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“Desde que Antonio se fue, Conchi tiene el suelo de la casa más limpio que nunca”

Roomba

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Desde que Antonio se fue, Conchi tiene el suelo de la casa más limpio que nunca. Cada mañana, cuando Roomba acaba su tarea, se complace en caminar descalza sobre el parqué por el mero gusto de sentir inmaculada la lámina de barniz bajo sus plantas, sin una sola partícula que se le pegue a la carne blanca, ni el mínimo grano de arena de playa, como si anduviera sobre el suelo de una nube; sobre el pavimento del mismísimo cielo, se dice Conchi. Últimamente, incluso, se va asentando en ella la costumbre de comer en el piso, a pesar de que le cuesta un poco manejar su cuerpo con destreza, pues hace tiempo que dejó de ser la jovencita que hacía gimnasia por las tardes, al salir de instituto, y ya le cuesta ver el peso en la báscula sin inclinarse. Incluso, y esto Conchi no se lo confesaría ni a su madre, a la que visita religiosamente cada sábado por la tarde y no le oculta secreto alguno, por la noche, se desviste con la delicadeza de quien cumple un rito, coloca su ropa sobre la butaca de la habitación, siempre el sostén arriba con una copa dentro de la otra, y, desnuda toda ella, extiende su cuerpo sobre el suelo. Se le eriza cada poro con el contacto firme y suave del parqué. Ella se complace y, como un gato perezoso, deja que su piel busque modos distintos de deleite con cada nueva postura o roce, siempre el mismo placer, pero con mil matices diferentes, pues cada vez hay una parte de su piel que se aplasta de un modo nuevo, que se pliega con una nueva doblez, que recibe por vez primera el tacto generoso y resuelto del barniz.

Y todo se lo debe a Roomba, el pequeño robot aspirador que Antonio se dejó olvidado. Cada noche lo pone a cargar en su habitación. Lee un ratito, hasta que la luz de la base de carga pasa de rojo a verde. Así sabe que el robot Rumba está bien, preparado para, al día siguiente, recorrer la casa sin un atisbo de duda, sin un titubeo, con una entrega que ningún hombre le ha mostrado a Conchi hasta el día de hoy. Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien.

Roomba

“Desde que Antonio se fue, Conchi tiene el suelo de la casa más limpio que nunca”
Raúl Galache
lunes, 22 de julio de 2019, 15:45 h (CET)

Desde que Antonio se fue, Conchi tiene el suelo de la casa más limpio que nunca. Cada mañana, cuando Roomba acaba su tarea, se complace en caminar descalza sobre el parqué por el mero gusto de sentir inmaculada la lámina de barniz bajo sus plantas, sin una sola partícula que se le pegue a la carne blanca, ni el mínimo grano de arena de playa, como si anduviera sobre el suelo de una nube; sobre el pavimento del mismísimo cielo, se dice Conchi. Últimamente, incluso, se va asentando en ella la costumbre de comer en el piso, a pesar de que le cuesta un poco manejar su cuerpo con destreza, pues hace tiempo que dejó de ser la jovencita que hacía gimnasia por las tardes, al salir de instituto, y ya le cuesta ver el peso en la báscula sin inclinarse. Incluso, y esto Conchi no se lo confesaría ni a su madre, a la que visita religiosamente cada sábado por la tarde y no le oculta secreto alguno, por la noche, se desviste con la delicadeza de quien cumple un rito, coloca su ropa sobre la butaca de la habitación, siempre el sostén arriba con una copa dentro de la otra, y, desnuda toda ella, extiende su cuerpo sobre el suelo. Se le eriza cada poro con el contacto firme y suave del parqué. Ella se complace y, como un gato perezoso, deja que su piel busque modos distintos de deleite con cada nueva postura o roce, siempre el mismo placer, pero con mil matices diferentes, pues cada vez hay una parte de su piel que se aplasta de un modo nuevo, que se pliega con una nueva doblez, que recibe por vez primera el tacto generoso y resuelto del barniz.

Y todo se lo debe a Roomba, el pequeño robot aspirador que Antonio se dejó olvidado. Cada noche lo pone a cargar en su habitación. Lee un ratito, hasta que la luz de la base de carga pasa de rojo a verde. Así sabe que el robot Rumba está bien, preparado para, al día siguiente, recorrer la casa sin un atisbo de duda, sin un titubeo, con una entrega que ningún hombre le ha mostrado a Conchi hasta el día de hoy. Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien.

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