SE EQUIVOCAN quienes dicen que en la guerra la primera baja es la verdad... Y se equivocan por dos motivos: primero, porque los bandos o banderías políticas ya están en guerra, siempre (que, ésta sí, la política es la continuación de la guerra por otros medios); y segundo, porque la verdad ya es asesinada cada día por el lenguaje político, incluso en tiempos no sangrientos.
De manera que a un cadáver continuo, como es la verdad en política, no se le puede asesinar ya. Lo que sí le puede ocurrir a esa virtud que desconocen los políticos verticalistas es que le echen más tierra encima, durante los episodios armados, que es a lo que se deben referir los tratadistas clásicos.
Por ejemplo, los socialistas de pura cepa y sus hermanos los comunistas suelen llamar fascistas a todos sus adversarios. Craso error: porque para ser fascista primero hay que ser socialista... Con la sola diferencia de optar por el nacional–socialismo o preferir el internacional–socialismo.
O sea, que con no ser socialista, ya se evita uno la tentación de ser fascista. O bolchevique, que fueron los que, dentro la familia sociata empezaron a tildar de fachas a todos los que no se dejaban fusilar por el triunfante Ejército Rojo.
Que así quedó la URSS, toda llenita de fachas por las cunetas, desde Siberia hasta Ucrania. Y donde no llegaron los internacional–socialistas tomaron el relevo los nacional–socialistas para seguir masacrando a los disidentes, ayudados por los fachi-socialistas de Mussolini, que también era partidario de eliminar a los adversarios por la vía rápida.
Éste es el común denominador de los sochifachas: el que no esté bajo mis órdenes de Estado es mi enemigo, primero se le adjudican sambenitos verbales que le anatemicen y luego se le arrincona y arrasa.
La guerra (la bélica, la II mundial o europea) la ganaron los socialistas del Este y consagraron a sus hermanos ideológicos del Oeste como “fachas”, igual que si la hubieran ganado los socialistas del Oeste hubieran tildado a sus colegas de allá como “bochos” o como “sochas”.
En realidad, mienten todos: ni siquiera son “socialistas” (no creen en la Sociedad ni en sus componentes: cada uno de sus Individuos que la componen, concretos y reales), sino en el Estado (y en sus autárquicas nomenclaturas verticales), por lo que harían bien en llamarse “estatistas” y entenderíamos ya claramente a lo que se refieren.
Y se refieren a que lo que les gusta no es la libertad, ni la pluralidad, ni la alternancia, ni la crítica, ni la (relativa) separación de poderes, ni la (cierta) garantía legal, ni el consenso con el oponente, sino el Estado vertical y omnímodo... El Estado del Antiguo Régimen (¡digámoslo ya!), el de las nomenclaturas dirigistas y absolutas, que en su última etapa del despotismo ilustrado también acuñó la ficción de que “gobernaba para el pueblo”, pero sin el pueblo naturalmente; y además tampoco para él, sino para la buena vida de las camarillas dirigentes.
De donde ustedes deducirán, si están entendiendo algo, que los “bochos”, los “fachas” o los “sochas” son la reacción: la más pura derecha estatalista opuesta al individuo y a la libertad societaria, la misma que en la Asamblea Nacional de la época revolucionaria francesa se situaba a la derecha (para salvar al Estado y a su dirigismo tradicional) frente a la izquierda de entonces y de ahora: los liberales, quienes defienden al individuo concreto y los poderes para la sociedad.
¿Se está definiendo el articulista como izquierdista por liberal...? No: uno es más bien liberista, ayusista y demócrata-real, que es otra cosa distinta en esta línea de la Libertad.
Lo único que, por ahora, he intentado ha sido describir el engaño mental en que todavía vivimos, después de que la más pura derecha tradicional (el bolchevismo) consiguiera mediante sus técnicas de “agit-prop” ideológica convencer a tantos de que ellos eran el progreso (y no la más antológica reacción) y la izquierda (y no la más evidente vuelta al estatismo absoluto) y otro logro que aún perdura: persuadir de que eran “fachas” todos aquellos que no aceptaran sus consignas. O sea, los opuestos a la mentira y a su dictadura, que aún perduran ambas cosas en el lenguaje usual de nuestros días.
Posdata: Hasta aquí la exposición ideológica. En el lenguaje corriente de la calle, tal y como se ha puesto en esta época zapatera, es más fácil detectar fachas: es facha o fascista el especimen ideológicamente totalitario que llama “facha” o "fascista" a todo aquel que no se pliega a sus caprichos legales, propagandas o consignas.