Bolivia, con su presidente Evo Morales a la cabeza, se mueve. Cierto es que no sabemos si la dirección en la que lo hace será la más adecuada para el país, pero no por ello deja de moverse.
Amparado por el gran líder populista, resucitador de espíritus patrios dormidos, Hugo Chávez, y sobre todo alentado por sus inversiones, Evo suspira profundamente mientras revoluciona el país, sabiendo de antemano que juega con la ventaja de dos cartas marcadas: la ya comentada imprescindible ayuda venezolana, y el apoyo de las masas de parias, de desheredados, durante años abandonados, o incluso pisoteados, por sus propios gobernantes.
La nueva revolución que países como Bolivia, Perú o Venezuela, están gestando día tras día resulta lógica y comprensible hasta cierto punto.
Por una extraña combinación de factores, en esos países, y desde la consecución de sus respectivas independencias, uno tras otro se han ido sucediendo gobiernos que no han sabido dar solución a los graves problemas estructurales que han terminado por llevar la situación al punto en el que nos encontramos.
Cierto es que no es esta la primera vez que ocurre, pues puntualmente, de cuando en cuando, y entre etapas de dictadores o antidemócratas de uno u otro cuño, en los gobiernos de estos países siempre se ha intercalado un experimento similar al actual en Bolivia. Y no se puede decir que de dicha experiencia se haya sacado nada positivo para sus sufridos experimentadores. (Digan lo que digan: Cuba no es libre, los cubanos no son libres, y menos aun gozan de un adecuado nivel de vida.)
Lo que esta vez diferencia a las anteriores es la figura condensadora de Chávez.
Cual caudillo, adalid, líder, este hombre salido de las filas del ejército se ha alzado por encima de los representantes de los demás países de su esfera de influencia y, pasándoles la mano por encima del hombro, y la billetera bien repleta a las arcas nacionales, se ha convertido en el protector oficial, en el mecenas petrodolarístico de nuevos hombres arrastramasas.
Chávez se ha lanzado al peligroso juego de aglutinar bajo la figura del populismo a todos los países de su entorno que le sea posible, siendo su figura ejemplo alentador a imitar.
Juego peligroso, porque animar a otros a seguir su estela, o incluso a explorar nuevas posibilidades aun más revolucionarias está poniendo en contra de todos ellos a gran parte del mundo civilizado: Europa y Norteamérica, que no es poco. Y de una política exterior de enfrentamiento directo con “el mundo”, nada positivo puede lograrse.
Y esta actitud, la de alentar vías que en ocasiones pueden ser consideradas como poco democráticas, resulta peligrosa también porque pone en marcha mecanismos internos radicales que enfrentan entre sí a la población de una forma violenta. Por la radicalización de la vida social, económica y política no se llega más que a caminar por senderos de violencia.
Las reformas de Morales en Bolivia hace tiempo que han enfrentado a su país con el resto del mundo. Pero también dentro de su cascarón territorial se dan ya las primeras señales de alarma que anuncian conflictos internos, más exacerbados si cabe a raíz de los anuncios sobre nuevas disposiciones sobre la propiedad de la tierra.
Ahora se enfrentarán los grandes terratenientes contra las masas de gentes desposeídas de todo derecho, pero luego, cuando éstos últimos no reciban fruto alguno nacido de las nuevas medidas, serán ellos mismos los que protagonicen las revueltas y los enfrentamientos con el Estado. El pueblo boliviano ha puesto muchas expectativas en su particular revolución, y el día en que esta se vaya al traste, las consecuencias pueden ser catastróficas.
Quiero dejar patente la idea fundamental que quiero transmitir, por si no ha quedado del todo clarificada en mi discurso: es necesario que se produzca la inmersión total de los regímenes de estos países en el seno de la cultura de la democracia y de sus mecanismos. No se puede actuar en contra de la legislación y convenios internacionales. No hay nada que lo justifique. Las revoluciones deben de hacerse por cauces de consenso, de paulatino avance, jamás con ilegales leyes rupturistas.
Y resulta imprescindible que desde Europa y los EEUU se inicie un diálogo conciliador que ayude a estos países a salir de su ancestral encierro en preconcebidas y atrasadas ideas revolucionarias, mostrándoles con nuestro ejemplo (el español, sin ir más lejos) cómo nada de lo que se hace por la fuerza, la ilógica, la sinrazón, puede llevar a resultados positivos.
Algunos de estos países tienen estructuras sociales y económicas que deben de ser modificadas, incluso extinguidas, pero todo progreso debe de hacerse con la mesura, con cordura, para que el pueblo todo permanezca unido, concienciado de trabajar juntos y no enfrentados en la consecución de un objetivo común de paz, libertad y prosperidad para todos.
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