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Entrevista al escritor Iñaki Abad

“A nivel colectivo y social, el pasado tiene que convertirse en algo muy presente en las sociedades” ​

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Por Víctor Vegas

Tras más de una década sin publicar, el escritor Iñaki Abad regresa a las librerías de España con una novela en las que los secretos, las mentiras, la culpa, el amor y la violencia confeccionan un poderoso cóctel que la convierten en un relato adictivo. “Las amargas mandarinas”, se titula, y acaba de ser publicada por la editorial Huso. Desde Windhoek, capital de Namibia, donde vive con su marido diplomático y sus dos hijos, Carla Fleta Lang llega a Palma de Mallorca, ciudad en la que acaba de fallecer su padre, José María Fleta Loroño (Chema). Mientras se enfrenta a la burocracia que supone la muerte y comienza a elaborar su luto, Carla va descubriendo que desconoce casi todo acerca de su familia.

Nadie le ha contado nada ni tampoco ella ha sentido la necesidad de preguntar. Pero a raíz de husmear en el contenido de unas cajas que ha dejado su padre en el salón de su casa de Palma de Mallorca, siente el impulso de indagar más en la vida de ese gran desconocido que de pronto descubre que ha sido para ella su padre. Nuestra conversación con el autor se ha producido justo unas horas antes de que “Las amargas mandarinas” se presente en Madrid. Ha venido desde Budapest, ciudad en la que reside hace ya cinco años y donde está al frente del Instituto Cervantes.

P: No había publicado desde el año 2007, más de una década de silencio… ¿Se ha debido a algún motivo en particular o se cuenta entre esos autores que escriben con regularidad pero publican poco?


R: Yo creo que han coincidido varias cosas en este silencio de publicación. Lo primero es que soy un escritor lento, que pese a escribir constantemente nunca estoy satisfecho hasta dar con el personaje, la atmosfera o el tono más idónea para esa historia que deseo contar. Además, después de publicar mi anterior novela, “Los malos adioses” (Siruela, 2007), tuve una especie de parón creativo. Yo sentía que había madurado como escritor y en ese sentir que había madurado necesitaba encontrar otro estilo, otra voz. Publiqué algunas cosas con seudónimo en las redes sociales, pero sobre todo lo hice con el fin de hallar esa voz narradora que me propuse encontrar y, cuando la encontré, empecé a afrontar el proyecto de “Las amargas mandarinas”.

P: ¿Al sentarse a escribir, al afrontar un nuevo proyecto narrativo, suele elaborar un esquema previo o es de los que se deja llevar?


R: Depende de cada proyecto. En esta novela, por ejemplo, me he dejado llevar, he escrito sin brújula. Aunque desde el principio tenía algo claro: hace quince años, cuando vivía en Italia, tuve la idea para un cuento cuyo narrador era un espía retirado que tuvo mucho que ver con los años de plomo italiano. No escribí jamás este cuento, pero esa voz narradora se me quedó resonando dentro. Cuando me puse a trabajar en “Las amargas mandarinas”, lo primero que me vino a la mente fue ese narrador y luego a este personaje se fueron uniendo otros: Chema, el protagonista; una hija que tiene que viajar para enterrar a su padre y que descubre que no sabe mucho sobre él; aparece una historia de amor; aparece un atentado… Era como un puzle. Yo sabía qué quería contar pero no sabía cómo hacerlo. Fue así cómo, en un momento determinado, gracias a esa voz “narrante” y a mi deseo de encontrar un estilo propio, pude por fin armar el puzle. Porque otra cosa que tenía clara era que el estilo de la novela tenía que hacer al lector partícipe de la historia, tenía que ser una especie de fluir narrativo, donde los diálogos estuvieran incrustados. Trabajé mucho el lenguaje con el fin de simplificarlo al máximo y no le supusiese al lector un obstáculo para entrar en la novela. En fin, intenté crear una tensión narrativa basada en el suspense compaginando planos temporales, interrumpiendo unos para meter otros.

P: Virginia Woolf sostiene en “Una habitación propia” que “La obra de imaginación debe atenerse a los hechos y cuanto más ciertos los hechos, mejor la obra de imaginación”. ¿Conocía esta sentencia de la autora británica?


