El catolicismo dio un gran paso adelante gracias a la genial intuición de san Juan XXIII: la convocatoria de un concilio ecuménico que diera respuesta a tantas incertidumbres y dificultades, también y sobre todo en el plano espiritual. Antes y después del Concilio Vaticano II, se produjo un inédito crecimiento de la información religiosa en todas partes, que quizá no contribuyó a la asimilación de la renovación construida en las naves de la basílica de san Pedro. Las batallas actuales presentan demasiados elementos comunes con las del postconcilio.
La crisis universal de los sesenta tuvo acento propio en España, donde se produjo un desarrollo económico sin libertades ciudadanas, que no presagiaba nada bueno para la convivencia pacífica en el posfranquismo. Franco había ganado la guerra, pero perdía cada vez más claramente la paz. Basta pensar en las protestas universitarias y laborales, o en la asamblea conjunta de obispos y sacerdotes ya al comienzo de los setenta. Había mucho miedo al futuro. Lo experimenté en el verano de 1974, cuando tanto se temió por la salud del General: varios padres vinieron a llevarse a sus hijos de una actividad formativa que dirigía en un precioso y apacible lugar de la sierra norte de Madrid.