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Opinión
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"La serena razón huye de todo extremismo y anhela la prudencia moderada", Molière

El justo término medio

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Que nuestro país es un país de extremos no es algo que nos lo tengan que advertir. Por naturaleza, por carácter, por nuestros genes e idiosincrasia, los españoles siempre hemos sido dados a exagerar las cosas, expresarnos en voz alta, discutir acaloradamente, porque cada uno de nosotros existe un “estadista”, un “revolucionario”, “ un filósofo” o un “gobernante” y, si no me creen, vayan ustedes a cualquier bar de copas, cafetucho, tertulia de amigos, peña taurina o futbolística y podrá apreciar, directamente, como los contertulios expresan sus opiniones con la vehemencia y seguridad con la que lo haría cualquier experto en la materia. ¡Todos seriamos capaces de hacerlo mejor!.

Pero todo ello se conjuga con otro de los defectos más comunes entre nuestra raza: no sabemos perder, no aceptamos que el otro pueda tener razón o que nos haya vencido en un duelo dialéctico; lo que conduce, indefectiblemente, a lo que se llama “el mal perder”, el romper la baraja o el tirar el cubilete de los dados contra la vitrina de la casa. Algunos, incluso, se levantan exasperados y abandonan la tertulia, con aquella pos ofendida tan propia del que considera que, los que se quedan sentados en sus sillas, no son dignos de que se pierda más tiempo con ellos pretendiendo “enseñarles” lo que su “ignorancia supina” les impide comprender. Si, señores, como decía el insigne Eduardo Marquina, por medio del capitán Diego de Acuña, en su obra “En Flandes se apuesto el Sol”: “España y yo somos así, señora”.

Y así, por esta idiosincrasia de nuestro pueblo, nos encontramos como nos encontramos. Sale un señor Mas, después de unas elecciones en las que la formación política CIU ha perdido 12 escaños y apela al extremismo: ¡Hay que convertir a Catalunya en una nación libre, autónoma, independiente y, como no, formando parte de la Europa comunitaria, como el séptimo país más fuerte económicamente! Señores, ya nos hemos encontrado con el extremista que, vapuleado por los electores, pretende salvarse tocando la fibra sensible de los catalanes, intentando venderles que el resto de España los esta “robando”. ¡A bodas nos convidas!, piensa el señor Junqueras y sus seguidores de la izquierda independentista de siempre. Y, ni cortos ni perezosos, le cogen la palabra al inconsciente Mas, un simple peón del clan Pujol, y empiezan a jalear la consigna y exigir concreciones para que el infeliz no se pueda salir del cepo y tenga que mantenerse en sus trece. De extremista a extremista, ya no hay quien pueda detener la bola de nieve. ¡Diálogo!, braman aturdidos los mojigatos del Gobierno, diálogo repiten todos sabiendo que no hay posibilidad alguna de llegar a un acuerdo, cuando las velas de la concordia se han quemado y todas las ratas han abandonado el barco de la concordia.

¡Democracia! argumenta un Mas, sabedor que no tiene escapatoria y, una a una, sus pretensiones de internacionalizar el conflicto se le van esfumando a medida que, desde Europa, educadamente, le van dando la famosa “patada de Charlot”. ¡Derecho a decidir!, ¡derecho a decidir!, claman a una sola voz aquellos que todavía no han averiguado qué es lo que hay que decidir; pero, si lo dicen Mas, Juncadella y los Pujol, por algo será. La séptima potencia económica de Europa que es incapaz de pagar a sus proveedores, que debe acudir al FLA y demandar más ayuda del Gobierno Central, porque no puede sostener la Seguridad Social ni pagar a los 500.000 parados que tienen en Catalunya. ¿Son estos sus poderes señor Mas o sus servidumbres?.

