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“Y así, lo que inicialmente en el marxismo era la lucha revolucionaria del proletariado por la conquista del poder, hoy se ha transformado, ha degenerado, en lucha particular —ya de un individuo, ya de un grupo de individuos organizados a tal fin— por la conquista del poder sobre la base instrumental del resentimiento y la frustración sociales, y en la que la destrucción del adversario es el elemento que permitirá la propia perpetuación en el poder.” Jesús Fernández Miranda

Los bufones de la progresía

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Hace unos años, a finales de la década de los sesenta, se produjo en los EE.UU un movimiento juvenil que demostraba su rechazo hacia la sociedad de entonces. Se dieron a conocer como Hippies, fueron la reacción de la juventud americana a los horrores de la guerra del Vietnam en la que los EE.UU de América además de sufrir una verdadera carnicería entre sus soldados destinados a ultramar, fueron humillados por las tropas del Vietcong bajo la experta dirección de su líder Ho Chi Minh, pese a ser considerada la nación más poderosa del mundo. Por aquel entonces aquellos jóvenes reaccionaron de una forma bucólica, vistiéndose con ropas coloreadas e instalándose en comunas fuera de las ciudades, donde pretendieron vivir asilvestrados, sin someterse a las normas convencionales de la sociedad, bajo lemas como “haz el amor y no la guerra”, rechazando el tipo de sociedad que habían creado sus mayores y entregándose, sin tope ni medida, a lo que ellos consideraban era la existencia que le correspondía vivir a la nueva humanidad, que se oponía a lo que, para ellos, una forma hipócrita de moral de la sociedad, a la que hacían responsable de aquella desgraciada aventura bélica. Como ha sido práctica habitual en cada etapa de la historia de la humanidad, la realidad se impuso sobre aquellos impulsos juveniles, sin duda cargados de buenas intenciones, de desinteresadas y caritativas muestras de cordialidad y amistad, huyendo de las reglas impuestas por una sociedad “corrupta” que establecía distinciones por razas, opiniones políticas, entre ricos y pobres, blancos y negros etc. Para ellos se trataba de una sociedad de consumo que los tenía atenazados bajo las reglas de un capitalismo destructivo e inmoral. Todo ello sazonado de un aura de una espiritualidad primitiva, que se traducía en un amor a la vida libre, en la naturaleza, sin reglas de ningún tipo y en comunas donde cada individuo era libre de entregarse a la actividad que quisiera y a la vida contemplativa. Ello suponía, por supuesto, el prescindir de los avances y comodidades que la civilización había traído a sus mayores, a los que culpaban de haberse dejado arrastrar por la vida regalada y el egoísmo, a la insensibilidad hacia la pobreza y falta de consideración para sus semejantes, algo que, en la mayoría de los casos, los convertía en verdaderos explotadores de sus semejantes. Con todo, estos hippies no supieron o no quisieron dejar de aprovecharse de las drogas, que se hicieron imprescindibles entre ellos, utilizando habitualmente alucinógenos, seguramente para evadirse de lo que, para ellos, era un mundo corrupto y cruel.

El tiempo y un baño de realidad hizo de aquella juventud un verdadero ejemplo de que, vivir de ilusiones, desconocer los pecados de la humanidad, prescindir de la autoridad para mantener el orden, pensar que basta ser una buena persona para redimir a la humanidad de los egoísmos, la maldad, la crueldad y todos los vicios que forman parte de la misma naturaleza de los seres humanos es, simplemente, soñar en lo imposible y, el desentenderse ingenuamente de estas realidades a los únicos a los que, verdaderamente, favorece es a aquellos que tienen el poder, la fuerza y la maldad que les permiten imponerse sobre aquellos infelices que soñaron, ilusoriamente, con un mundo feliz en el que todos fuéramos iguales y nadie tuviera poder sobre el resto de los humanos.

Por esto choca que, apenas pasado medio siglo desde aquella época, cuando ya no queda ninguno de aquellos hippies ahora que, la mayoría de ellos, son ciudadanos respetuosos con las leyes y forman parte de aquella sociedad a la que, ingenuamente, despreciaban; nuevos grupos de jóvenes y no tan jóvenes, parece que intentan volver a revivir movimientos de rechazo a la sociedad actual, aunque ahora contra lo que parece que pretenden luchar es contra la misma democracia en sí, un sistema que, con todas sus imperfecciones, se ha demostrado que es el mejor y más fiable de todos los existentes y el que proporciona las mejores garantías para evitar que, una nación, pueda caer en manos de tiranos, grupos mafiosos, sectas o déspotas que intenten imponer a los ciudadanos unas ideas determinadas, un lavado de cerebros o un adoctrinamiento que atenten contra la libertad de pensamiento, de opinión o de expresión de cualquier persona, en virtud del derecho universal que concede a cada persona la posibilidad de poder decidir por sí mismo la clase de vida que desea vivir, sin que ello pueda ir en contra del derecho, del resto de personas, al ejercicio del mismo derecho, lo que impone que exista un poder, elegido por el pueblo, que sea capaz de impedir que haya quienes puedan atentar contra estos derechos individuales utilizando, para ello, los medios adecuados para impedirlo y sancionar a quienes intentaran destruir la paz social precisa para una vida ordenada y en paz.

