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Traición, deslealtad y golpes bajos: elecciones a cara de perro

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Cuando un país está empeñado en su autodestrucción es muy posible que, todas las posibilidades de que ello acabe sucediendo, se vayan multiplicando a medida de que, entre su ciudadanía, se vayan reafirmando las ideas de que favoreciendo la discrepancia, el enfrentamiento, la intolerancia y el totalitarismo ideológico, se consigue acabar con la pobreza, reducir la desigualdad social, económica y laboral entre pobres y ricos y elevar el nivel de vida de la ciudadanía, mediante el procedimiento predicado desde las filas del comunismo, consistente en eliminar o reducir la actividad privada, establecer la economía dirigida y sustituir la idea de mercado libre por la de empresas estatalizadas, convirtiendo a los trabajadores en funcionarios a las órdenes de políticos encargados, por el Gobierno, de hacerse cargo de suplir la iniciativa libre de los ciudadanos por la burocratización de la macroeconomía del país. España no podría, en manos de los socialistas, evadirse de la gran tentación de dejar en segundo plano el crecimiento de la nación, para dar prioridad al intervencionismo del Estado, que prima un modelo de sociedad dependiente del dirigismo del sector público en el control de la producción, de las relaciones laborales entre empresarios y trabajadores, fomentando la actividad sindical, dentro de cada empresa, como posible freno a las decisiones empresariales, siempre desde el punto de vista de que, el capitalismo, tiende a aprovecharse del trabajador y que, la facultad del empresario de organizar el trabajo dentro de su propia empresa, debe estar controlada para evitar, en situaciones de dificultad por disminución de demanda, baja productividad o entornos de crisis, pueda acudir a procedimientos extremos para regular el tamaño de su plantilla, reducir los salarios u organizar, mediante los cambios precisos y los ajustes necesarios para mejorar sus sistemas de trabajo o la modernización de su industria de acuerdo con los planes adecuados para conseguir el éxito y la supervivencia de la empresa, sin que sea la intervención sindical o la autoridad laboral la que, en definitiva, tenga en sus manos el poder limitar la libertad de los directivos para imponerles soluciones que, no siempre, consiguen los resultados que se pretenden ni lo que, en definitiva, resulte ser lo mejor para los trabajadores afectados.


El domingo España se va a jugar su futuro en unas elecciones en las que, como se ha podido comprobar durante la precampaña y toda la campaña electoral, el Gobierno en el poder, los socios que le vienen apoyando y todos aquellos que ya se han olvidado de los resultados que obtuvo el gobierno del señor Rodríguez Zapatero, durante la pasada crisis económica del 2008; primero ignorando su existencia y, más tarde, siendo incapaz de tomar las medidas adecuadas por evitar que la crisis se cebara en nuestra nación, con más fuerza y ensañamiento que en el resto de países de la UE, hasta el punto de que, si no hubieran tirado la toalla los gobernantes de entonces y no hubieran cedido el testigo al PP, es muy posible que España hubiera acabado pidiendo el rescate que ya, todo el mundo, estaba pronosticando; lo que nos hubiera puesto, como le ocurrió a Grecia, en una situación de alta vulnerabilidad.


Ahora, como medida de propaganda electoral, el actual gobierno del señor Sánchez, cometiendo una de las imprudencias que más pueden dañar el futuro de España, utilizando el mismo procedimiento empleado por los antiguos emperadores romanos que, para tener contentos a sus ciudadanos y, reflejado en aquella frase de “panem et circenses”, para mantener tranquila a la población u ocultar hechos controvertidos, proveían a las masas de alimento y entretenimiento de baja calidad con criterios asistencialistas. El señor Sánchez, a su vez, ha utilizado temerariamente, saltándose la ética y utilizando su posición de superioridad sobre el resto de partidos que aspiran a gobernar la nación, el dinero de todos los españoles ( el que tenemos y el que pueda necesitarse en el futuro) para utilizarlo en una serie de temas sociales y concesiones que, si bien pudieran satisfacer a aquellos que se puedan considerar beneficiados por ello, sin embargo, están muy lejos de las posibilidades económicas de nuestro país, poniendo en grave peligro su estabilidad y lastrando a cualquier futuro gobierno que tuviera que hacer frente a un gasto público semejante que, aparte de los impuestos necesarios que van a ser necesarios para intentar ponerlos en práctica, no existe posibilidad alguna de que España esté en condiciones de asumirlos sin verse obligada a recurrir a un aumento desproporcionado de nuestra Deuda Pública y al aumento del déficit público.


