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¿Por qué la Educación?

Una clase social no adinerada a la que se le permite estudiar, es una clase incómoda, sospechosa; una mala inversión de la que no cabe fiarse
Alex Vidal
viernes, 5 de julio de 2013, 07:34 h (CET)
Hace doscientos años, la tan denostada invasión de las tropas napoleónicas, buscaba también, instaurar un nuevo orden de derechos ciudadanos, difundir la enciclopedia, la ciencia y el conocimiento; desamortizar latifundios y manos muertas. En la península, la clase dominante hizo creer al pueblo que venían a arrebatarle su idioma, a quitarle el crucifijo de sus iglesias, a imponerle el culto a Satanás... y éste se lo creyó. Ni la versión liberal autóctona, la Pepa, moderadísima, fue consentida. Los españoles más cultos, partidarios del cambio y de transformar la sociedad, fueron tachados de "afrancesados", aniquilados por el absolutismo y por un vulgo sin ilustrar, al que paradójicamente se pretendía despertar. El tradicionalismo se aseguró así la perpetuación de sus propias aspiraciones.

Una sociedad sin educar es siempre una sociedad manejable, sumisa, a la que se puede volver a engañar. El actual ataque del gobierno a la Educación de sus ciudadanos no es distinto de la secular aversión a la Ilustración impuesta siempre en España por la reacción. El plan de Wert brilla por su lógica. El derecho al estudio, para quienes ya no pueden pagarse el brutal encarecimiento de las matrículas que él mismo ha decretado, sólo se concederá a los más notables. La movilización social ha logrado la rebaja en el listón de las becas gratuitas hasta el 5,5 pero Wert ya ha declarado que no piensa hacer lo mismo con aquellas otras que sin llegar a ser gratuitas, impliquen una ayuda económica. Para estas últimas se mantendrá el 6,5.

Mediante su particular Selección Natural-económica, Wert no renuncia a la tradicional depuración conservadora en lo social e ideológico. A fin de cuentas, una clase social no adinerada a la que se le permite estudiar y educarse, no deja de ser una clase social incómoda, sospechosa, huérfana de una visión natural de las cosas; una mala inversión en definitiva, de la que no cabe fiarse. Qué decir de aquellas voces críticas que puedan el día de mañana inducir al librepensamiento o la rebeldía. Es justo y necesario preservar la verdadera esencia de nuestra democracia. Sin recortes, también lo hubiera hecho.

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