¡No hay manera de alcanzarlo! Se esconde por las mil rendijas de las trampas.
Lejos de transformarse en una anécdota, sobrecoge pensar en las innumerables posibilidades, actuales y futuras, para modificar las capacidades del cuerpo y mente humanos. Tratemos de avizorar escuetamente alguno de los derroteros por donde se mueven estos comportamientos; y más aún, las repercusiones que sobre ellos puedan tener las técnicas e investigaciones de otros sectores científicos.
Por gracioso, no deja de ser tétrico y alarmante que se hable de "Ratones Schwarzeneggel", conseguidos con genes capaces de incrementar su masa muscular. Comprenderán que de ahí a la resistencia u otras características de la célula muscular, únicamente depende de la colocación de un gen o de un aminoácido. Manejos similares se van conociendo en cuentagotas, velocidad de la llegada de oxígeno a los tejidos, capacidad de captación del azúcar y hormonas, entre otros.
Para una misma cantidad de sustancia, genéticamente se podrá conseguir una variación en el número de unidades receptoras situadas en cada tejido, por consiguiente se multiplicará el efecto de aquella sustancia. A eso podemos añadir el incesante descubrimiento de nuevos productos sintéticos. Lo diabólico se incrementa si se mezclan algunos de estos efectos. ¿Cómo se pueden controlar esas complejas relaciones?
Contrapongamos un visión más sencilla, expresada estos días por dos campeones ciclistas, Laurent Fignon y Bernard Hinault. No hay ningún problema serio para afrontar el recorrido del Tour, el conflicto arranca cuando pretendes sacar un segundo de diferencia a los rivales. El trayecto es neutro y accesible. La competitividad y la ética ya se corresponden a zonas mal delimitadas y resbaladizas. Podemos asumir el carácter sencillo y benefactor del deporte en sí. Los añadidos...
Tampoco discutiremos la conveniencia de una buena asistencia técnica y médica a los esforzados deportistas. Existen riesgos importantes -corazón, articulaciones, diabetes, alergias, etc.- que requieren esos cuidados. ¿Dónde está el límite? Eso no está escrito de forma tajante, nos guste o no, entramos en posturas diversas para una actuación, diferentes enfoques para un mismo problema.
Topamos en lo deportivo con la requerida igualdad normativa, las mismas reglas para los competidores directos. De manera sibilina se van introduciendo diferentes artimañas; uno puede tratar de poner nervioso al adversario, tomar alimentos más energéticos, o provocar el engaño deportivo simulando falsas situaciones -agotamiento, euforia-. Y con los ocultamientos permanece abierta la puerta de atrás, que además resulta imposible de cerrar.
Las normativas legales de control antidopaje vienen a poner puertas al campo. Intentan un mínimo orden en semejante entramado diabólico. Se ven superados por las novedades científicas y por las actitudes poco colaboradoras e incluso mafiosas de los implicados. Hasta tal punto es así que aparentan un escaparate de control, cuando se respira una atmósfera hirviente en la trastienda, donde se cuecen de verdad los ensalmos y las brujerías modernas. Se trata de una pugna incesante, sin un fin a la vista.
¿Podremos hablar aquí de hipocresía social? ¿Como afrontamos los comportamientos de ese estilo? ¿Se toleran las drogas en la sociedad? Evidentemente no estamos ante un problema nuevo, partiendo del alcohol y el tabaco. Pero, en cuanto a la reacción social, ¿Cómo se reacciona? En otra ocasión podíamos profundizar sobre el incremento en el uso de drogas y en algunas drogadicciones. Hoy quisiera resaltar ese talante permisivo que rebosa en las conversaciones, los frívolos comentarios mediáticos y el escaso esfuerzo dedicado a buscar la información fidedigna. Sirva como ejemplo la fachada antitabaco, no esconde su uso más extendido y a edades más tempranas; o la dificultad para poner trabas a la circulación de la mercancía, leyes del mercado libre y las culturas liberadas que no atienden a otras razones.
A la hora de una competición, las estratagemas siguen a las inventivas más perspicaces, se involucran con las tramas más insospechadas, y la diversidad de pareceres se enquista, sin plantearse siquiera los serios planteamientos contrarios. La dispersión es la regla. En todo esto, asombra la percepción posterior de como se personifica el fraude y a ese deportista se le transforma en satánico o poco menos. Ya no se mencionan los insuficientes laboratorios antidroga, las persecuciones más mediáticas o de relumbrón, que amplias; o las meras declaraciones plenas de puritanismo, fatuidad e hipocresía. ¿Cómo pretenderemos superar estas situaciones?
Como en tantas otras ocasiones, la participación social entra en la banalidad. El laboratorio suministra hormonas en el mercado libre, la cantidad se adhiere al costo final y beneficios. ¿Su uso? Es asunto de otros sectores, eufemismo por personas reales. Si los diversos empleados que observen anomalías las denunciaran, ¿Serían despedidos? Si yo invierto como accionista en una empresa patrocinadora relacionada con esos despropósitos, ¿Tengo alguna responsabilidad? ¿Si ocurre con los gobernantes perdidos entre normas y discusiones particularistas?
¿Es irreductible el desaguisado? Con una actitud global, totalitaria o simplista, no veo manera ni de acercarse a templar esos inconvenientes referidos. Las actitudes personales, por limitadas, se verán impotentes. Una solución sugestiva es utópica por naturaleza, nadie puede acotar los horizontes que de por sí son imprecisos.
Se requiere una CONSTELACIÓN FAVORABLE de opiniones y actuaciones, libres y participativas; pero, a la vez, intransigente con las derivaciones percibidas en el entorno del dopaje. Si la banalidad se enseñorea de las actuaciones, los escaparates del control, con toda su parafernalia, quedan en auténticos esperpentos.
No pueden colarse las actitudes permisivas con un alto grado de irracionalidad, para despotricar despues contra la autoridad que no es capaz de poner freno al dopaje. Es una labor de todos, inagotable, que exigirá tesón y buenos enfoques.
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