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A cualquier época a la que nos remontemos encontramos siempre la desigualdad: amos y esclavos, señores y siervos, nobles y plebeyos, grandes y pequeños, propietarios y proletarios.

Diferentes y desiguales

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La naturaleza nos hace diferentes, cada persona es distinta de todas las demás, no estamos fabricados en serie como en el Mundo Feliz de Huxley pero la sociedad nos hace desiguales, por más que se proclame la igualdad en la Declaración de los derechos del hombre de la Revolución Francesa, en la declaración de los Derechos Humanos o en los textos constitucionales de tantos países.

A cualquier época a la que nos remontemos encontramos siempre la desigualdad: amos y esclavos, señores y siervos, nobles y plebeyos, grandes y pequeños, propietarios y proletarios.

Las diferencias hacen que podamos complementarnos, aportando cada cual sus propias cualidades y talentos. De la diferencia entre hombres y mujeres nace la atracción amorosa, la procreación, la familia. Las diferencias en edad hacen que cada generación transmita a la siguiente el caudal de sus conocimientos, saberes y valores.

Las desigualdades, en cambio, provocan una permanente situación de inestabilidad, lo que obliga constantemente a buscar nuevas formas de organización social y económica, sin que en ninguna haya logrado la supresión o superación de las desigualdades económicas y por tanto sociales.

Los ensayos igualitaristas no han logrado acabar con la existencia de una clase social reducida y poderosa y una mayoritaria clase de personas cuya vida depende de conseguir un trabajo y un salario, en el sistema de producción en manos de la otra clase. El sistema implantado por los marxistas eliminó a la clase dirigente que controlaba la economía, pero generó otra clase dirigente peor e ineficiente, basta leer Rebelión en la granja de Orwell, para comprender el mecanismo.

El capitalismo con sus dogmas liberales de la mano oculta reguladora de los mercados, de la libertad y la competencia, de que de la búsqueda de ganancia de cada uno resulta la prosperidad de todos, ha tenido más éxito, ha crecido en un mundo globalizado y es cada vez más fuerte. Claro que aquello de la libertad y la competencia se ha transmutado en oligopolios, los mercados son regulados por la mano de los que manejan las grandes finanzas, se producen crisis periódicas que perjudican a países enteros y la alianza entre políticos y financieros es evidente.

El capitalismo inventó, de la mano de la social-democracia, lo del estado del bienestar para mantener en calma a los ciudadanos a los que se les ofrecía la protección del estado “desde la cuna a la tumba”, sanidad y educación gratuita, prestaciones para todas las contingencias y elecciones periódicas para elegir a los políticos, pero no a los prebostes de las finanzas. Esta argucia del capitalismo ha entrado en crisis y cada vez dudamos más de que sea sostenible.

La inestabilidad de la desigualdad está a la vista. Las cesiones de soberanía a entidades supranacionales resultan problemáticas por irreversibles. Se anuncia el fin de la recesión para una fecha, pronto sustituida por otra más lejana, pero en realidad no sabemos nada.

Quizás haya que cambiarlo todo, pero sin duda lo nuevo que llegue tampoco resolverá el problema de la desigualdad. ¿Somos, al menos, iguales ante la ley, ante los jueces y tribunales?.

Diferentes y desiguales

A cualquier época a la que nos remontemos encontramos siempre la desigualdad: amos y esclavos, señores y siervos, nobles y plebeyos, grandes y pequeños, propietarios y proletarios.
Francisco Rodríguez
miércoles, 3 de abril de 2013, 07:45 h (CET)
La naturaleza nos hace diferentes, cada persona es distinta de todas las demás, no estamos fabricados en serie como en el Mundo Feliz de Huxley pero la sociedad nos hace desiguales, por más que se proclame la igualdad en la Declaración de los derechos del hombre de la Revolución Francesa, en la declaración de los Derechos Humanos o en los textos constitucionales de tantos países.

A cualquier época a la que nos remontemos encontramos siempre la desigualdad: amos y esclavos, señores y siervos, nobles y plebeyos, grandes y pequeños, propietarios y proletarios.

Las diferencias hacen que podamos complementarnos, aportando cada cual sus propias cualidades y talentos. De la diferencia entre hombres y mujeres nace la atracción amorosa, la procreación, la familia. Las diferencias en edad hacen que cada generación transmita a la siguiente el caudal de sus conocimientos, saberes y valores.

Las desigualdades, en cambio, provocan una permanente situación de inestabilidad, lo que obliga constantemente a buscar nuevas formas de organización social y económica, sin que en ninguna haya logrado la supresión o superación de las desigualdades económicas y por tanto sociales.

Los ensayos igualitaristas no han logrado acabar con la existencia de una clase social reducida y poderosa y una mayoritaria clase de personas cuya vida depende de conseguir un trabajo y un salario, en el sistema de producción en manos de la otra clase. El sistema implantado por los marxistas eliminó a la clase dirigente que controlaba la economía, pero generó otra clase dirigente peor e ineficiente, basta leer Rebelión en la granja de Orwell, para comprender el mecanismo.

El capitalismo con sus dogmas liberales de la mano oculta reguladora de los mercados, de la libertad y la competencia, de que de la búsqueda de ganancia de cada uno resulta la prosperidad de todos, ha tenido más éxito, ha crecido en un mundo globalizado y es cada vez más fuerte. Claro que aquello de la libertad y la competencia se ha transmutado en oligopolios, los mercados son regulados por la mano de los que manejan las grandes finanzas, se producen crisis periódicas que perjudican a países enteros y la alianza entre políticos y financieros es evidente.

El capitalismo inventó, de la mano de la social-democracia, lo del estado del bienestar para mantener en calma a los ciudadanos a los que se les ofrecía la protección del estado “desde la cuna a la tumba”, sanidad y educación gratuita, prestaciones para todas las contingencias y elecciones periódicas para elegir a los políticos, pero no a los prebostes de las finanzas. Esta argucia del capitalismo ha entrado en crisis y cada vez dudamos más de que sea sostenible.

La inestabilidad de la desigualdad está a la vista. Las cesiones de soberanía a entidades supranacionales resultan problemáticas por irreversibles. Se anuncia el fin de la recesión para una fecha, pronto sustituida por otra más lejana, pero en realidad no sabemos nada.

Quizás haya que cambiarlo todo, pero sin duda lo nuevo que llegue tampoco resolverá el problema de la desigualdad. ¿Somos, al menos, iguales ante la ley, ante los jueces y tribunales?.

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