Y junto a estas consideraciones de tipo económico, no nos queda más remedio que referirnos a estas prácticas que parece que se han puesto de moda mediante las cuales, una serie de despechados que durante años han sacado tajada de su estancia en un determinado partido, cuando les llega la hora de sacrificarse en beneficio de la renovación de su partido, no son capaces de admitir que todo tiene un principio y un fin y aceptar, con deportividad, el ser relevado en favor de una persona que la dirección ha considerado más adecuada para el momento actual. El vergonzoso caso del señor Ángel Garrido, expresidente de la comunidad madrileña, que no sólo ha abandonado el partido en vísperas de las elecciones, sino que ha desairado a quienes le habían propuesto, con el número cuatro, para formar parte de las listas del PP, para las elecciones al Parlamento Europeo. Después de treinta años de pertenecer al PP este señor ha tenido la desvergüenza de pasarse, a última hora, a Ciudadanos, el partido escoba del señor Rivera, que no parece preocuparse demasiado por la clase de personas que se van incorporando a su formación, ya que ha aceptado a cualquier tránsfuga que se le ha ofrecido, fuera de la formación política que fuera, sin tener escrúpulo alguno en hacerlo.

Y es que, como ya veníamos barruntando, desde que el señor Albert Rivera se mostró tan taxativo, rehuyendo cualquier posible acuerdo postelectoral con los socialistas, si hubiera ocasión de poder hacerlo, para poder gobernar con ellos; es una persona voluble, con facilidad para cambiar de chaqueta si le conviniera y poco de fiar si llega el momento en el que, Pedro Sánchez, si gana las elecciones, le propone formar parte del Gobierno para conseguir la mayoría necesaria en el Parlamento o en el Senado. No obstante, pese al optimismo del señor Rivera en cuanto a un buen resultado en los próximos comicios legislativos, es muy posible que se encuentre con alguna sorpresa respecto a lo que vayan a ser, en definitiva, los resultados de estas elecciones que, a pesar de que todas las encuestas pronostican una amplia victoria de los socialistas, no sería la primera vez que se equivocaran y que, en el momento de la verdad, pudiera surgir algún aldabonazo que pusiera en cuarentena las posibilidades de Sánchez de acabar gobernando España.


Torres más altas cayeron y, si alguien lo duda, que se fije en lo que sucedió, en EE.UU, con las famosas torres gemelas o, como decimos en España, “hasta el rabo todo es toro”, aunque no sea más que expresar un deseo íntimo, no queremos renunciar a pensar que exista una posibilidad, mínima si se quiere, de que la sensatez de esta mayoría silenciosa de la que tanto se habla, llegara a plasmarse en un resultado que, al menos, pudiera permitir que la coalición de las llamadas derechas, diera escaños suficientes para gobernar. Si quieren que les hable con franqueza, en el caso de que existiera la opción de que Ciudadanos, VOX y el PP reunieran los suficientes escaños para tener la mayoría absoluta en el Parlamento y, esta posibilidad no pudiera cristalizar en un acuerdo entre los tres partidos sería, sin duda alguna, debido a los bandazos a los que nos tiene acostumbrados el señor Rivera que, aun pudiendo sacar a Pedro Sánchez de la Moncloa, sería muy posible que acabara aliándose con él.


Así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, tememos que suceda si, como hemos dicho, hubiera la posibilidad, que reconocemos remota, de un gobierno de coalición de los tres partidos, únicos que tendrían alguna posibilidad de conseguirlo. Dios dirá.