R: No conocía la cita, pero me siento muy identificado con ella.

P: Porque pareciera que usted la ha tenido muy presente al escribir “Las amargas mandarinas”.


R: En la nota introductoria hago la acotación que la novela es una obra ficticia, nada de lo que sucede en ella es real, todo es fruto de la imaginación. No hay un ápice de realidad; lo que hay es un intento de crear una obra ficticia verosímil, que suene a realidad, que es una realidad diferente, porque es la realidad de la literatura.

P: ¿La realidad de la literatura?


R: Mucha gente que ha leído la novela ha pensado que el atentado es real, que los personajes son reales... Incluso algunos me preguntaron que si les había solicitado permiso a los familiares... Y todo lo narrado es producto de la imaginación. Es curioso. Pero lo que yo sí quería y busqué en todo momento fue honrar el pacto de verisimilitud, que el lector encontrara en ella un territorio para reflexionar sobre aquella época.

P: Supongo que para escribirla ha realizado un arduo y profundo proceso de investigación…


R: Me he documentado muy bien. Sobre todo de aquello que más desconocía, por ejemplo, la parte de Burdeos… He tenido acceso a informes forenses, descripciones de atentados, he consultado fuentes periodísticas en las que se asentaron muchas noticias de la época con el fin de reproducir el lenguaje que se usaba por entonces.

P: La familia ha proporcionado siempre un caudal infinito de argumentos para los contadores de historias, llámense novelistas, cuentistas, dramaturgos o cineastas, ¿comienza y acaba todo con la familia?


R: Antes de responder a tu pregunta, permíteme hacer una aclaratoria: las ideas vertidas en este libro no son mis ideas, son las ideas de los personajes. Yo con los personajes tengo una especie de relación extraña. Hay autores que dicen que ellos son sus personajes. En mi caso no funciona así. En mi caso, son los personajes que me vampirizan a mí. Yo los dejo actuar, les dejo bastante libertad, pueden decir y hacer lo que quieran, aunque eso luego me obligue a reescribir párrafos enteros. En la novela el concepto de familia es muy amplio, hay muchos tipos de familia. Está la familia vasca tradicional, la obrera del protagonista o la burguesa de Sophie, por citarte tres… Yo por ejemplo me identifico con la familia del protagonista, Chema, la familia obrera.

P: José María Fleta Loroño, Chema, el protagonista que acabas de mencionar, cuando es apenas un adolescente, toma una decisión a la ligera que condiciona el resto de su vida. ¿Somos las decisiones que tomamos?


R: Totalmente. Esa es de las cosas que tuve muy claras desde el principio. Que lo que desencadenara las acciones de la novela, el detonante, fuera una decisión aparentemente intrascendente tomada por uno de los protagonistas. De esta forma, una noche de septiembre de 1974, uno de los protagonistas decide prestar un coche, algo que en principio no supone nada, una decisión aparentemente justa, por llamarlo de algún modo, pero que al día siguiente se revela como algo completamente injusto, aunque el protagonista no supiera la utilidad final que se le iba a dar al coche… La época, de cierta forma, abalaba esa decisión y sin embargo esa decisión condiciona su vida, la mancha, y no solo su vida, sino la de otros personajes de la novela. Y esto en realidad pasó en el País Vasco. Quizá no en la época en la que yo he decidido ubicar el atentado, pero sí en décadas posteriores: que gente común, sensible, honesta y trabajadora, sin ningún tipo de politización, apoyara situaciones sumamente injustas.

P: Retomando el tema de la familia, es más común de lo que se cree que nos preocupemos poco por conocer el pasado de nuestros padres. Como se dice a cierta altura de la novela, ellos nacen con nosotros y casi siempre nos remitimos a ese período de su existencia dejando de lado que, como todas las personas, tienen un pasado. ¿Iñaki Abad conoce bien las historias de sus padres antes de irrumpir en sus vidas, o como Carla Fleta Lang se ha preocupado poco por indagar sobre el pasado de ambos y el de su familia?