Hoy tenemos en España a quienes se podrían considerar como antisistema, personas que están en contra de todo, no admiten que exista una autoridad, que pretenden imponer sus ideas, pero se niegan a considerar las de los demás; que no aceptan las normas vigentes pero que implantarían sin ningún reparo las que, a su juicio, aquellas que les interesaran a ellos; que reniegan de todo lo que se ha conseguido en cuanto a los medios y mejoras que nos ha proporcionado el capitalismo, pero que no dudan en utilizarlos cuando les conviene. Entre ellos hay una minoría que está preparada, que se ha valido de la educación que proporciona la enseñanza pública, que se han especializado en el manejo de masas y que forman parte de estos “expertos” en crear descontento, en adoctrinar, en soliviantar a grupos de descontentos, en prometer lo que saben que no se puede lograr y en convertir a personas pacíficas en peones a las órdenes de quienes lo que, verdaderamente, buscan es crear problemas, alterar el orden, incendiar las calles y crear inseguridad y temor entre la gente de orden.

Junto a estos pocos, sin embargo, los hay que intentan aparentar lo que no son, buscando destacar y que la gente se fije en ellos, para lo cual deben disfrazarse de lo que, en otros tiempos, se calificaba de bohemios. Gentes ignorantes o de pocas luces, propicios a dejarse arrastrar y que se valen de cualquier medio para aparentar tener cultura, hacer alarde de valentía y proclamarse como activista para crearse a su alrededor un halo de “enterado” del que se vale para reunir a su retortero una corte de infelices que le siguen, convencidos de que aquella persona los va a conducir hacia el éxito. Visten de forma ridícula, no les importa dejarse crecer melenas largas, hacerse rastras o pelarse a cero con extraños dibujos en sus cabezas rapadas, coletas y barbas, si señores: ¿qué sería del antisistema sin una bien poblada barba que cubriera toda su faz? En ocasiones, cuando la naturaleza no ha sido pródiga en vello, también basta con cuatro pelos largos y un bigote despoblado para que sean suficientes para cubrir el expediente. Frecuentemente, se cubren la cabeza con estrambóticos tocados, sin que falten los, casi preceptivos tatuajes, cuantos más mejor, que convierten sus cuerpos en verdaderos camuflajes donde es difícil llegar a saber lo que había debajo de aquellos lienzos vivientes, en los que el tatuador demostró toda su pericia pinchazo a pinchazo, aparte de dejar esquilmado al desgraciado que cayó en sus manos.

Es evidente de que, si alguno de ustedes, despojara a estos engañosos profesionales de todo lo superfluo que han añadido a su persona para aparentar veteranía, experiencia, liderazgo o facultades de dirección es muy probable que no encontrara más que a un pobre hombre, un despechado, incapaz de enfrentarse a la vida con el valor que requiere buscar un trabajo que le permitiera vivir decentemente. Por desgracia, no nos podemos tomar a la ligera a estos sujetos porque, por mucho que resulte ridículo este empeño en sobresalir sin que se tengan los méritos para hacerlo, generalmente son personas resabiadas, recelosas, enfrentadas a la sociedad a la que culpan de sus problemas y rencorosas, capaces de actuar, si la situación se presta a ello, de una forma jacobina lo que las convierte en un verdadero peligro para la ciudadanía ya que, si consiguen alcanzar poder, es muy probable que no duden en cometer felonías para vengarse de los que, para ellas, son culpables de su situación en la sociedad.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, es muy posible que, visto lo visto y teniendo en cuenta la situación política por la que estamos pasando y las personas que, probablemente, van a dirigir los destinos de la nación española durante los próximos cuatro años; es muy probable que tengamos que bregar con semejantes individuos, muchos de ellos muy cercanos a Podemos o al propio PSOE, en cuyas formaciones políticas militan numerosos ejemplares de estos personajes, en busca de conseguir un empleo público desde el cual les sea posible dar suelta a todo el odio que han ido acumulando durante años, en contra de aquellos a los que han decidido considerar como sus enemigos, no tanto por tener ideas opuestas a las suyas, sino por el mero hecho de no ser capaces de vencerles nunca en una confrontación en la que no cuente la fuerza física y si la inteligencia, la preparación y el savoire faire. Si vis pacem, para bellum, no sea que nos cojan desprevenidos.