¿Y qué pasa con la Europa que nos prometió, señor Mas? Mas pone cara de póker y dice: “No os impacientéis, que las cosas de Catalunya van despacio, yo os prometí Europa, pero no dije cómo ni cuando", pero… esto ya cambia, no es lo que nos prometió y nosotros somos empresarios, tenemos que vender, debemos pertenecer al euro y a Europa porque, en caso contrario, será nuestra ruina. ¡Todo por la independencia!, ruge el capitoste Juncadella, si hay que pagar más impuestos se pagan; si debemos compartir la miseria, se comparte; si nosotros debemos emigrar de Catalunya para irnos a las islas Caiman o a Mónaco, lo hacemos, al fin y al cabo nuestros ancestros de la Guerra Civil ya lo hicieron, llevándose el botín de las tropelías que cometieron. Pero y ¿nosotros, los ciudadanos de a pie, cómo vamos a subsistir; cómo, rodeados de fronteras y cargados de tasas aduaneras, vamos a poder competir con el resto de naciones? Mas frunce las cejas, entorna los ojos y eleva el dedo hacia el Cielo: ¿Dónde está el seny y la raucha de los catalanes, dónde el espíritu de lucha del 14 de noviembre de 1.917; donde la conformidad de las columnas de bravos luchadores que abandonaron Barcelona, en 1939, sin tirar un tiro para oponerse a las tropas de Franco, que entraban triunfantes en Barcelona, para entregarse en manos de la gendarmería francesa?.

¡Diálogo y más diálogo es lo que se precisa! Insiste machaconamente el ministro de Asuntos Exteriores, señor Margallo como si en realidad fuera a él, como ministro plenipotenciario, a quien compitiese el entablar relaciones diplomáticas con el “nuevo estado catalán”. ¿No habíamos quedado que era un asunto interno de España? Hubiéramos pensado que era un simple tema del ministerio de Justicia o del de Interior o, en último caso, del Ejército pero ¿del ministro de AA.EE? ¡Nos deja usted pasmados señor ministro! Y ya puestos ¿quiere usted decirnos de qué se debe dialogar con los catalanes? porque, a simple vista, no parece que ellos quieran hablar de otra cosa que no sea de la independencia, del derecho a decir, de su particular concepto de lo que es democracia y, parece que, de lo del pacto fiscal nos hace el efecto de que ya no quieren decir ni mu.

Y de extremismo a extremismo, de empecinamiento a empecinamiento; el señor Rubalcaba y su banda socialista, empeñados en que España regrese al periodo en el que su jefe y él se las compusieron para llevar al país al borde de la quiebra ¡Estos también piden diálogo y más diálogo!, sólo que se han aprendido la cantinela del señor Pere Navarro, del PSC y han encontrado el medio de no formar tándem con el PP en eso de los nacionalismos, no fuera que se les pudiera pegar la costumbre de congeniar con sus eternos enemigos de derechas. Ahora se trata de pedir un cambio de la Constitución para intentar satisfacer a los independentistas de Catalunya sólo que ofreciéndoles lo que ya tienen ahora con el sistema autonómico; sólo que con otro nombre: ¡estado federal! ¿Les suena? Los mismos perros con distintos collares. Claro que los otros, que son separatistas pero no tontos, no han picado y los han dejado más solos que la una con su invento. Mal lo tiene don Alfredo Pérez. Parece que todos sus trucos y maldades no sirven ya para nada mas que para ir cavando, cada vez con mayor rapidez, su propia tumba política. ¡RIP!.

¿Somos distintos los españoles? Pues deberemos reconocer que sí, porque parece que las izquierdas se sienten más molestas a medida que, aún en fase larvaria, las cosas de la economía del país, de su bolsa, de la situación de sus bancos e incluso de sus empresas va mejorando. Claro, porque saben que si el PP consigue superar la crisis, sus bravatas y sus pronósticos quedarán en donde es habitual que queden: en el estercolero del mayor ridículo de su historia. O así es como veo yo, señores, la situación del país.