Traición, deslealtad y golpes bajos: elecciones a cara de perro

Miguel Massanet
sábado, 27 de abril de 2019, 10:05 h (CET)

Cuando un país está empeñado en su autodestrucción es muy posible que, todas las posibilidades de que ello acabe sucediendo, se vayan multiplicando a medida de que, entre su ciudadanía, se vayan reafirmando las ideas de que favoreciendo la discrepancia, el enfrentamiento, la intolerancia y el totalitarismo ideológico, se consigue acabar con la pobreza, reducir la desigualdad social, económica y laboral entre pobres y ricos y elevar el nivel de vida de la ciudadanía, mediante el procedimiento predicado desde las filas del comunismo, consistente en eliminar o reducir la actividad privada, establecer la economía dirigida y sustituir la idea de mercado libre por la de empresas estatalizadas, convirtiendo a los trabajadores en funcionarios a las órdenes de políticos encargados, por el Gobierno, de hacerse cargo de suplir la iniciativa libre de los ciudadanos por la burocratización de la macroeconomía del país. España no podría, en manos de los socialistas, evadirse de la gran tentación de dejar en segundo plano el crecimiento de la nación, para dar prioridad al intervencionismo del Estado, que prima un modelo de sociedad dependiente del dirigismo del sector público en el control de la producción, de las relaciones laborales entre empresarios y trabajadores, fomentando la actividad sindical, dentro de cada empresa, como posible freno a las decisiones empresariales, siempre desde el punto de vista de que, el capitalismo, tiende a aprovecharse del trabajador y que, la facultad del empresario de organizar el trabajo dentro de su propia empresa, debe estar controlada para evitar, en situaciones de dificultad por disminución de demanda, baja productividad o entornos de crisis, pueda acudir a procedimientos extremos para regular el tamaño de su plantilla, reducir los salarios u organizar, mediante los cambios precisos y los ajustes necesarios para mejorar sus sistemas de trabajo o la modernización de su industria de acuerdo con los planes adecuados para conseguir el éxito y la supervivencia de la empresa, sin que sea la intervención sindical o la autoridad laboral la que, en definitiva, tenga en sus manos el poder limitar la libertad de los directivos para imponerles soluciones que, no siempre, consiguen los resultados que se pretenden ni lo que, en definitiva, resulte ser lo mejor para los trabajadores afectados.


El domingo España se va a jugar su futuro en unas elecciones en las que, como se ha podido comprobar durante la precampaña y toda la campaña electoral, el Gobierno en el poder, los socios que le vienen apoyando y todos aquellos que ya se han olvidado de los resultados que obtuvo el gobierno del señor Rodríguez Zapatero, durante la pasada crisis económica del 2008; primero ignorando su existencia y, más tarde, siendo incapaz de tomar las medidas adecuadas por evitar que la crisis se cebara en nuestra nación, con más fuerza y ensañamiento que en el resto de países de la UE, hasta el punto de que, si no hubieran tirado la toalla los gobernantes de entonces y no hubieran cedido el testigo al PP, es muy posible que España hubiera acabado pidiendo el rescate que ya, todo el mundo, estaba pronosticando; lo que nos hubiera puesto, como le ocurrió a Grecia, en una situación de alta vulnerabilidad.


Ahora, como medida de propaganda electoral, el actual gobierno del señor Sánchez, cometiendo una de las imprudencias que más pueden dañar el futuro de España, utilizando el mismo procedimiento empleado por los antiguos emperadores romanos que, para tener contentos a sus ciudadanos y, reflejado en aquella frase de “panem et circenses”, para mantener tranquila a la población u ocultar hechos controvertidos, proveían a las masas de alimento y entretenimiento de baja calidad con criterios asistencialistas. El señor Sánchez, a su vez, ha utilizado temerariamente, saltándose la ética y utilizando su posición de superioridad sobre el resto de partidos que aspiran a gobernar la nación, el dinero de todos los españoles ( el que tenemos y el que pueda necesitarse en el futuro) para utilizarlo en una serie de temas sociales y concesiones que, si bien pudieran satisfacer a aquellos que se puedan considerar beneficiados por ello, sin embargo, están muy lejos de las posibilidades económicas de nuestro país, poniendo en grave peligro su estabilidad y lastrando a cualquier futuro gobierno que tuviera que hacer frente a un gasto público semejante que, aparte de los impuestos necesarios que van a ser necesarios para intentar ponerlos en práctica, no existe posibilidad alguna de que España esté en condiciones de asumirlos sin verse obligada a recurrir a un aumento desproporcionado de nuestra Deuda Pública y al aumento del déficit público.


