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Los nuevos zombies dejan de ser muertos vivientes para convertirse en vivos moribundos que es justo eliminar

Capitalismo zombie

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Los zombies están de moda. Marchas, festivales, series de TV... hasta los derechos arrebatados se reivindican entre coreografías zombies. Pero la moda, como el lenguaje, nunca es inocente. Las modas imperantes se validan por los prescriptores de unos referentes morales y éticos simultáneos a cada momento histórico. La instintiva muchedumbre no sólo resulta abominable, es individualista, carece de legitimidad, no persigue la consecución de logros colectivos o causa alguna. Son naturalmente malos frente a una minoría capaz de cambiar su destino. En el Apocalipsis zombie no hay perspectiva ni esperanza. Sólo existe el hoy, basta con sobrevivir hasta el día siguiente y los únicos valores a preservar son patrimonio de la minoría elitista. Los zombies dejan de ser muertos vivientes, para convertirse en vivos moribundos que es justo eliminar.

El capitalismo supo instaurar sus reglas con aparente cara amable. Su coartada es el engaño, la declinación de la razón por una propaganda pacífica, absoluta, inmanente, inevitable, excluyente de todo antagónico. Es muy consciente de la condición sumisa y creyente de sus víctimas, de su deseducación. El hombre sencillo no es capaz de advertir la deformación de su conciencia, la silenciada lucha, la eterna guerra en la sombra. Todo el error y la mentira de la lucha de clases consiste en eludirla en primer término, en silenciarla, en instaurar una versión de la realidad como si aquella no existiera.

Ganada esta partida, el nuevo fundamentalismo se muestra sin complejos. Insolente, deshumanizado, ya no precisa disfraz. Arroja a la sociedad a la calle alimentándola con promesas y dilaciones. Los pueblos ven cómo se laminan sus derechos, cómo se apropian de sus activos, cómo sus minorías siguen embolsándose ganancias fabulosas y no dejan de engañarles. Es éste un caprichoso juego por el reparto del botín, de los beneficios que proporciona la dominación mundial, por los ventajosos mercados del capital financiero y bancario, por el patrimonio de los países, por su estrangulamiento. Con la revolución aristocrática global no sólo desaparece lo Público. Tampoco hay ciencia, materialismo histórico, bien común o principio de contradicción. Supervivencia y capillas personales constituyen el Estado devorado, la putrefacción de la sociedad.

Capitalismo zombie

Los nuevos zombies dejan de ser muertos vivientes para convertirse en vivos moribundos que es justo eliminar
Alex Vidal
martes, 29 de octubre de 2013, 08:58 h (CET)
Los zombies están de moda. Marchas, festivales, series de TV... hasta los derechos arrebatados se reivindican entre coreografías zombies. Pero la moda, como el lenguaje, nunca es inocente. Las modas imperantes se validan por los prescriptores de unos referentes morales y éticos simultáneos a cada momento histórico. La instintiva muchedumbre no sólo resulta abominable, es individualista, carece de legitimidad, no persigue la consecución de logros colectivos o causa alguna. Son naturalmente malos frente a una minoría capaz de cambiar su destino. En el Apocalipsis zombie no hay perspectiva ni esperanza. Sólo existe el hoy, basta con sobrevivir hasta el día siguiente y los únicos valores a preservar son patrimonio de la minoría elitista. Los zombies dejan de ser muertos vivientes, para convertirse en vivos moribundos que es justo eliminar.

El capitalismo supo instaurar sus reglas con aparente cara amable. Su coartada es el engaño, la declinación de la razón por una propaganda pacífica, absoluta, inmanente, inevitable, excluyente de todo antagónico. Es muy consciente de la condición sumisa y creyente de sus víctimas, de su deseducación. El hombre sencillo no es capaz de advertir la deformación de su conciencia, la silenciada lucha, la eterna guerra en la sombra. Todo el error y la mentira de la lucha de clases consiste en eludirla en primer término, en silenciarla, en instaurar una versión de la realidad como si aquella no existiera.

Ganada esta partida, el nuevo fundamentalismo se muestra sin complejos. Insolente, deshumanizado, ya no precisa disfraz. Arroja a la sociedad a la calle alimentándola con promesas y dilaciones. Los pueblos ven cómo se laminan sus derechos, cómo se apropian de sus activos, cómo sus minorías siguen embolsándose ganancias fabulosas y no dejan de engañarles. Es éste un caprichoso juego por el reparto del botín, de los beneficios que proporciona la dominación mundial, por los ventajosos mercados del capital financiero y bancario, por el patrimonio de los países, por su estrangulamiento. Con la revolución aristocrática global no sólo desaparece lo Público. Tampoco hay ciencia, materialismo histórico, bien común o principio de contradicción. Supervivencia y capillas personales constituyen el Estado devorado, la putrefacción de la sociedad.

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