El justo término medio

"La serena razón huye de todo extremismo y anhela la prudencia moderada", Molière
Miguel Massanet
viernes, 10 de enero de 2014, 08:43 h (CET)
Que nuestro país es un país de extremos no es algo que nos lo tengan que advertir. Por naturaleza, por carácter, por nuestros genes e idiosincrasia, los españoles siempre hemos sido dados a exagerar las cosas, expresarnos en voz alta, discutir acaloradamente, porque cada uno de nosotros existe un “estadista”, un “revolucionario”, “ un filósofo” o un “gobernante” y, si no me creen, vayan ustedes a cualquier bar de copas, cafetucho, tertulia de amigos, peña taurina o futbolística y podrá apreciar, directamente, como los contertulios expresan sus opiniones con la vehemencia y seguridad con la que lo haría cualquier experto en la materia. ¡Todos seriamos capaces de hacerlo mejor!.

Pero todo ello se conjuga con otro de los defectos más comunes entre nuestra raza: no sabemos perder, no aceptamos que el otro pueda tener razón o que nos haya vencido en un duelo dialéctico; lo que conduce, indefectiblemente, a lo que se llama “el mal perder”, el romper la baraja o el tirar el cubilete de los dados contra la vitrina de la casa. Algunos, incluso, se levantan exasperados y abandonan la tertulia, con aquella pos ofendida tan propia del que considera que, los que se quedan sentados en sus sillas, no son dignos de que se pierda más tiempo con ellos pretendiendo “enseñarles” lo que su “ignorancia supina” les impide comprender. Si, señores, como decía el insigne Eduardo Marquina, por medio del capitán Diego de Acuña, en su obra “En Flandes se apuesto el Sol”: “España y yo somos así, señora”.

Y así, por esta idiosincrasia de nuestro pueblo, nos encontramos como nos encontramos. Sale un señor Mas, después de unas elecciones en las que la formación política CIU ha perdido 12 escaños y apela al extremismo: ¡Hay que convertir a Catalunya en una nación libre, autónoma, independiente y, como no, formando parte de la Europa comunitaria, como el séptimo país más fuerte económicamente! Señores, ya nos hemos encontrado con el extremista que, vapuleado por los electores, pretende salvarse tocando la fibra sensible de los catalanes, intentando venderles que el resto de España los esta “robando”. ¡A bodas nos convidas!, piensa el señor Junqueras y sus seguidores de la izquierda independentista de siempre. Y, ni cortos ni perezosos, le cogen la palabra al inconsciente Mas, un simple peón del clan Pujol, y empiezan a jalear la consigna y exigir concreciones para que el infeliz no se pueda salir del cepo y tenga que mantenerse en sus trece. De extremista a extremista, ya no hay quien pueda detener la bola de nieve. ¡Diálogo!, braman aturdidos los mojigatos del Gobierno, diálogo repiten todos sabiendo que no hay posibilidad alguna de llegar a un acuerdo, cuando las velas de la concordia se han quemado y todas las ratas han abandonado el barco de la concordia.

¡Democracia! argumenta un Mas, sabedor que no tiene escapatoria y, una a una, sus pretensiones de internacionalizar el conflicto se le van esfumando a medida que, desde Europa, educadamente, le van dando la famosa “patada de Charlot”. ¡Derecho a decidir!, ¡derecho a decidir!, claman a una sola voz aquellos que todavía no han averiguado qué es lo que hay que decidir; pero, si lo dicen Mas, Juncadella y los Pujol, por algo será. La séptima potencia económica de Europa que es incapaz de pagar a sus proveedores, que debe acudir al FLA y demandar más ayuda del Gobierno Central, porque no puede sostener la Seguridad Social ni pagar a los 500.000 parados que tienen en Catalunya. ¿Son estos sus poderes señor Mas o sus servidumbres?.

