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Escuchemos a Aznar. Las izquierdas le temen, por algo será

Miguel Massanet
jueves, 5 de septiembre de 2013, 06:57 h (CET)
Con el señor Aznar se puede estar de acuerdo o no, pero lo que es cierto es que no se puede permanecer indiferente ante sus manifestaciones. La forma que tiene de entender lo que debería ser la Europa comunitaria creo que debería tenerse en cuenta por todos aquellos que parecen empeñados en convertirla en un organismo burocrático, en manos de técnicos y funcionarios anclados en un inmovilismo que ya hace años ha convertido a la UE en un mero instrumento de los países más ricos y poderosos que, contrariamente a lo que debiera ser el espíritu de la comunidad europea, centrado en un grupo de naciones compartiendo objetivos comunes, complementándose entre ellas y dirigidas por un super–gobierno comunitario, que debiera regirse por una Constitución que estableciera los principios generales sobre los que se basaran todas las constituciones nacionales, encaminados a establecer una legislación única que rigiese sobre todas las naciones comprendidas en la alianza, de modo que todas ellas, independientemente de su tamaño, población, tipo de gobierno o legislaciones sociales, fiscales o económicas, tuvieran la seguridad de que los intereses de todos los ciudadanos europeos fueran respetados de modo que no hubiera ninguno de ellos que careciese de lo indispensable para disfrutar de una vida digna, en la que sus necesidades básicas fueran garantizadas.

Es obvio que, como ha ocurrido en España y ha sido, en parte, causa de que, la burbuja inmobiliaria, al explotar, nos causara más impacto que a otras naciones, lo que se entienden por necesidades básicas puede llegar a ser un globo que según quien las considere pueden hincharlo hasta alcanzar límites en los que es imposible mantenerlas por superar la riqueza que el país puede engendrar para poder sostenerlas. Esto fue, precisamente, lo que nos ha ocurrido a los españoles, que llegamos a pensar que todos los ciudadanos podríamos mantener un nivel de vida tan elevado que superaba ( gracias a las consecuencias de una política económica especulativa, relacionada con el ramo inmobiliario, que impulsaba al alza los precios del ladrillo de modo que, en pocos años, hubo muchos que, a costa de invertir en la construcción se convirtieron en nuevos millonarios) las posibilidades del Estado para poder sostener semejante presión sobre las estructuras públicas, el pago de pensiones, los gastos de la Sanidad, las mejoras sociales y, en general, el sostenimiento de un gasto público que precisaba de unos ingresos fiscales que, como se ha visto, dependían mayoritariamente de que el empuje de la construcción se mantuviera.

Es obvio que, en el momento en que los ingresos por impuestos, como consecuencia del derrumbe del sector de la construcción y de todos aquellos relacionados con él, se derrumbaron y se precisó hacer frente a los requerimientos del estado de bienestar artificial que nos habíamos construido (pensando que el valor de los inmuebles iría en aumento indefinidamente) y que, todo el país, dependería de ello; como así fue cuando dejaron de entrar los impuestos generados por el sector de la construcción y, el pleno empleo del que prácticamente gozábamos, se convirtió en un reguero de despidos a medida que las empresas constructoras primero, auxiliares de la construcción después y así siguiendo (como ocurre con las fichas del domino cuando se ponen en fila y la primera que se cae, trayendo consigo que el resto de la fila siga su misma suerte), se fueron derrumbando.

Aznar dice: “Hay que repensar y revisar los límites del Estado del bienestar”.Y está en lo cierto, porque cualquiera que, como los socialistas encabezados por Rubalcaba, se empeñan en decir (pretendiendo engañar, una vez más, a aquellos que se creyeron las promesas del señor Rodríguez Zapatero, pensando que, a base de subvenciones del Estado, podía garantizarse el mantenimiento de la situación de bienestar que se disfrutaba antes de la iniciación de la crisis de las sub–prime), que ellos van a conseguir recuperar el estatus social anterior a la crisis; sólo está haciendo un flaco servicio al país y crea unas falsas expectativas a los ciudadanos; cuando la realidad es que es muy posible que nunca más se vuelva a gozar de una situación semejante. Debemos aceptar que no se puede seguir viviendo confiándolo todo al enriquecimiento fácil y a vivir de las subvenciones y, es probable, que todos debamos esforzarnos más, aumentar nuestro rendimiento, ganar menos y ajustar nuestra vida a unos parámetros más adustos. Esta juventud que ha crecido con la posibilidad de estudiar, que ha tenido motos y coches y, cuando se han querido casar, los padres les han comprado el piso, es muy posible que no tengan otro remedio que ajustarse el cinturón y conformarse con usar el metro o el autobús y coger un piso en alquiler, como ocurre en muchos países de Europa, más ricos que nosotros, en los que el tener inmuebles en propiedad no es lo más habitual.

Habla Aznar de “una nueva narrativa”. "Debemos hacer nuestras instituciones más representativas, eficientes y explicables", ya que "la combinación de una larga crisis económica y la falta de una acción decisiva de parte de las instituciones está provocando un aumento de los movimientos populistas y nacionalistas en Europa" Aquí el ex presidente del gobierno apunta sobre seguro al destapar los fenómenos desestabilizadores que, aprovechando la precaria situación en la que la recesión a situado a muchas naciones, especialmente a las del sur de Europa, como consecuencia de la destrucción de puestos de trabajo, cierre de empresas, volatilización de las pequeñas y medianas empresas que , en España, han caído a cientos de miles y las consecuencias fatales de la caída de la construcción en Cajas y Bancos que han cortado por lo sano el crédito a las empresas; todos aquellos grupos, corpúsculos y partidos de extrema izquierda han encontrado caldo de cultivo adecuado para sembrar sus ideas antisistema, sus propuestas revolucionarias y sus habituales proclamas anarquistas intentando pescar en aguas revueltas.

En España, el aumento de representación de IU y los recientes problemas de índole separatista, especialmente en Catalunya, requieren que se le recuerde al señor Rajoy y su Gobierno que no basta con una política de cesiones, de subvenciones, de desentenderse de las tácticas de insumisión, desprecio por las sentencias de los tribunales y muestras ostentosas de desprecio por España, el Estado de Derecho y la Constitución, que les permiten a los envalentonados separatistas catalanes utilizarlas en su favor ante la consternación de aquellos españoles que residimos en esta comunidad y que nos sentimos abandonados y desasistidos por un Gobierno que parece estar acobardado y es incapaz de poner coto a tanta osadía, simplemente, utilizando los medios legales que la propia Constitución pone a su alcance. Los movimientos populistas y nacionalistas a los que alude Aznar, son, en la actualidad, los que campan por sus respetos, actuando con total indemnidad, en Catalunya y siguen en su política de ir quemando etapas hacia la consecución de sus objetivos, convocando para el próximo 11 de Septiembre, día de la Diada, una cadena humana con la que pretenden hacer una demostración de fuerza ante el gobierno de Madrid.

Los que critican a Aznar por dar su opinión sobre los problemas de España, mejor harían intentando comprender sus palabras y sacar las adecuadas conclusiones que, sin duda, les iban a resultar más beneficiosas. O esta es señores, mi manera de pensar al respecto.

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