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En España triunfa la política de dimes y diretes

Entre todos la mataron y ella sola se murió

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Cada vez me despiertan menos interés los debates parlamentarios del Congreso. Las intervenciones no son más que una carga de reproches, culpas, excusas, y frases en busca del aplauso cómplice o el abucheo de la oposición.

La dialéctica ha desparecido, es decir, el arte de dialogar, argumentar y discutir por medio de razonamientos o de debatir a partir de principios ha desaparecido de la Cámara. No es exagerado decir que cada día que pasa el Congreso se parece más al patio de un colegio. Pero lo peligroso del tema, es que el tiempo pasa sin proyectos, planes o apuestas comunes en pro del ciudadano. Ninguno de los allí presentes parece recordar que el sillón que ocupan es gracias a la confianza que los electores depositaron en sus ideas, valores, principios, etc.

Como era de esperar, el momento cumbre del debate llegó de la mano del señor Rajoy y del señor Rubalcaba. En primer lugar, subió a la tribuna el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, más relajado y cómodo desde que está en la oposición, las palabras fluyen de su boca con naturalidad, se le ve crecido, y de repente lanza la frase estrella de su discurso; el líder de la oposición afirmaba que la política económica del Ejecutivo “es una medicina que está matando al enfermo”. Pero el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, lejos de amedrentarse tiene la excusa perfecta y justificación a su poco fructífera política socio-económica y responde, “la medicina que mató a la economía española fue la aplicada por los socialistas”.

Estaba claro que aquellas intervenciones no iban a ningún lugar, terminarían con los aplausos del resto de parlamentarios, y los turnos de réplica aportarían pocos conocimientos, tan sólo dimes y diretes, con lo que el sabor agridulce del principio acabaría por ser un dolor de estómago difícil de soportar.

Los dos políticos coincidían en una cosa, que la deriva en la que se encuentra el país es responsabilidad tanto del uno como del otro, y ambos son incapaces de hacer aportaciones que mejoren la nefasta situación de la ciudadanía española. Además, todos son cómplices de aprobar decretos, leyes e impuestos que merman el bolsillo del trabajador para mantener una estructura política sobredimensionada, donde reina el favoritismo, el amiguismo, el enchufismo y el clientelismo.

Mucha medicina tuvo el debate, pero nadie quiere aplicar la receta necesaria para sanear España, y que pasa por desengrosar la Administración, centralizar competencias, reducir el número de parlamentarios y altos cargos, gravar impuestos a las grandes fortunas y a las SICAV, pedir responsabilidades a los banqueros e inversores, atajar la corrupción en los partidos, sindicatos y organizaciones, eliminar las subvenciones superfluas, etc.

En definitiva, entre todos la mataron y ella sola se murió. Los partidos políticos carecen de ideología y funcionan como empresas privadas con posibilidad de otorgar un trabajo en la función pública a personas de dudosa valía, con un buen sueldo y nada de responsabilidad, ese es el funcionario peligroso.

Entre todos la mataron y ella sola se murió

En España triunfa la política de dimes y diretes
Jose Pérez Suria
viernes, 19 de abril de 2013, 08:31 h (CET)
Cada vez me despiertan menos interés los debates parlamentarios del Congreso. Las intervenciones no son más que una carga de reproches, culpas, excusas, y frases en busca del aplauso cómplice o el abucheo de la oposición.

La dialéctica ha desparecido, es decir, el arte de dialogar, argumentar y discutir por medio de razonamientos o de debatir a partir de principios ha desaparecido de la Cámara. No es exagerado decir que cada día que pasa el Congreso se parece más al patio de un colegio. Pero lo peligroso del tema, es que el tiempo pasa sin proyectos, planes o apuestas comunes en pro del ciudadano. Ninguno de los allí presentes parece recordar que el sillón que ocupan es gracias a la confianza que los electores depositaron en sus ideas, valores, principios, etc.

Como era de esperar, el momento cumbre del debate llegó de la mano del señor Rajoy y del señor Rubalcaba. En primer lugar, subió a la tribuna el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, más relajado y cómodo desde que está en la oposición, las palabras fluyen de su boca con naturalidad, se le ve crecido, y de repente lanza la frase estrella de su discurso; el líder de la oposición afirmaba que la política económica del Ejecutivo “es una medicina que está matando al enfermo”. Pero el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, lejos de amedrentarse tiene la excusa perfecta y justificación a su poco fructífera política socio-económica y responde, “la medicina que mató a la economía española fue la aplicada por los socialistas”.

Estaba claro que aquellas intervenciones no iban a ningún lugar, terminarían con los aplausos del resto de parlamentarios, y los turnos de réplica aportarían pocos conocimientos, tan sólo dimes y diretes, con lo que el sabor agridulce del principio acabaría por ser un dolor de estómago difícil de soportar.

Los dos políticos coincidían en una cosa, que la deriva en la que se encuentra el país es responsabilidad tanto del uno como del otro, y ambos son incapaces de hacer aportaciones que mejoren la nefasta situación de la ciudadanía española. Además, todos son cómplices de aprobar decretos, leyes e impuestos que merman el bolsillo del trabajador para mantener una estructura política sobredimensionada, donde reina el favoritismo, el amiguismo, el enchufismo y el clientelismo.

Mucha medicina tuvo el debate, pero nadie quiere aplicar la receta necesaria para sanear España, y que pasa por desengrosar la Administración, centralizar competencias, reducir el número de parlamentarios y altos cargos, gravar impuestos a las grandes fortunas y a las SICAV, pedir responsabilidades a los banqueros e inversores, atajar la corrupción en los partidos, sindicatos y organizaciones, eliminar las subvenciones superfluas, etc.

En definitiva, entre todos la mataron y ella sola se murió. Los partidos políticos carecen de ideología y funcionan como empresas privadas con posibilidad de otorgar un trabajo en la función pública a personas de dudosa valía, con un buen sueldo y nada de responsabilidad, ese es el funcionario peligroso.

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