R: Mi familia, a diferencia de las familias que aparecen en la novela, sí que era una familia de sobremesas, donde se contaban historias, sobre todo por el lado materno, que era una familia de corte muy tradicional vasca. Todos los domingos nos reuníamos en casa de la abuela para comer: los hijos, los nietos, las nueras, los yernos… y entonces, al calor de aquellas comidas, alrededor de los fogones, las mujeres contaban cosas... Yo era muy pequeño y no entendía casi nada de lo que se decía, pero la nuestra no era una familia que se basaba en el silencio o en el olvido, sino que tenía una narración, que tenía un relato que contar: un relato de la guerra civil, un relato de los años duros de la postguerra… De modo que yo sí sabía cosas de mi familia, no porque yo quisiera saberlo de manera directa, sino porque formaba parte del ambiente familiar.

P: Para cerrar, hacia el final de la novela, Carla recuerda una frase que su padre solía decir: “La negación nos afirma y nos salva”. Hay mucha negación en los personajes de esta novela, o al menos a mí me lo ha parecido, tanto en los principales como en los secundarios. La negación pareciera que se ha convertido en un signo de nuestro tiempo…


R: Muchos de los personajes piensan que negándose se salvan, pero es lo que ellos piensan y no necesariamente es así. Por ejemplo Chema, en los últimos meses de su vida intenta reapropiarse de la memoria a través de una serie de recuerdos, va recolectando información y metiéndola en cajas: lo que tiene que ver con su vida, lo que tiene que ver con el atentado… Intenta no buscar una paz sino un hilo conductor de una afirmación… Pero insisto, es lo que piensan los personajes… Yo no pienso así. Al revés: negándote no te salvas… O quizá personalmente puede que sí… Es verdad que tiene que haber un componente de olvido para poder vivir. Sin embargo, no creo que esto funcione a nivel colectivo. A nivel colectivo y social, el pasado tiene que convertirse en algo muy presente en las sociedades, recuperar una buena parte de la memoria e incluso ritualizarla, como hace los ingleses. Eso creo que es importante. Y aunque soy de los que considera que las novelas no tienen la obligación de dar respuestas a nada, en un país de muchas memorias históricas como España, creo que mi novela contrapone el olvido personal al olvido colectivo. Muchas veces el poder pretende que el ciudadano olvide con el único fin de consolidarse.

“A nivel colectivo y social, el pasado tiene que convertirse en algo muy presente en las sociedades” ​

Entrevista al escritor Iñaki Abad
Redacción
lunes, 8 de abril de 2019, 18:10 h (CET)


Por Víctor Vegas

Tras más de una década sin publicar, el escritor Iñaki Abad regresa a las librerías de España con una novela en las que los secretos, las mentiras, la culpa, el amor y la violencia confeccionan un poderoso cóctel que la convierten en un relato adictivo. “Las amargas mandarinas”, se titula, y acaba de ser publicada por la editorial Huso. Desde Windhoek, capital de Namibia, donde vive con su marido diplomático y sus dos hijos, Carla Fleta Lang llega a Palma de Mallorca, ciudad en la que acaba de fallecer su padre, José María Fleta Loroño (Chema). Mientras se enfrenta a la burocracia que supone la muerte y comienza a elaborar su luto, Carla va descubriendo que desconoce casi todo acerca de su familia.

Nadie le ha contado nada ni tampoco ella ha sentido la necesidad de preguntar. Pero a raíz de husmear en el contenido de unas cajas que ha dejado su padre en el salón de su casa de Palma de Mallorca, siente el impulso de indagar más en la vida de ese gran desconocido que de pronto descubre que ha sido para ella su padre. Nuestra conversación con el autor se ha producido justo unas horas antes de que “Las amargas mandarinas” se presente en Madrid. Ha venido desde Budapest, ciudad en la que reside hace ya cinco años y donde está al frente del Instituto Cervantes.

P: No había publicado desde el año 2007, más de una década de silencio… ¿Se ha debido a algún motivo en particular o se cuenta entre esos autores que escriben con regularidad pero publican poco?


R: Yo creo que han coincidido varias cosas en este silencio de publicación. Lo primero es que soy un escritor lento, que pese a escribir constantemente nunca estoy satisfecho hasta dar con el personaje, la atmosfera o el tono más idónea para esa historia que deseo contar. Además, después de publicar mi anterior novela, “Los malos adioses” (Siruela, 2007), tuve una especie de parón creativo. Yo sentía que había madurado como escritor y en ese sentir que había madurado necesitaba encontrar otro estilo, otra voz. Publiqué algunas cosas con seudónimo en las redes sociales, pero sobre todo lo hice con el fin de hallar esa voz narradora que me propuse encontrar y, cuando la encontré, empecé a afrontar el proyecto de “Las amargas mandarinas”.

