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Ignacio Osorio de Rebellón, Madrid

El derecho de una persona con discapacidad a participar en la vida de sus hijos

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Pedro tenía 15 años cuando una tarde de verano se lanzó a la piscina y emergió con una tetraplejia que le cambiaría la vida.

Sí, fueron muchos los aspectos en los que se vio obligado a cambiar, tanto de sus rutinas cotidianas como de sus relaciones funcionales y sociales. Pero lo que más le dolió fueron los cambios que tuvo que acometer por causas ajenas a él. Su colegio tenía interminables escalinatas para acceder a las aulas, para llegar al gimnasio y a la sala de música… ¡ni siquiera podría salir al patio! Con toda su rabia cambió de centro escolar. Por suerte en su ciudad había un instituto al que podría acceder sin problemas y llegar hasta la mayoría de los espacios. Otra cosa fueron las actividades de las tardes: tuvo que dejar las clases de inglés y de pintura, ahí no encontró otras opciones. “Bueno, tendré más tiempo para ver la televisión”, pensó.


Han pasado muchos años y la vida le ha sonreído, Pedro tiene un buen trabajo, muchos amigos y sobre todo una familia formada junto a su mujer, con la que ha tenido dos hijas.

Hace 25 años la sociedad no puso las soluciones adecuadas y le dejó fuera de muchos ámbitos de la vida, ahora, cuando él se creía incluido, la historia se repite: se le niega su derecho a participar en la vida de sus hijas. No ha podido jugar con ellas ni cuidarlas en el parque infantil, no puede ir a las reuniones de padres en el colegio, y los fines de semana, cuando las lleva al partido de fútbol, se baja del coche sin saber si ese día, en ese polideportivo, podrá disfrutar viéndolas jugar.

El derecho de una persona con discapacidad a participar en la vida de sus hijos

Ignacio Osorio de Rebellón, Madrid
Lectores
martes, 16 de abril de 2019, 17:22 h (CET)

Pedro tenía 15 años cuando una tarde de verano se lanzó a la piscina y emergió con una tetraplejia que le cambiaría la vida.

Sí, fueron muchos los aspectos en los que se vio obligado a cambiar, tanto de sus rutinas cotidianas como de sus relaciones funcionales y sociales. Pero lo que más le dolió fueron los cambios que tuvo que acometer por causas ajenas a él. Su colegio tenía interminables escalinatas para acceder a las aulas, para llegar al gimnasio y a la sala de música… ¡ni siquiera podría salir al patio! Con toda su rabia cambió de centro escolar. Por suerte en su ciudad había un instituto al que podría acceder sin problemas y llegar hasta la mayoría de los espacios. Otra cosa fueron las actividades de las tardes: tuvo que dejar las clases de inglés y de pintura, ahí no encontró otras opciones. “Bueno, tendré más tiempo para ver la televisión”, pensó.


Han pasado muchos años y la vida le ha sonreído, Pedro tiene un buen trabajo, muchos amigos y sobre todo una familia formada junto a su mujer, con la que ha tenido dos hijas.

Hace 25 años la sociedad no puso las soluciones adecuadas y le dejó fuera de muchos ámbitos de la vida, ahora, cuando él se creía incluido, la historia se repite: se le niega su derecho a participar en la vida de sus hijas. No ha podido jugar con ellas ni cuidarlas en el parque infantil, no puede ir a las reuniones de padres en el colegio, y los fines de semana, cuando las lleva al partido de fútbol, se baja del coche sin saber si ese día, en ese polideportivo, podrá disfrutar viéndolas jugar.

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