¿Y qué pasa con la Europa que nos prometió, señor Mas? Mas pone cara de póker y dice: “No os impacientéis, que las cosas de Catalunya van despacio, yo os prometí Europa, pero no dije cómo ni cuando", pero… esto ya cambia, no es lo que nos prometió y nosotros somos empresarios, tenemos que vender, debemos pertenecer al euro y a Europa porque, en caso contrario, será nuestra ruina. ¡Todo por la independencia!, ruge el capitoste Juncadella, si hay que pagar más impuestos se pagan; si debemos compartir la miseria, se comparte; si nosotros debemos emigrar de Catalunya para irnos a las islas Caiman o a Mónaco, lo hacemos, al fin y al cabo nuestros ancestros de la Guerra Civil ya lo hicieron, llevándose el botín de las tropelías que cometieron. Pero y ¿nosotros, los ciudadanos de a pie, cómo vamos a subsistir; cómo, rodeados de fronteras y cargados de tasas aduaneras, vamos a poder competir con el resto de naciones? Mas frunce las cejas, entorna los ojos y eleva el dedo hacia el Cielo: ¿Dónde está el seny y la raucha de los catalanes, dónde el espíritu de lucha del 14 de noviembre de 1.917; donde la conformidad de las columnas de bravos luchadores que abandonaron Barcelona, en 1939, sin tirar un tiro para oponerse a las tropas de Franco, que entraban triunfantes en Barcelona, para entregarse en manos de la gendarmería francesa?.

¡Diálogo y más diálogo es lo que se precisa! Insiste machaconamente el ministro de Asuntos Exteriores, señor Margallo como si en realidad fuera a él, como ministro plenipotenciario, a quien compitiese el entablar relaciones diplomáticas con el “nuevo estado catalán”. ¿No habíamos quedado que era un asunto interno de España? Hubiéramos pensado que era un simple tema del ministerio de Justicia o del de Interior o, en último caso, del Ejército pero ¿del ministro de AA.EE? ¡Nos deja usted pasmados señor ministro! Y ya puestos ¿quiere usted decirnos de qué se debe dialogar con los catalanes? porque, a simple vista, no parece que ellos quieran hablar de otra cosa que no sea de la independencia, del derecho a decir, de su particular concepto de lo que es democracia y, parece que, de lo del pacto fiscal nos hace el efecto de que ya no quieren decir ni mu.

Y de extremismo a extremismo, de empecinamiento a empecinamiento; el señor Rubalcaba y su banda socialista, empeñados en que España regrese al periodo en el que su jefe y él se las compusieron para llevar al país al borde de la quiebra ¡Estos también piden diálogo y más diálogo!, sólo que se han aprendido la cantinela del señor Pere Navarro, del PSC y han encontrado el medio de no formar tándem con el PP en eso de los nacionalismos, no fuera que se les pudiera pegar la costumbre de congeniar con sus eternos enemigos de derechas. Ahora se trata de pedir un cambio de la Constitución para intentar satisfacer a los independentistas de Catalunya sólo que ofreciéndoles lo que ya tienen ahora con el sistema autonómico; sólo que con otro nombre: ¡estado federal! ¿Les suena? Los mismos perros con distintos collares. Claro que los otros, que son separatistas pero no tontos, no han picado y los han dejado más solos que la una con su invento. Mal lo tiene don Alfredo Pérez. Parece que todos sus trucos y maldades no sirven ya para nada mas que para ir cavando, cada vez con mayor rapidez, su propia tumba política. ¡RIP!.

¿Somos distintos los españoles? Pues deberemos reconocer que sí, porque parece que las izquierdas se sienten más molestas a medida que, aún en fase larvaria, las cosas de la economía del país, de su bolsa, de la situación de sus bancos e incluso de sus empresas va mejorando. Claro, porque saben que si el PP consigue superar la crisis, sus bravatas y sus pronósticos quedarán en donde es habitual que queden: en el estercolero del mayor ridículo de su historia. O así es como veo yo, señores, la situación del país.

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