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Pensar desde el nivel de los más pobres

El compromiso que se pide a los cristianos no consiste exclusivamente en programas de promoción
Francisco Rodríguez
sábado, 7 de diciembre de 2013, 21:18 h (CET)
Hace muchos años, cuando aún era joven y me reunía con otros jóvenes para hablar de todo lo divino y lo humano, un buen amigo nos dijo que los cristianos teníamos que ver todas las cuestiones sociales desde el nivel de los que menos saben, menos tienen y menos pueden, es decir de los más pobres.

He de reconocer que aquel consejo quedó olvidado en algún rincón de mi memoria y, a menudo, mi juicio sobre tantas y tantas cuestiones lo he realizado desde el nivel de mi situación y de mis intereses personales.

Pero al leer La Alegría del Evangelio del Papa Francisco, aquel recuerdo de juventud estalló con fuerza en mi conciencia. Dice el Papa que, de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad y que cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad.

Nos dice que la Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar el clamor de los pobres brota de la acción de la gracia en cada uno de los cristianos que están llamados a cooperar tanto para resolver las causas estructurales de la pobreza y promover el desarrollo integral de los pobres, como a realizar los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias que encontramos en nuestro entorno.

Según el Papa la solidaridad es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad, sino que supone pensar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Es lo que decía mi amigo, hace tantos años, ver todas las cuestiones sociales desde el nivel de los más pobres.

Parece que lo que impera es el feroz individualismo de todos contra todos y la formación de ruidosos colectivos reivindicativos de sus propios intereses. Pensar en que todos, ricos y pobres, acomodados y sin empleo, emigrantes y nacionales, jóvenes y viejos, formamos una única comunidad humana, de la que no podemos excluir a nadie, representa un reto formidable para todos los cristianos y para cualquier persona de buena voluntad.

No se trata de asegurar la comida, dice el Papa, sino que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno, lo que implica educación, cuidado de la salud y sobre todo trabajo libre, creativo, participativo y solidario y un salario justo que permita acceder a los bienes destinados al uso común.

El compromiso que se pide a los cristianos no consiste exclusivamente en programas de promoción y asistencia, sino ante todo una atención puesta en el otro al que se considera como a uno mismo.

Afirma el Papa que, mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema.

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