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Muñecas hinchables: avatar sexual en España | |||
David Levy, conocido autor del libro Amor y sexo con Robots, plantea que una vez desarrollada la tecnología que permita crear las características físicas humanas | |||
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El ritmo de la vida, la monotonía o baja calidad de las relaciones producen naturalmente un declive en el desempeño sexual de la pareja, que en búsqueda de una solución usan juguetes sexuales para activar la llama de la pasión, y para los solitarios conforman un medio que proporcionan desahogo de sus instintos sexuales. En los últimos tiempos, según datos aportados por la Society for the Scientific Study of Sexuality, la demanda de juguetes eróticos mueve más de 15 mil millones de dólares al año, lo que ha originado una desmesurada expansión de la industria del placer o hedonismo. En España el negocio de productos eróticos está en pleno auge, su facturación anual alcanza 20 por ciento del mercado global, observando niveles que supera al resto de Europa, y que convierte al país líder en el consumo de juguetes sexuales. Las muñecas eróticas inflables están elaboradas con vinilo grueso o látex, o una mezcla de poliuretano y silicona, generalmente sus cabezas son de maniquíes plásticos y pelucas, y con ojos de plásticos o vidrios, y tienen una vagina básica. No tienen parecido a las personas reales, muchas tienen forma de animales, y son las más económicas del mercado. En el mercado la ofrecen por menos de 75 euros. Entre los juguetes que más demandan los españoles, el lubricante íntimo se sitúa en el puesto número uno. Los españoles afirman que “sexo sin lubricante es como una ensalada sin aliño”. Luego les sigue los Plugs o dildos anales, cuya variedad incluyen vibración y aquellos que se hinchan por una perilla, así como los kits prostáticos, diseñados para el uso de los hombres. Existen registro desde el antiguo Egipto del uso de aparatos que facilitaban la autocomplacencia sexual, pero fue a partir de la época victoriana que fue introducida por el Dr. Macaura (1890), “el consolador o vibrador”, como un instrumento terapéutico para tratar las histerias de sus pacientes femeninas. Esta famosa herramienta de museo conocida actualmente como el “Pulsocon Hand Crank”, trascendió las puertas del consultorio y se instaló en los hogares como un recurso de acercamiento y satisfacción sexual. En la actualidad muchas personas tienen sus reservas en relación con los encuentros sexuales con robots, y se espera que en la medida en que la inteligencia artificial mejore el comportamiento de esta sofisticada tecnología, se iniciará un proceso gradual que culminará con la aceptación de la unión entre un humano y un robot. En este orden de ideas, Antonio López Peláez, editor de The Robotics Divide y especialistas en interrelaciones entre la tecnología y trabajo social, expresa “que un robot que interactúe y comparta información será lo único estable que se tenga en la vida”. |
El término proviene del personaje mitológico Narciso, en griego, Nárkissos, un joven de extraordinaria belleza. Según la leyenda, especialmente en la versión de Ovidio, en sus Metamorfosis, Narciso despreciaba a quienes se enamoraban de él. Como castigo, los dioses lo hicieron enamorarse de su propio reflejo en el agua. Incapaz de separarse de su imagen, terminó muriendo por hambre, desesperación o suicidio y en el lugar donde cayó creció la flor del narciso.
En una época donde el estrés cotidiano parece inevitable, un movimiento creciente aboga por una filosofía radical: dejar de pelear completamente. No se trata de rendirse ante las injusticias, sino de reconocer el precio que pagamos cada vez que entramos en conflicto con otros.
La inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una promesa futurista a una realidad omnipresente en nuestras vidas. Desde asistentes virtuales que gestionan nuestras agendas hasta algoritmos que personalizan nuestras experiencias en línea, la IA se ha integrado de manera tan fluida en nuestro día a día que, para muchos, se ha vuelto indispensable. A medida que sus capacidades se expanden, surge una pregunta inquietante: ¿podemos volvernos adictos a la IA?
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