porque su santidad es incompatible con la inmundicia humana. La contaminación que produce el pecado sólo puede hacerla desaparecer la sangre de Cristo que borra todos los pecados que ensucian al ser humano. Solamente por la fe en Jesús y su obra redentora es como se limpia la corrupción espiritual que anida en el ser humano. Con el perdón de las transgresiones por la fe en el nombre de Jesús se allana el abismo que separa al hombre de Dios, con lo cual, tiene acceso directo ante su presencia.

El islamismo y el judaísmo con la negación que hacen de la divinidad de Jesús, pueden reconocerlo como personaje histórico importante, al negarle su unidad con el Padre no admiten que sea el camino que lleva al Padre que está en los cielos. Los cristianos recorremos un sendero distinto. En un sentido espiritual no podemos ir cogidos del brazo con judíos e islámicos.

El hecho de que el Dios de los cristianos no sea el mismo Dios que el de las otras religiones no permite que los cristianos se unan en plegaria con los fieles de otras fes. Esto no quiere decir que no se puedan tener buenas relaciones sociales con ellos. La doctrina cristiana y el ejemplo de Jesús impide que los seguidores de Cristo siembren enemistades. El consejo de Pablo es bien elocuente: “Si es posible, en cuando dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”. Si el judío o el musulmán considera que el cristiano es su enemigo, esto es un problema de su incumbencia. Los discípulos de Jesús no podemos discriminar a nadie por motivos religiosos. Hemos de dejar bien claro, pero, para no confundir a la gente en materia tan importante como lo es la cuestión de la salvación que no todos los caminos conducen a Roma.

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