P: ¿Al sentarse a escribir, al afrontar un nuevo proyecto narrativo, suele elaborar un esquema previo o es de los que se deja llevar?


R: Depende de cada proyecto. En esta novela, por ejemplo, me he dejado llevar, he escrito sin brújula. Aunque desde el principio tenía algo claro: hace quince años, cuando vivía en Italia, tuve la idea para un cuento cuyo narrador era un espía retirado que tuvo mucho que ver con los años de plomo italiano. No escribí jamás este cuento, pero esa voz narradora se me quedó resonando dentro. Cuando me puse a trabajar en “Las amargas mandarinas”, lo primero que me vino a la mente fue ese narrador y luego a este personaje se fueron uniendo otros: Chema, el protagonista; una hija que tiene que viajar para enterrar a su padre y que descubre que no sabe mucho sobre él; aparece una historia de amor; aparece un atentado… Era como un puzle. Yo sabía qué quería contar pero no sabía cómo hacerlo. Fue así cómo, en un momento determinado, gracias a esa voz “narrante” y a mi deseo de encontrar un estilo propio, pude por fin armar el puzle. Porque otra cosa que tenía clara era que el estilo de la novela tenía que hacer al lector partícipe de la historia, tenía que ser una especie de fluir narrativo, donde los diálogos estuvieran incrustados. Trabajé mucho el lenguaje con el fin de simplificarlo al máximo y no le supusiese al lector un obstáculo para entrar en la novela. En fin, intenté crear una tensión narrativa basada en el suspense compaginando planos temporales, interrumpiendo unos para meter otros.

P: Virginia Woolf sostiene en “Una habitación propia” que “La obra de imaginación debe atenerse a los hechos y cuanto más ciertos los hechos, mejor la obra de imaginación”. ¿Conocía esta sentencia de la autora británica?


R: No conocía la cita, pero me siento muy identificado con ella.

P: Porque pareciera que usted la ha tenido muy presente al escribir “Las amargas mandarinas”.


R: En la nota introductoria hago la acotación que la novela es una obra ficticia, nada de lo que sucede en ella es real, todo es fruto de la imaginación. No hay un ápice de realidad; lo que hay es un intento de crear una obra ficticia verosímil, que suene a realidad, que es una realidad diferente, porque es la realidad de la literatura.

P: ¿La realidad de la literatura?


R: Mucha gente que ha leído la novela ha pensado que el atentado es real, que los personajes son reales... Incluso algunos me preguntaron que si les había solicitado permiso a los familiares... Y todo lo narrado es producto de la imaginación. Es curioso. Pero lo que yo sí quería y busqué en todo momento fue honrar el pacto de verisimilitud, que el lector encontrara en ella un territorio para reflexionar sobre aquella época.

P: Supongo que para escribirla ha realizado un arduo y profundo proceso de investigación…


R: Me he documentado muy bien. Sobre todo de aquello que más desconocía, por ejemplo, la parte de Burdeos… He tenido acceso a informes forenses, descripciones de atentados, he consultado fuentes periodísticas en las que se asentaron muchas noticias de la época con el fin de reproducir el lenguaje que se usaba por entonces.

P: La familia ha proporcionado siempre un caudal infinito de argumentos para los contadores de historias, llámense novelistas, cuentistas, dramaturgos o cineastas, ¿comienza y acaba todo con la familia?


R: Antes de responder a tu pregunta, permíteme hacer una aclaratoria: las ideas vertidas en este libro no son mis ideas, son las ideas de los personajes. Yo con los personajes tengo una especie de relación extraña. Hay autores que dicen que ellos son sus personajes. En mi caso no funciona así. En mi caso, son los personajes que me vampirizan a mí. Yo los dejo actuar, les dejo bastante libertad, pueden decir y hacer lo que quieran, aunque eso luego me obligue a reescribir párrafos enteros. En la novela el concepto de familia es muy amplio, hay muchos tipos de familia. Está la familia vasca tradicional, la obrera del protagonista o la burguesa de Sophie, por citarte tres… Yo por ejemplo me identifico con la familia del protagonista, Chema, la familia obrera.