Los bufones de la progresía

“Y así, lo que inicialmente en el marxismo era la lucha revolucionaria del proletariado por la conquista del poder, hoy se ha transformado, ha degenerado, en lucha particular —ya de un individuo, ya de un grupo de individuos organizados a tal fin— por la conquista del poder sobre la base instrumental del resentimiento y la frustración sociales, y en la que la destrucción del adversario es el elemento que permitirá la propia perpetuación en el poder.” Jesús Fernández Miranda
Miguel Massanet
sábado, 7 de septiembre de 2019, 11:22 h (CET)

Hace unos años, a finales de la década de los sesenta, se produjo en los EE.UU un movimiento juvenil que demostraba su rechazo hacia la sociedad de entonces. Se dieron a conocer como Hippies, fueron la reacción de la juventud americana a los horrores de la guerra del Vietnam en la que los EE.UU de América además de sufrir una verdadera carnicería entre sus soldados destinados a ultramar, fueron humillados por las tropas del Vietcong bajo la experta dirección de su líder Ho Chi Minh, pese a ser considerada la nación más poderosa del mundo. Por aquel entonces aquellos jóvenes reaccionaron de una forma bucólica, vistiéndose con ropas coloreadas e instalándose en comunas fuera de las ciudades, donde pretendieron vivir asilvestrados, sin someterse a las normas convencionales de la sociedad, bajo lemas como “haz el amor y no la guerra”, rechazando el tipo de sociedad que habían creado sus mayores y entregándose, sin tope ni medida, a lo que ellos consideraban era la existencia que le correspondía vivir a la nueva humanidad, que se oponía a lo que, para ellos, una forma hipócrita de moral de la sociedad, a la que hacían responsable de aquella desgraciada aventura bélica. Como ha sido práctica habitual en cada etapa de la historia de la humanidad, la realidad se impuso sobre aquellos impulsos juveniles, sin duda cargados de buenas intenciones, de desinteresadas y caritativas muestras de cordialidad y amistad, huyendo de las reglas impuestas por una sociedad “corrupta” que establecía distinciones por razas, opiniones políticas, entre ricos y pobres, blancos y negros etc. Para ellos se trataba de una sociedad de consumo que los tenía atenazados bajo las reglas de un capitalismo destructivo e inmoral. Todo ello sazonado de un aura de una espiritualidad primitiva, que se traducía en un amor a la vida libre, en la naturaleza, sin reglas de ningún tipo y en comunas donde cada individuo era libre de entregarse a la actividad que quisiera y a la vida contemplativa. Ello suponía, por supuesto, el prescindir de los avances y comodidades que la civilización había traído a sus mayores, a los que culpaban de haberse dejado arrastrar por la vida regalada y el egoísmo, a la insensibilidad hacia la pobreza y falta de consideración para sus semejantes, algo que, en la mayoría de los casos, los convertía en verdaderos explotadores de sus semejantes. Con todo, estos hippies no supieron o no quisieron dejar de aprovecharse de las drogas, que se hicieron imprescindibles entre ellos, utilizando habitualmente alucinógenos, seguramente para evadirse de lo que, para ellos, era un mundo corrupto y cruel.

El tiempo y un baño de realidad hizo de aquella juventud un verdadero ejemplo de que, vivir de ilusiones, desconocer los pecados de la humanidad, prescindir de la autoridad para mantener el orden, pensar que basta ser una buena persona para redimir a la humanidad de los egoísmos, la maldad, la crueldad y todos los vicios que forman parte de la misma naturaleza de los seres humanos es, simplemente, soñar en lo imposible y, el desentenderse ingenuamente de estas realidades a los únicos a los que, verdaderamente, favorece es a aquellos que tienen el poder, la fuerza y la maldad que les permiten imponerse sobre aquellos infelices que soñaron, ilusoriamente, con un mundo feliz en el que todos fuéramos iguales y nadie tuviera poder sobre el resto de los humanos.

Por esto choca que, apenas pasado medio siglo desde aquella época, cuando ya no queda ninguno de aquellos hippies ahora que, la mayoría de ellos, son ciudadanos respetuosos con las leyes y forman parte de aquella sociedad a la que, ingenuamente, despreciaban; nuevos grupos de jóvenes y no tan jóvenes, parece que intentan volver a revivir movimientos de rechazo a la sociedad actual, aunque ahora contra lo que parece que pretenden luchar es contra la misma democracia en sí, un sistema que, con todas sus imperfecciones, se ha demostrado que es el mejor y más fiable de todos los existentes y el que proporciona las mejores garantías para evitar que, una nación, pueda caer en manos de tiranos, grupos mafiosos, sectas o déspotas que intenten imponer a los ciudadanos unas ideas determinadas, un lavado de cerebros o un adoctrinamiento que atenten contra la libertad de pensamiento, de opinión o de expresión de cualquier persona, en virtud del derecho universal que concede a cada persona la posibilidad de poder decidir por sí mismo la clase de vida que desea vivir, sin que ello pueda ir en contra del derecho, del resto de personas, al ejercicio del mismo derecho, lo que impone que exista un poder, elegido por el pueblo, que sea capaz de impedir que haya quienes puedan atentar contra estos derechos individuales utilizando, para ello, los medios adecuados para impedirlo y sancionar a quienes intentaran destruir la paz social precisa para una vida ordenada y en paz.

