Lo que comenzó, tal vez, como obligación, se vive hoy como una oportunidad ilusionante para hacer una Iglesia más sinodal y participativa. Lo cual no solo no resta importancia a la figura del sacerdote, sino que resalta lo específico de su misión, a la que demasiado a menudo se han añadido cargas y responsabilidades que no requieren que las ejerza un ministro ordenado. Claro que también con la pastoral propiamente vocacional tienen mucho que ver los laicos. Lo recordaba la Conferencia Episcopal en torno al pasado 19 de marzo con el lema “El seminario, misión de todos”. Porque las vocaciones no surgen de la nada, sino de parroquias, movimientos y familias cristianas, que son esa tierra fértil sin la cual resulta mucho más difícil que la llamada del Dios al sacerdocio sea escuchada y dé frutos, para bien de toda la Iglesia y del conjunto de la sociedad.
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