No resisto la tentación de reincidir en la defensa de la libertad ideológica, tan amenazada por lo políticamente impuesto (antes, correcto). Cuando en los Estados Unidos avanza una reacción favorable en importantes centros universitarios, leo una sorprendente noticia, que viene nada menos que de París y de la mítica Sorbona, como se sigue llamando a la universidad más antigua de Francia, aunque la tecnocracia la condensó en París-IV, salvo error por mi parte.
No sé si se seguirá estudiando la historia de la literatura universal, que comenzaba en mis tiempos con los clásicos griegos, incluido el teatro tras las imperecederas epopeyas: Esquilo, Sófocles, Eurípides. La tragedia de Las Suplicantes de Esquilo inició la más antigua trilogía, escrita en el siglo V antes de Cristo. Desembarcan en Argos las cincuenta Danaides, las hijas de Dánao, lideradas por su padre. Huyen de los hijos del rey de Egipto, que pretenden obligarlas a un matrimonio forzado. Visto con óptica actual, sería el primer drama feminista: un canto a favor de la libertad, aun con riesgo de provocar conflictos políticos, en este caso, la guerra de Argos con los egipcios, derivada de la liberal hospitalidad del rey Pelasgo.
Pero los responsables de la puesta en escena en el anfiteatro Richelieu de la Sorbona no podían prever que los antirracistas forzaran violentamente la cancelación de las representaciones, acusadas de propagar el odio. La causa: el uso de máscaras por los personajes, según la práctica del teatro clásico; con la particularidad de que eran negruzcas algunas de las que ocultaban rostros de mujeres egipcias. A esos extremos estamos llegando.
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