P: José María Fleta Loroño, Chema, el protagonista que acabas de mencionar, cuando es apenas un adolescente, toma una decisión a la ligera que condiciona el resto de su vida. ¿Somos las decisiones que tomamos?


R: Totalmente. Esa es de las cosas que tuve muy claras desde el principio. Que lo que desencadenara las acciones de la novela, el detonante, fuera una decisión aparentemente intrascendente tomada por uno de los protagonistas. De esta forma, una noche de septiembre de 1974, uno de los protagonistas decide prestar un coche, algo que en principio no supone nada, una decisión aparentemente justa, por llamarlo de algún modo, pero que al día siguiente se revela como algo completamente injusto, aunque el protagonista no supiera la utilidad final que se le iba a dar al coche… La época, de cierta forma, abalaba esa decisión y sin embargo esa decisión condiciona su vida, la mancha, y no solo su vida, sino la de otros personajes de la novela. Y esto en realidad pasó en el País Vasco. Quizá no en la época en la que yo he decidido ubicar el atentado, pero sí en décadas posteriores: que gente común, sensible, honesta y trabajadora, sin ningún tipo de politización, apoyara situaciones sumamente injustas.

P: Retomando el tema de la familia, es más común de lo que se cree que nos preocupemos poco por conocer el pasado de nuestros padres. Como se dice a cierta altura de la novela, ellos nacen con nosotros y casi siempre nos remitimos a ese período de su existencia dejando de lado que, como todas las personas, tienen un pasado. ¿Iñaki Abad conoce bien las historias de sus padres antes de irrumpir en sus vidas, o como Carla Fleta Lang se ha preocupado poco por indagar sobre el pasado de ambos y el de su familia?


R: Mi familia, a diferencia de las familias que aparecen en la novela, sí que era una familia de sobremesas, donde se contaban historias, sobre todo por el lado materno, que era una familia de corte muy tradicional vasca. Todos los domingos nos reuníamos en casa de la abuela para comer: los hijos, los nietos, las nueras, los yernos… y entonces, al calor de aquellas comidas, alrededor de los fogones, las mujeres contaban cosas... Yo era muy pequeño y no entendía casi nada de lo que se decía, pero la nuestra no era una familia que se basaba en el silencio o en el olvido, sino que tenía una narración, que tenía un relato que contar: un relato de la guerra civil, un relato de los años duros de la postguerra… De modo que yo sí sabía cosas de mi familia, no porque yo quisiera saberlo de manera directa, sino porque formaba parte del ambiente familiar.

P: Para cerrar, hacia el final de la novela, Carla recuerda una frase que su padre solía decir: “La negación nos afirma y nos salva”. Hay mucha negación en los personajes de esta novela, o al menos a mí me lo ha parecido, tanto en los principales como en los secundarios. La negación pareciera que se ha convertido en un signo de nuestro tiempo…


R: Muchos de los personajes piensan que negándose se salvan, pero es lo que ellos piensan y no necesariamente es así. Por ejemplo Chema, en los últimos meses de su vida intenta reapropiarse de la memoria a través de una serie de recuerdos, va recolectando información y metiéndola en cajas: lo que tiene que ver con su vida, lo que tiene que ver con el atentado… Intenta no buscar una paz sino un hilo conductor de una afirmación… Pero insisto, es lo que piensan los personajes… Yo no pienso así. Al revés: negándote no te salvas… O quizá personalmente puede que sí… Es verdad que tiene que haber un componente de olvido para poder vivir. Sin embargo, no creo que esto funcione a nivel colectivo. A nivel colectivo y social, el pasado tiene que convertirse en algo muy presente en las sociedades, recuperar una buena parte de la memoria e incluso ritualizarla, como hace los ingleses. Eso creo que es importante. Y aunque soy de los que considera que las novelas no tienen la obligación de dar respuestas a nada, en un país de muchas memorias históricas como España, creo que mi novela contrapone el olvido personal al olvido colectivo. Muchas veces el poder pretende que el ciudadano olvide con el único fin de consolidarse.

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