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Mi felicitación de Navidad

Francisco Rodríguez
sábado, 14 de diciembre de 2013, 11:42 h (CET)
Tengo la impresión que cada año comienza antes la campaña publicitaria de los artículos que debemos comprar y consumir con motivo de la Navidad, aunque referencias expresas al nacimiento de Jesús no sean muchas y abunden más los símbolos luminosos de la nieve, del abeto o de ese personaje gordo, vestido de rojo, que hemos importado de otras latitudes. Hay una decidida intención de eliminar cualquier sentido religioso de las fiestas que celebra la Iglesia a lo largo del año para sustituirlo por fiestas de invierno, de primavera o de Halloween, la más reciente importación de una extraña y repelente celebración.

El laicismo rampante que padecemos sabe muy bien que ese Niño Jesús que se coloca en un belén de corcho y figuritas, es el mismo Jesús que predicó la llegada del Reino de Dios a los pobres y a los pecadores y criticó con dureza a los que se creían justos y a los que ponían su corazón en las riquezas. La gente importante de su tiempo que, si esperaba algo no era aquella clase de Mesías, terminó por darle muerte.

El evangelio molesta a quienes se les habla de amor al prójimo, incluidos los enemigos, de solidaridad con los pobres, de lucha por la justicia y la equidad, de la necesidad de una vida austera y virtuosa. Mejor que no se difundan tales ideas, mejor que consuman cada vez más cosas, gocen de más placeres, tengan menos responsabilidades, que vuelva pronto el estado de bienestar que nos cuide de la cuna a la tumba o mejor, no hablemos de la tumba  sino del derecho a morir con dignidad, cuyo significado es que te eliminen con un sedante poderoso.

Ese Jesús que nació en un establo de Belén, murió en una cruz y resucitó al tercer día, encargó a sus discípulos, a los que le vieron resucitado, que fueran a todo el mundo a predicar el evangelio, mandato que ha llegado, por su testimonio,  hasta nosotros, los que hemos creído en Él. Ya nos advirtió que no sería una tarea fácil seguir sus pasos, que lo mismo que el mundo lo odió a Él, el mundo nos odiaría a nosotros.

Jesús prometió el Reino de los cielos y llamó dichosos a los pobres, a los pacíficos, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los que trabajan por la paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Todos estos valores no son los que se cotizan en las bolsas del mundo que está más preocupado por el control del sistema financiero, la explotación de las riquezas, incluidas las personas, el control de la natalidad, el calentamiento global, etc. etc.

Esta mi reflexión sobre la Navidad es la felicitación que envío a quienes me lean, seguramente les resultará extraña, pero me parece más fiel al mensaje de Jesús. La alegría del Evangelio es el anuncio de la llegada del Reino de Dios al corazón de cada persona que esté dispuesta al seguimiento de Jesús para entrar en la vida eterna.

(¿Que no cree en la vida eterna? De eso saldrá de dudas cuando menos lo espere).


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