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Ser abuelos hoy

Francisco Rodríguez
sábado, 9 de noviembre de 2013, 09:15 h (CET)

Las variadas crisis que todos soportamos y sufrimos nos afectan a cada uno según su especial situación en la vida. Hoy quiero fijarme especialmente en los mayores, en los abuelos, en los que fueron jubilados y van acumulando años y achaques.

Hace mucho tiempo que la convivencia de varias generaciones en un mismo hogar ─abuelos, tías solteras, hijos y nietos─ pasó a la historia. La incorporación de la mujer al trabajo y las nuevas situaciones en cuanto a viviendas y desplazamientos hacen imposible aquellas formas de vida.

Los abuelos suelen ser a menudo los que han de hacerse cargo de los nietos para llevarlos y traerlos de la guardería, o del colegio, hasta que los padres van a recogerlos. Abuelos-canguro gratuitos si los padres salen o se ausentan. Bregar con niños pequeños cuando se es joven es muy diferente a hacerlo cuando se es mayor y sin  piernas para alcanzarlos si echan a correr en la calle o el parque.

Si los abuelos están achacosos y necesitan cuidados, los hijos ven con buenos ojos que pasen a una residencia, aunque tengan que aportar algo de dinero para pagar la mensualidad, ya que la pensión muchas veces resulta insuficiente. Visitarlos con frecuencia, pues a veces sí y a veces no.

Los problemas de desempleo han hecho imposible en muchos casos la aportación de los hijos para la residencia de sus padres, por lo que los han sacado de ella y su pensión sirve a menudo para mitigar la escasez de ingresos de esos mismos hijos.

También los mayores se encuentran con hijos que pasan los años y no se deciden a abandonar la casa de sus padres o vuelven a ella después de quedarse sin trabajo o romperse alguna relación sentimental. La frágil y maltratada institución familiar resulta ser la solución o el alivio de los problemas que con tanta frecuencia se plantean hoy.

Una causa de sufrimiento para los mayores es ver el fracaso de algún hijo en su matrimonio, las posteriores relaciones, los nietos que van y vienen de un progenitor a otro, la obligación de aceptar las nuevas situaciones y el deseo de atenderlos y acogerlos.

Los mayores, los abuelos, que son creyentes y trataron de educar a sus hijos en la misma fe, quedan desconcertados cuando los ven alejados de cualquier práctica religiosa, viviendo en pareja sin casarse o dejando de bautizar a sus hijos. Unos llegan a una especie de resignada conformidad: son otros tiempos. Otros se preguntan, con desazón, en qué se han equivocado, si han educado mal, si han fallado en sus vidas. Pero los padres educamos a los hijos solo en parte, pues, a medida que crecen, son libres para decidir sobre todo lo que le ofrece la sociedad en que les toca vivir, con sus aciertos y sus errores. Si se sembró buena semilla algún día dará su fruto.

No hay manera de retroceder en el tiempo para actuar de otra forma, pero los padres y los abuelos siempre tenemos que amar a  sus hijos y nietos, sean como sean, pensando que por mucho que ellos los quieran Dios los quiere aún más. Por tanto tendremos que encomendarlos calladamente a su misericordia. Todo lo que Dios permite que ocurra será para nuestro bien, aunque sus decisiones sean insondables e  irrastreables sus caminos.

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