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El síndrome de la máquina de coser

Francisco Arias Solís
Redacción
viernes, 7 de julio de 2006, 01:57 h (CET)
“Del barco que yo tuviera,
serías tú la costurera.
Las jarcias, de seda fina;
de fina holanda, la vela.”
<>br
Rafael Alberti.

Cuánto más tiempo dedican las costureras a un trabajo repetitivo en el que se producen sobrecargas de trabajo en partes localizadas del cuerpo, mayores y más serias son las dolencias crónicas en la espalda y en la región cervical. Por tanto hay que cambiar las condiciones de trabajo de las costureras para impedir que dichas lesiones crónicas proliferen y aumenten.

En las costureras se presenta de manera significativa, en comparación con trabajadoras de otras actividades, una frecuencia mayor de dolencias cervicales, dolores en la nuca y dolores de espalda de carácter crónico. Estas dolencias son consecuencia del denominado “síndrome de la máquina de coser”, padecimiento que debiera pasar a engrosar la lista de enfermedades profesionales.

Dos médicos daneses especialistas en salud laboral, Ove Gaardboe-Pulsen y Johan Hviid Andersen, han realizado una investigación sobre este tema y han demostrado científicamente aquello que hasta hora podría uno imaginarse analizando las condiciones de trabajo de las costureras. Igualmente han puesto de manifiesto que muchas costureras terminan padeciendo dolencias generalizadas de estrés. La reacción conjunta entre el estrés y los dolores crónicos producen un empeoramiento de ambos tipos de dolencias.

También ha quedado patente la relación directa entre las dolencias crónicas de las costureras y tiempo trabajado, así, en el grupo de trabajadoras que llevan trabajando menos de siete años, la proporción de costureras con dolores crónicos es de 1,5 a 1,8 veces superior al de las trabajadoras de otras actividades laborales, mientras que en el grupo de costureras que llevan trabajando más de 15 años, dicha proporción es de 4,4 a 6,8 veces superior.

En nuestro país, existen aproximadamente un cuarto de millón de costureras, de las que unas 40.000 son andaluzas.

Para escapar del desempleo imperante en nuestro país muchas trabajadoras se han visto impulsadas a formar cooperativas, especialmente de trabajo asociado, en el sector de la confección y cuyo planteamiento es crear y mantener el empleo al precio que sea. Muchas de estas cooperativas, rozan la economía sumergida, con salarios bajos, trabajo a destajo, sin cumplir la normativa vigente en materia de afiliación a la seguridad social ni en materia de prevención de riesgos laborales, todo ello, acrecienta el riesgo de sufrir lesiones laborales crónicas.

La dolencias crónicas reducen la capacidad laboral delas costureras y conducen a reacciones de estrés generalizadas, existiendo motivos más que razonables para cambiar los sistemas de organización del trabajo, reducir sustancialmente el tiempo de las tareas repetitivas y mejorar cualitativamente las condiciones de trabajo, pero sobre todo se debe cambiar la mentalidad con que se aborda este tipo de trabajo. Y es que, como dijo el poeta: “Tienes que desengañarte: / por el camino que vas / no vas a ninguna parte”.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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