Y junto a estas consideraciones de tipo económico, no nos queda más remedio que referirnos a estas prácticas que parece que se han puesto de moda mediante las cuales, una serie de despechados que durante años han sacado tajada de su estancia en un determinado partido, cuando les llega la hora de sacrificarse en beneficio de la renovación de su partido, no son capaces de admitir que todo tiene un principio y un fin y aceptar, con deportividad, el ser relevado en favor de una persona que la dirección ha considerado más adecuada para el momento actual. El vergonzoso caso del señor Ángel Garrido, expresidente de la comunidad madrileña, que no sólo ha abandonado el partido en vísperas de las elecciones, sino que ha desairado a quienes le habían propuesto, con el número cuatro, para formar parte de las listas del PP, para las elecciones al Parlamento Europeo. Después de treinta años de pertenecer al PP este señor ha tenido la desvergüenza de pasarse, a última hora, a Ciudadanos, el partido escoba del señor Rivera, que no parece preocuparse demasiado por la clase de personas que se van incorporando a su formación, ya que ha aceptado a cualquier tránsfuga que se le ha ofrecido, fuera de la formación política que fuera, sin tener escrúpulo alguno en hacerlo.

Y es que, como ya veníamos barruntando, desde que el señor Albert Rivera se mostró tan taxativo, rehuyendo cualquier posible acuerdo postelectoral con los socialistas, si hubiera ocasión de poder hacerlo, para poder gobernar con ellos; es una persona voluble, con facilidad para cambiar de chaqueta si le conviniera y poco de fiar si llega el momento en el que, Pedro Sánchez, si gana las elecciones, le propone formar parte del Gobierno para conseguir la mayoría necesaria en el Parlamento o en el Senado. No obstante, pese al optimismo del señor Rivera en cuanto a un buen resultado en los próximos comicios legislativos, es muy posible que se encuentre con alguna sorpresa respecto a lo que vayan a ser, en definitiva, los resultados de estas elecciones que, a pesar de que todas las encuestas pronostican una amplia victoria de los socialistas, no sería la primera vez que se equivocaran y que, en el momento de la verdad, pudiera surgir algún aldabonazo que pusiera en cuarentena las posibilidades de Sánchez de acabar gobernando España.


Torres más altas cayeron y, si alguien lo duda, que se fije en lo que sucedió, en EE.UU, con las famosas torres gemelas o, como decimos en España, “hasta el rabo todo es toro”, aunque no sea más que expresar un deseo íntimo, no queremos renunciar a pensar que exista una posibilidad, mínima si se quiere, de que la sensatez de esta mayoría silenciosa de la que tanto se habla, llegara a plasmarse en un resultado que, al menos, pudiera permitir que la coalición de las llamadas derechas, diera escaños suficientes para gobernar. Si quieren que les hable con franqueza, en el caso de que existiera la opción de que Ciudadanos, VOX y el PP reunieran los suficientes escaños para tener la mayoría absoluta en el Parlamento y, esta posibilidad no pudiera cristalizar en un acuerdo entre los tres partidos sería, sin duda alguna, debido a los bandazos a los que nos tiene acostumbrados el señor Rivera que, aun pudiendo sacar a Pedro Sánchez de la Moncloa, sería muy posible que acabara aliándose con él.


Así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, tememos que suceda si, como hemos dicho, hubiera la posibilidad, que reconocemos remota, de un gobierno de coalición de los tres partidos, únicos que tendrían alguna posibilidad de conseguirlo. Dios dirá.

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