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Recalentamiento global

Miguel Rivilla (Madrid)
Redacción
sábado, 12 de agosto de 2006, 16:41 h (CET)
Nuestro mundo está que arde. Se mire por donde se mire la temperatura en la aldea global sube peligrosamente. No sólo por el efecto invernadero, sino por los puntos conflictivos existentes. Son múltiples los retos que por tierra, mar y aire, deben hacer frente muchos gobiernos en los 5 continentes.

Un breve periplo por un mapa nos dará la magnitud del desastre que nos amenaza en diversas latitudes. Son bombas de relojería, cuyos efectos expansivos nos pueden afectar a todos . Sin ánimo exhaustivo, enumero: Inglaterra, aborta un complot terrorista en vuelos civiles sin precedente. Sigue en el punto de mira del terrorismo islámico. España se recalienta en Galicia, Cataluña y el País Vasco. Futuro preocupante y pesimista. Israel y Líbano, enzarzados en guerra abierta. Siria e Irán, implicados en facciones terroristas y con potencial atómico. Iraq, sumando records de atentados diarios. Afganistán, inestabilidad total. India y Pakistán, con la mecha encendida para una contienda devastadora.

Cuba, con Castro terminal y la incógnita de su futuro. Venezuela y Bolivia en manos de dirigentes populistas, sin crédito internacional. Argentina y Brasil con serios problemas económicos. EE.UU. sin sosiego ante las amenazas de Al Queda. Corea del Norte, con ensayos de cohetes nucleares amenazando a Japón. China, sin abrirse a la libertad y a la democracia. Africa, entre la miseria, el caciquismo y la desbandada de sus gentes…

En fin, este es el mundo en que vivimos. Un panorama preocupante y poco optimista pero capaz de empeorar cada día. Como para tirar cohetes y mirarse el ombligo.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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