Hoy se cumple un lustro de aquél fatídico día en que el mundo libre pudo asistir, en directo y a través de la televisión, entre atónito y horrorizado, al mayor ataque terrorista jamás perpetrado. Porque la estupefacción y el horror fueron, sin duda, los primeros sentimientos de todos cuantos vimos a aquellas dos gigantes torres, heridas ya de muerte, siendo consumidas por las llamas. Posteriormente algunos se declararían en vilo “ante la reacción de Bush” y otros incluso llegarían a regocijarse en su fuero interno –e incluso externo- ante el mayor ataque perpetrado contra Occidente, contra la libertad. La alianza antisistema ya estaba en marcha. Los liberticidas ya estaban, nuevamente, afilando sus armas... O sus plumas…
Era mediodía en España cuando el segundo avión impactó contra la segunda torre del World Trade Center. Ya no había dudas. Aquello no podía ser un accidente aéreo. Tenía que ser un atentado terrorista. Y el mundo entero se paralizó.
Después aquella otra aeronave estrellándose contra el Pentágono y aquél avión, el United 93, cuyos pasajeros han pasado a la historia – y al cine gracias a una magnífica película cuyo visionado resulta imprescindible después de cinco años de intoxicación y manipulación antiamericana- por haberse enfrentado a los terroristas y haber evitado con ello una catástrofe aún mayor.
El 11 de septiembre de 2001 ya había entrado en la Historia como el día en que unos fanáticos religiosos declararon la guerra santa (Yihad) a Occidente. Fue el día en que cambiaron nuestras vidas. El día en que los terroristas golpearon a los norteamericanos en el sitio en que más seguros se sentían: su casa. Fue también el día en que asistimos en directo al cierre de todo el espacio aéreo norteamericano. Y a la terrible caída de ambas torres. Y al desconcierto, a los gritos, al dolor y después… al silencio y al llanto.
Pronto vimos las primeras imágenes, difundidas también por los medios, de un chico de apariencia muy normal y de clase medio-alta, de nombre Mohammed Atta, pasando controles rutinarios en el aeropuerto. Era el cabecilla de los terroristas.
Fue aquel año cuando a muchos occidentales les empezó a resultar conocido el nombre de Ben Laden (cuya imagen vieron todos en televisión reivindicando los atentados -y Al Andalus, no se olvide-), pese a que ya estaba en la lista de los más buscados desde muchos años antes. Y empezó a hablarse de Al Qaeda, esa franquicia del terror. 2001 fue el año en que algunos europeos y casi todos los norteamericanos, anestesiados por la falsa sensación de seguridad que habían tenido durante la Guerra Fría y los años posteriores a la caída del muro, fueron bruscamente despertados por la realidad.
Desde entonces los terroristas han seguido atentando en todas las partes del globo. Sus amenazas no han cesado. Los secuestros y asesinatos tampoco. De Bagdad a Londres, de Ammán hasta Madrid, de Haifa a Bali... Casi todos tenemos ya asumido que el 11 de septiembre podría repetirse cualquier día en cualquier parte del mundo (afortunadamente este verano pudieron evitarse a tiempo los ataques planeados en Inglaterra y Alemania). Nuestra forma de vida, aunque no seamos conscientes, también ha cambiado. En USA, por ejemplo, la gente ya no tiene por costumbre afeitarse en los aeropuertos. Y es que los productos como la espuma de afeitar han sido terminantemente prohibidos. Muchos son los ciudadanos en el mundo que no pueden evitar sentir ansiedad al tener que viajar en tren, avión o metro...
Hoy, 11 de septiembre, hace cinco años que cambió el mundo. Hoy, hace cinco años, comenzó la Cuarta Guerra. Y hoy, 11 de septiembre, se cumplen exactamente cinco años desde que miles de inocentes fueron vilmente asesinados, en nombre de Alá, en pleno corazón de Occidente. Descansen en paz.