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Hablar de cambios en la Iglesia es hablar de conversión

La Iglesia necesita cambios, pero en sentido contrario al que proponen ciertos aconsejadores
Francisco Rodríguez
miércoles, 20 de marzo de 2013, 10:46 h (CET)
Resulta cansino escuchar una y otra vez a los que aconsejan a la Iglesia los cambios que, según ellos, tendría que hacer si quiere conseguir clientela. Como muchos templos están vacíos y hay pocas vocaciones, proponen que, al igual que hacen los comercios en este tiempo de crisis, que abaratan sus artículos, que la Iglesia ofrezca también un evangelio rebajado, sin exigencias ni cruz, un mensaje que sea fácilmente digerible para una sociedad comodona y hedonista.

La Iglesia efectivamente necesita cambios, pero en sentido contrario al que nos proponen estos aconsejadores. Para las jerarquías de la Iglesia y para todos los que formamos parte de ella, se nos propone un cambio que se llama conversión, es decir, seguir las huellas y las enseñanzas de Cristo, examinar nuestro corazón por si nos hemos desviado del camino que nos propuso: si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.

No hay posibilidad de rebaja. Los cristianos tenemos que anunciar el evangelio íntegro y vivirlo en su totalidad para que nuestra oferta sea creíble. San Pablo ya nos exhortó a no acomodarnos al mundo presente sino a distinguir cuál sea la voluntad de Dios y el mismo Cristo ya nos advirtió que si el mundo nos odia, antes lo odió a él. Por tanto no se trata de componendas con el mundo, como tantos proponen, sino de anunciar al mundo el evangelio, con sus milagros, sus signos, sus bienaventuranzas, pero también la inicua persecución y muerte de Jesús por no acomodarse a lo que esperaban los fariseos, el sanedrín de los judíos o Pilatos el gobernador romano, pero también su resurrección. Los cristianos no recordamos a un muerto sino a Alguien que vive y fundamenta nuestra esperanza.

El Papa Francisco ha indicado que para la Iglesia es necesario caminar, construir y confesar. Quienes caminan no están cómodamente sentados, se esfuerzan en ir a todo el mundo y proclamar el evangelio. Quizás estemos demasiados cristianos paralíticos, quizás creamos que evangelizar es cosa de los que se van a misiones en lugar de tener claro que tenemos que evangelizar a nuestra familia, nuestra profesión, nuestros vecinos, nuestro barrio. Benedicto XVI nos urgió a una nueva evangelización.

También los cristianos tenemos que construir en el mundo espacios de colaboración, de entendimiento, de justicia, de amor. Pero puede construirse sobre la arena de la opinión pública, de las doctrinas de moda, de las recetas políticas o de los manuales de autoayuda o construir sobre la piedra que rechazaron los arquitectos y vino a ser la piedra angular, la roca firme: Cristo. Como dice San Pablo tenemos que confesar a Cristo crucificado; escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombre, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. Para los cristianos Cristo crucificado es algo mucho más importante que un paso procesional.

Cada Papa recibe la misma misión que Cristo confió a Pedro: confirmar en la fe a sus hermanos, cimentar la Iglesia, custodiar el depósito de la fe para poder transmitirla con toda fidelidad a lo largo del tiempo, hasta que Él vuelva. Es lo que sin duda hará nuestra Papa Francisco.

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