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El perfil de las clases

Francisco Arias Solis
Redacción
viernes, 4 de agosto de 2006, 15:52 h (CET)
“La tierra de quien la cultiva;
el grano de quien lo sembró.
Las manadas y los rebaños
sólo saben tu silbo y tu voz.”


Enrique de Mesa.

En sociedades estabilizadas, no afectadas por crisis agudas, las clases existen con una figura ya antigua; consiste en un repertorio de formas de vida, compuesto de elementos de distinto origen y función: vigencias, usos y costumbres, preferencias, gustos, valoraciones, noticias, cosas consabidas, formas de expresión, matices lingüísticos, diversiones, escala de jerarquías internas. Con todo ello, cada individuo hace su vida; y el verbo de vivir tiene para él un sentido muy preciso, condicionado por esa figura; quiere decir que la vida de las otras clases se les presenta como “otra vida”, mejor o peor que la suya.

Dentro de su clase social, por tanto, cada individuo imagina la vida personal que pretende realizar, juzga de su éxito o fracaso, de su felicidad o infelicidad; con las formas de otra clase, en rigor no tendría nada que hacer. Hasta tal punto es así, que no tiene para él auténtica realidad. Y esto es lo que explica el fenómeno histórico -nada claro- de que en ciertas épocas se haya “jugado” a otra clase; por ejemplo, es una de las razones que explican la novela pastoril en el Renacimiento, más aún el jugar a pastores y pastoras de la aristocracia del siglo XVIII.

Cada clase significa un esquema argumental de la vida, un “tipo” de pretensión, dentro del cual caben las formas plenas y las deficientes, la felicidad y la desgracia, la perfección y la torpeza, el atractivo y el desmaño. Una investigación de una sociedad concreta tiene que descubrir y filiar esos esquemas, perseguir la pretensión genérica que los anima, los requisitos que dentro de cada uno de ellos miden el logro o el fracaso. En otros términos, hay que dibujar el perfil de las clases ateniéndose a ellas mismas, no confrontándolas con un esquema ajeno, por ejemplo, comparándolas con lo que son –o se creen que son- las clases actuales. Aun en el caso de que se justifique establecer una conexión entre las clases presentes y las del pasado, esa vinculación tiene que ser histórica y funcional; es decir, ha de tener en cuenta la derivación afectiva de las clases –que una clase de hoy venga realmente de otra pretérita-, y la situación “homóloga” de unas respectos de otras, o sea, el hecho de que desempeñen papeles funcionalmente análogos –dirección, ejemplaridad, defensa, sustentación económica, etc.

Naturalmente al decir que hay trazar el perfil de las clases ateniéndose a ellas mismas, no quiere decir sólo desde dentro; porque al constituirse como tales lo hacen en relación unas frente a otras. Pertenece, pues, a cada clase su figura externa, la faz con la cual se presenta a las demás, y, por tanto, el esquema de sus relaciones: relativa distancia o proximidad, hostilidad o afecto, desdén o admiración, confianza o temor mutuos, etc.

Por último, hay que considerar un punto, especialmente delicado: el grado de adhesión de cada clase a sí misma. La adhesión depende de la sensación más o menos honda de pertenencia y de la afirmación de esta. Un aristócrata puede estar totalmente desconsolado de la situación de la aristocracia en cierta sociedad; puede estar totalmente pesimista respecto a su porvenir; y, no obstante, sentirse radical e inevitablemente aristócrata, hasta llegar a la conciencia –tal vez angustiosa- de “no poder ser otra cosa”; como les ha sucedido a muchos de los “señoritos” andaluces.

Cuando esto sucede, los individuos se sienten instalados en su clase, incardinados en ella, con una peculiar comodidad vital, independiente, de que les vaya bien o les vaya mal: en la cautividad babilónica, los israelitas se sentían infelices y oprimidos, era absolutamente israelitas y decididos a serlo hasta el final; análoga situación puede darse en la convivencia de clases sociales.

No es inteligible una estructura social sin una idea suficientemente clara del grado de adhesión de cada clase a sí misma. Y como dijo el poeta: “Cada vez que sale el sol / me acuerdo de mis hermanos, / que sin pan y con fatigas / van a empezar su trabajo”.

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