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La acción de cualquier gobierno sólo se legitima cuando está al servicio del bien común

¿Quién busca el bien común?

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La acción de cualquier gobierno sólo se legitima cuando está al servicio del bien común, es decir, de todos los ciudadanos y busca soluciones de equilibrio entre los distintos intereses de todos ellos. Como siempre pueden existir diversas soluciones para unos mismos problemas, parece adecuado y útil que existan distintas formaciones políticas que puedan ofrecerlas a los ciudadanos, para que elijan la que les parezca más adecuada, sin que pueda entenderse que la mitad más uno de los votos puede vulnerar los derechos de la otra mitad menos uno.

Esto, que me parece bastante claro, no es realmente lo que sucede. Las formaciones políticas no ofrecen ningún catálogo de soluciones sino una vaga y confusa ideología orientativa de sus proyectos marcada con el simplificador marchamo de derecha o izquierda. El centro no pasa de ser un punto teórico variable para invocarlo cuando convenga.

Si observamos lo que hacen las distintas formaciones políticas en sus feudos de poder encontramos un indudable parecido. Todas se creen legitimadas para legislar, gastar y gravar a los ciudadanos. Todas quieren manejar la economía, las finanzas, la educación o la sanidad y todas se consideran impunes de los desastres que hayan podido causar con sus desaciertos y lo que me parece más grave: tratan de hacer pasar como beneficioso para los ciudadanos lo que, en verdad, es beneficioso sobre todo para ellos, los políticos y sus partidos.

En lugar de una honrada propuesta de soluciones a los problemas y de leal colaboración con los demás, lo que se ofrece es una retórica cargada de enemistad e incluso de odio al contrario. No me parece nada democrático querer destruir al adversario por todos los medios a su alcance, incluida la movilización callejera, pues el adversario, en principio, representa a sus votantes, es decir, a una parte de los ciudadanos a los que viene obligado a servir todo gobierno, sea del color que sea.

El parlamento no me parece un modelo de diálogo constructivo, sino un diálogo de sordos, bronco y descortés casi siempre. Los que se dicen unos a otros, nuestros representantes, no busca consensos ni soluciones en beneficio del bien común sino la continuación de la campaña electoral, sustituir al gobierno o desgastar a la oposición. Poco edificante todo ello.

Las tertulias que nos ofrecen los medios de comunicación, con su manía de pluralidad, son, casi siempre, la continuación del bochornoso espectáculo del enfrentamiento de los partidos, pues los que acuden a ellas van a repetir los argumentos de sus propias formaciones políticas, pero de forma gritona, interrumpiéndose unos a otros que parece van a llegar a las manos, aunque todo quede en nada. Cuando asiste alguna persona independiente que expone su propio juicio se agradece.

Los que ya somos viejos y esperábamos ilusionados la llegada de la democracia pensábamos que iba a ser otra cosa, que podríamos elegir a las personas que nos representarían para buscar soluciones a los problemas, pero en realidad lo que elegimos es partidos que, a menudo, no resuelven nuestros problemas sino que nos crean otros nuevos, que quieren otorgarnos “nuevos derechos” en lugar de respetar los que nos corresponden como personas y como familias y tantas otras cosas que podíamos añadir y que sin duda comentaremos otro días.

¿Quién busca el bien común?

La acción de cualquier gobierno sólo se legitima cuando está al servicio del bien común
Francisco Rodríguez
miércoles, 13 de noviembre de 2013, 08:04 h (CET)
La acción de cualquier gobierno sólo se legitima cuando está al servicio del bien común, es decir, de todos los ciudadanos y busca soluciones de equilibrio entre los distintos intereses de todos ellos. Como siempre pueden existir diversas soluciones para unos mismos problemas, parece adecuado y útil que existan distintas formaciones políticas que puedan ofrecerlas a los ciudadanos, para que elijan la que les parezca más adecuada, sin que pueda entenderse que la mitad más uno de los votos puede vulnerar los derechos de la otra mitad menos uno.

Esto, que me parece bastante claro, no es realmente lo que sucede. Las formaciones políticas no ofrecen ningún catálogo de soluciones sino una vaga y confusa ideología orientativa de sus proyectos marcada con el simplificador marchamo de derecha o izquierda. El centro no pasa de ser un punto teórico variable para invocarlo cuando convenga.

Si observamos lo que hacen las distintas formaciones políticas en sus feudos de poder encontramos un indudable parecido. Todas se creen legitimadas para legislar, gastar y gravar a los ciudadanos. Todas quieren manejar la economía, las finanzas, la educación o la sanidad y todas se consideran impunes de los desastres que hayan podido causar con sus desaciertos y lo que me parece más grave: tratan de hacer pasar como beneficioso para los ciudadanos lo que, en verdad, es beneficioso sobre todo para ellos, los políticos y sus partidos.

En lugar de una honrada propuesta de soluciones a los problemas y de leal colaboración con los demás, lo que se ofrece es una retórica cargada de enemistad e incluso de odio al contrario. No me parece nada democrático querer destruir al adversario por todos los medios a su alcance, incluida la movilización callejera, pues el adversario, en principio, representa a sus votantes, es decir, a una parte de los ciudadanos a los que viene obligado a servir todo gobierno, sea del color que sea.

El parlamento no me parece un modelo de diálogo constructivo, sino un diálogo de sordos, bronco y descortés casi siempre. Los que se dicen unos a otros, nuestros representantes, no busca consensos ni soluciones en beneficio del bien común sino la continuación de la campaña electoral, sustituir al gobierno o desgastar a la oposición. Poco edificante todo ello.

Las tertulias que nos ofrecen los medios de comunicación, con su manía de pluralidad, son, casi siempre, la continuación del bochornoso espectáculo del enfrentamiento de los partidos, pues los que acuden a ellas van a repetir los argumentos de sus propias formaciones políticas, pero de forma gritona, interrumpiéndose unos a otros que parece van a llegar a las manos, aunque todo quede en nada. Cuando asiste alguna persona independiente que expone su propio juicio se agradece.

Los que ya somos viejos y esperábamos ilusionados la llegada de la democracia pensábamos que iba a ser otra cosa, que podríamos elegir a las personas que nos representarían para buscar soluciones a los problemas, pero en realidad lo que elegimos es partidos que, a menudo, no resuelven nuestros problemas sino que nos crean otros nuevos, que quieren otorgarnos “nuevos derechos” en lugar de respetar los que nos corresponden como personas y como familias y tantas otras cosas que podíamos añadir y que sin duda comentaremos otro días.

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