Hoy tenemos en España a quienes se podrían considerar como antisistema, personas que están en contra de todo, no admiten que exista una autoridad, que pretenden imponer sus ideas, pero se niegan a considerar las de los demás; que no aceptan las normas vigentes pero que implantarían sin ningún reparo las que, a su juicio, aquellas que les interesaran a ellos; que reniegan de todo lo que se ha conseguido en cuanto a los medios y mejoras que nos ha proporcionado el capitalismo, pero que no dudan en utilizarlos cuando les conviene. Entre ellos hay una minoría que está preparada, que se ha valido de la educación que proporciona la enseñanza pública, que se han especializado en el manejo de masas y que forman parte de estos “expertos” en crear descontento, en adoctrinar, en soliviantar a grupos de descontentos, en prometer lo que saben que no se puede lograr y en convertir a personas pacíficas en peones a las órdenes de quienes lo que, verdaderamente, buscan es crear problemas, alterar el orden, incendiar las calles y crear inseguridad y temor entre la gente de orden.

Junto a estos pocos, sin embargo, los hay que intentan aparentar lo que no son, buscando destacar y que la gente se fije en ellos, para lo cual deben disfrazarse de lo que, en otros tiempos, se calificaba de bohemios. Gentes ignorantes o de pocas luces, propicios a dejarse arrastrar y que se valen de cualquier medio para aparentar tener cultura, hacer alarde de valentía y proclamarse como activista para crearse a su alrededor un halo de “enterado” del que se vale para reunir a su retortero una corte de infelices que le siguen, convencidos de que aquella persona los va a conducir hacia el éxito. Visten de forma ridícula, no les importa dejarse crecer melenas largas, hacerse rastras o pelarse a cero con extraños dibujos en sus cabezas rapadas, coletas y barbas, si señores: ¿qué sería del antisistema sin una bien poblada barba que cubriera toda su faz? En ocasiones, cuando la naturaleza no ha sido pródiga en vello, también basta con cuatro pelos largos y un bigote despoblado para que sean suficientes para cubrir el expediente. Frecuentemente, se cubren la cabeza con estrambóticos tocados, sin que falten los, casi preceptivos tatuajes, cuantos más mejor, que convierten sus cuerpos en verdaderos camuflajes donde es difícil llegar a saber lo que había debajo de aquellos lienzos vivientes, en los que el tatuador demostró toda su pericia pinchazo a pinchazo, aparte de dejar esquilmado al desgraciado que cayó en sus manos.

Es evidente de que, si alguno de ustedes, despojara a estos engañosos profesionales de todo lo superfluo que han añadido a su persona para aparentar veteranía, experiencia, liderazgo o facultades de dirección es muy probable que no encontrara más que a un pobre hombre, un despechado, incapaz de enfrentarse a la vida con el valor que requiere buscar un trabajo que le permitiera vivir decentemente. Por desgracia, no nos podemos tomar a la ligera a estos sujetos porque, por mucho que resulte ridículo este empeño en sobresalir sin que se tengan los méritos para hacerlo, generalmente son personas resabiadas, recelosas, enfrentadas a la sociedad a la que culpan de sus problemas y rencorosas, capaces de actuar, si la situación se presta a ello, de una forma jacobina lo que las convierte en un verdadero peligro para la ciudadanía ya que, si consiguen alcanzar poder, es muy probable que no duden en cometer felonías para vengarse de los que, para ellas, son culpables de su situación en la sociedad.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, es muy posible que, visto lo visto y teniendo en cuenta la situación política por la que estamos pasando y las personas que, probablemente, van a dirigir los destinos de la nación española durante los próximos cuatro años; es muy probable que tengamos que bregar con semejantes individuos, muchos de ellos muy cercanos a Podemos o al propio PSOE, en cuyas formaciones políticas militan numerosos ejemplares de estos personajes, en busca de conseguir un empleo público desde el cual les sea posible dar suelta a todo el odio que han ido acumulando durante años, en contra de aquellos a los que han decidido considerar como sus enemigos, no tanto por tener ideas opuestas a las suyas, sino por el mero hecho de no ser capaces de vencerles nunca en una confrontación en la que no cuente la fuerza física y si la inteligencia, la preparación y el savoire faire. Si vis pacem, para bellum, no sea que nos cojan desprevenidos.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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