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El triunfo de la mediocridad

El triunfo de la mediocridad se presenta en España vestido de largo en forma de ciudadanía
Josu Gómez Barrutia
domingo, 3 de marzo de 2019, 09:40 h (CET)

Ciertamente últimamente ando sobrecargado de dosis de patriotismo en vena y banderas , de competiciones sobre quien la tiene más larga y sobre juramentos de novios de la muerte como seña de identidad de casta pura, de héroes del estado en ese análisis del ADN necesario en la postmodernidad juvenil que como moda parece tender al color verde de los clones abascalinos que por doquier pululan con recetas simples a desafíos complejos. Eso sí, todo ello con el coktail perfecto del Trumpismo del siglo XXI, una dosis de problema real, mezclada con un poco de falso interés general por quien sufre las consecuencias del cambio de modelo productivo y social de era , todo ello por supuesto batido con la identificación del enemigo foráneo o nacional que en forma de progre viene a hablar de igualdad, de derechos o de argumentos demasiado pesados para quienes prefieren el abrazo cálido de las fake news falsas y virales que sirven a la cimentación de la nueva ideología salvadora que fija el Spain First – España Primero en ese mantra permanente irreal en el que se expulsa al resto, como si nuestro país no nos importase un comino.


Así, el triunfo de la mediocridad se presenta en España vestido de largo en forma de ciudadanía, sin formación política, sin valores de democracia plana , ni perspectiva histórica o capacidad crítica que con esperanzas abrazan a nuevos Mesías. La culpa parece clara , 30 años de democracia incapaz de haber formado como se debería a las nuevas generaciones de ciudadanos y ciudadanas que cogieron el relevo de quienes lucharon en las trincheras de la dictadura por traer la democracia España. Una culpa que por acción u omisión nos enfrenta hoy al Aquelarre de la locura, del miedo, de la sin razón y de la bandera única patrimonializada por quienes gritan soy el novio de la muerte como si fuéramos a entrar en batalla o abrir zanjas para juicios sumarios. Pero, si el error viene de largo para que en plena crisis surja la sinrazón, la culpabilidad ante el abismo fascista que asoma en España se extiende tal vez a quien con cámara en ristre, cuota de pantalla y tinta de periódicos dan espacio a quienes no lo tendrían que tener, tal vez el principio de libertad de información no tenga mucha lógica cuando de lo que se informa es de posicionamientos que ponen en riesgo a la democracia que salvaguarda dicho principio. Y es que, dar espacio y gasolina al motor de la locura parece que sólo viene a producir un efecto llamada entre una ciudadanía que en grandes dosis , y con perdón, se aleja mucho del concepto de ciudadanía plena, esa que no se adquiere con la mayoría de edad sino con la consciencia de conocer el significo del propio concepto de ciudadano o ciudadana y las obligaciones de quienes transitamos en la sociedad hoy con una obligación mayor que la de cantar o gritar Viva España como elemento de identificación y rezo perpetuo para la salvaguarda de nuestro miedos, incertidumbres o problemas. Una sociedad que progresa se construye en definitiva con el consenso , la reflexión, la colaboración, el reconocimiento al adversario pero la suma con él en pos de los interés generales , eso es en definitiva hacer patria desde una pluralidad enriquecedora y no desde una simplificación que a lo largo de la historia a servido para seleccionar quienes viven y quienes van a las cunetas, de la tierra o del exilio. 

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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