Según el reciente informe sobre la Riqueza en el Mundo elaborado por Merrill Lynch y Capgemini Consulting, España se ha incorporado al grupo de los 10 países con mayor número de ciudadanos ricos del mundo y, a este respecto, presenta la tasa más alta de crecimiento de la Unión Europea, con un incremento de españoles con grandes patrimonios del 5,7 % con respecto al año anterior durante 2005. Casi 150.000 personas, son consideradas “ricas” por la tenencia de una vivienda en propiedad y unos activos financieros superiores a 800.000 euros. En nuestro país, existen además cerca de 1.500 “supermillonarios”, siendo clasificados como tales, aquellos cuyas posesiones alcanzan los 24 millones de euros netos.
En total, en el mundo, existían el año pasado menos de 9 millones de ricos, cifra que ha experimentado un crecimiento del 6,5% con respecto al año anterior y que prácticamente se ha duplicado en la última década. Asimismo, se señalan como causas de esta proliferación de las fortunas españolas la propiedad de empresas y su venta, así como los ingresos que estas generan, las herencias, la recuperación de las bolsas y la revalorización del mercado inmobiliario.
Los autores de este estudio, hablan también de un “incremento general de la riqueza” con motivo del aumento de los referidos patrimonios. Pero en el contexto de un país con una tasa de inflación interanual un punto y medio por encima de la zona euro y en el que el endeudamiento de las familias supera el doble del límite aconsejado por cualquier entidad de crédito; pocos pueden sentirse ricos ni privilegiados. Cierto es, que otros datos macroeconómicos, son favorables: producción industrial, PIB, actividad económica, número de empresas existentes, tasa de empleo, créditos al consumo... Sin embargo, la compra de la primera vivienda, se convierte en un objetivo casi inalcanzable. Pero la otra cara de la moneda, nos muestra la pobreza o la riqueza como una vivencia subjetiva, poniendo de manifiesto la trampa de una sociedad de consumo que nos hace vivir en un estado de continua insatisfacción; el españolito de a pie, obviamente, no quiere compararse con el inmigrante ni con el pensionista, sino con los que figuran en esta lista de los Top Ten; lo que nos conduce a ignorar realidades paralelas que también deberían ser tenidas en cuenta a la hora de adjudicarnos un estatus económico y social en un contexto completo y real: 1.200 millones de personas viven con menos de un euro al día, 54 países son más pobres ahora de lo que eran en 1990, 1.000 millones de personas están desempleadas, subempleadas o son pobres y más de la mitad de los niños y niñas del mundo en desarrollo carecen de bienes y servicios básicos, según datos de UNICEF.
Pero en el marco de una economía desarrollada, el pertenecer a uno de los clubs más elitistas del mundo junto con el G8, no implicará síntoma alguno de prosperidad hasta que la renta per cápita de este país no se aproxime a ese valor con un margen de varianza mínima. No obstante, de repente, resulta que España, sigue yendo bien, tal y como ha proclamado nuestro actual presidente tras aquella similar y comentadísima frase pronunciada por su predecesor en el gobierno un par de años antes. Lejos ha quedado la reprimenda de la entonces oposición por la adopción de un modelo de crecimiento económico basado en postulados tan criticables como que, el suelo de todos, sea para el mejor postor; la negociación de salarios cada vez más mínimos o firmando contratos basura para una creciente mayoría, siempre maniobrando al límite de leyes hechas “a medida” por quienes hoy, ya son ricos o “supermillonarios”; sí, esos 150.000 que no concuerdan con los pocos miles que declaran tales cifras a la Agencia Tributaria Española que, a la luz de estos datos, y a pesar de contar con un sistema fiscal que, en teoría, responde a principios tales como la progresividad o la proporcionalidad en función de la capacidad contributiva, sin embargo, en el plano de los hechos, se caracteriza por castigar las rentas medias.
Finalmente, las aspiraciones de las clases divergentes de este país; los millonarios y una endeudada burguesía; los propietarios de inmuebles y los arrendatarios o los que viven con sus padres; los radicalmente ricos o inminentemente pobres; se desvanecen cuando entre nosotros, se preconiza ese “sueño americano” que desemboca en una oligarquía donde se generaliza una sociedad -en el mejor de los casos, mileurista- frente a una minoría prácticamente blindada de millonarios que cada vez lo son más.
España, se convierte así en el país de las grandes oportunidades. Para unos pocos.
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