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No se trata de pedir permiso para entrar. Me refiero a la “cuesta de septiembre” del síndrome posvacacional

¿Se puede?

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En estos días se habla mucho del malestar producido por la vuelta a la realidad tras las vacaciones. Ansiedad, depresión, dolores de cabeza, falta de apetito, dificultades para la concentración… Un rosario de pequeñas dolencias que no son otra cosa que la dura vuelta a la realidad de cada día, suspendida durante el periodo del “dolce far niente”.

Hace años, un viejo mentor mío: D. Ángel Rodríguez Vega, cuando era acosado por alguien que le hablaba de su dificultad para superar una adversidad, después de pararse, templar y mandar, sentenciaba: Se puede.

Todas las adversidades de la vida se pueden superar. Es cuestión de paciencia y de tiempo. No es necesario ser el Santo Job para entender esto. La vida te marca, pero la vida también te ayuda a superar las adversidades con la puesta en práctica de la fe y la esperanza.

Sin seguir por este camino tan trascendente, me voy a parar ahora en nuestro segmento de plata. Los “jubiletas” también tenemos vacaciones en nuestras obligaciones diarias: cuidar nietos y enfermos, hacer recados, trabajos en voluntariado, mejorar nuestra forma física y mental. Tantas tareas que nos mantienen ocupados la mayor parte del día y, a veces, de la noche.

En ocasiones, esta cotidianidad nos viene larga. La vuelta a las labores de cada día se nos hace algo dura y tenemos la tentación de alejarnos de ellas. En esos momentos es bueno recordar el trípode que sostiene nuestro equilibrio y, en base a ello, medir el trabajo, la oración y la formación. No cargarnos demasiado de responsabilidades (la herejía de la acción), ni convertirnos en una rata de sacristía en la que “se está muy bien”.

Ser felices… haciendo felices a los demás. Casi ná. Como decía Don Ángel. Se puede.

¿Se puede?

No se trata de pedir permiso para entrar. Me refiero a la “cuesta de septiembre” del síndrome posvacacional
Manuel Montes Cleries
jueves, 29 de agosto de 2019, 10:58 h (CET)

En estos días se habla mucho del malestar producido por la vuelta a la realidad tras las vacaciones. Ansiedad, depresión, dolores de cabeza, falta de apetito, dificultades para la concentración… Un rosario de pequeñas dolencias que no son otra cosa que la dura vuelta a la realidad de cada día, suspendida durante el periodo del “dolce far niente”.

Hace años, un viejo mentor mío: D. Ángel Rodríguez Vega, cuando era acosado por alguien que le hablaba de su dificultad para superar una adversidad, después de pararse, templar y mandar, sentenciaba: Se puede.

Todas las adversidades de la vida se pueden superar. Es cuestión de paciencia y de tiempo. No es necesario ser el Santo Job para entender esto. La vida te marca, pero la vida también te ayuda a superar las adversidades con la puesta en práctica de la fe y la esperanza.

Sin seguir por este camino tan trascendente, me voy a parar ahora en nuestro segmento de plata. Los “jubiletas” también tenemos vacaciones en nuestras obligaciones diarias: cuidar nietos y enfermos, hacer recados, trabajos en voluntariado, mejorar nuestra forma física y mental. Tantas tareas que nos mantienen ocupados la mayor parte del día y, a veces, de la noche.

En ocasiones, esta cotidianidad nos viene larga. La vuelta a las labores de cada día se nos hace algo dura y tenemos la tentación de alejarnos de ellas. En esos momentos es bueno recordar el trípode que sostiene nuestro equilibrio y, en base a ello, medir el trabajo, la oración y la formación. No cargarnos demasiado de responsabilidades (la herejía de la acción), ni convertirnos en una rata de sacristía en la que “se está muy bien”.

Ser felices… haciendo felices a los demás. Casi ná. Como decía Don Ángel. Se puede.

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