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"Por la boca muere el pez”, dice el refrán

Palabras que matan

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Hace unos meses fuimos espectadores pasivos del serial de los másteres con tres protagonistas: Cristina Cifuentes, Pablo Casado y Pedro Sánchez. Si impetuosa fue el inicio de la serie, súbita fue la aparición del The End, dejándonos sin saber a ciencia cierta como terminaba el corto metraje protagonizado por los dos varones. ¿Son legales o no los másteres que afirman haber escrito? ¿Es tan importante un máster para ser político? ¿Es que la titulitis convierte a los mediocres en sabios? Evidentemente no. Los títulos académicos proporcionan lustre a la grosería humana que amaga durante un cierto tiempo la incultura moral de la que se está provisto. La farsa tiene fecha de caducidad. La trama da comienzo con el micrófono cerrado. Se dan muestras de la baja calidad moral. Su forma de hablar en privado delata quien es realmente la persona. Acostumbrada a recibir parabienes por su opiniones de dudosa calidad moral que expone en privado. Vitoreado por el grupo de aduladores que se agarran a él como una lapa, pierde el respeto a lo que dice y hace. Se lanza en público a manifestarse tal cual es realmente. Ha perdido la vergüenza. Ser “persona civilizada”, como dice el filósofo Teodor Tedorov, no depende, pues de los estudios realizados en las más prestigiosas universidades del mundo, ni de poseer un alto cociente intelectual. Ser una “persona civilizada no depende de los estudios ni de la inteligencia. ¿Quiere ello decir que soy partidario de la incultura? Ni pensarlo. Defiendo el mejor sistema educativo para todo el mundo. Afirmo que el barniz de la cultura no puede esconder la grosería de quien la posee. Este camuflaje puede mantenerse durante un cierto tiempo entre las personas, pero a Dios que conoce lo íntimo del alma no se le puede dar gato por liebre.

Ser persona en el amplio sentido de lo que significa ser persona no se alcanza en un aula universitaria, ni dan fe de ello los diplomas académicos por legales que sean. Se alcanza en el momento en que uno reconoce ser alguien agrietado, roto, que ha perdido una buena parte de la imagen y semejanza de Dios que tenía cuando fue creado estando en Adán pero que ha perdido debido al pecado de su padre Adán. Es cierto que la pérdida de la imagen y semejanza de Dios no es para todos igual. Todos la hemos perdido y todos debemos recuperarla si es que deseamos ser personas de bien. 

La política es un medio que pone al descubierto el talante moral de quienes se dedican a ella. Los dardos incendiarios que salen de sus bocas exponen con toda claridad la calidad moral de su alma. Reflejan el odio hacia su oponente político que se esconde en su interior. Se les debe recordar que las palabras envenenadas que emplean para destruir a su oponente político son el resultado de unos pensamientos que se forman en el alma. Los pensamientos solamente puede juzgarlos Dios. Ningún tribunal humano puede condenarlos. Esto no significa que Jesús no pueda juzgarlos en el día final cuando se siente en su trono y comparezcan ante Él toda la humanidad para dar cuenta de lo que hayan hecho, sea bueno o malo, con la imparcialidad propia de su justicia inmaculada.

Son muchos los políticos que durante el ejercicio de sus funciones públicas sobrepasan con mucho los límites del decoro. Creen que están por encima del resto de los mortales y que pueden decir lo que les venga en gana sin que nadie les pueda exigir explicaciones. Que pueden faltar al respeto de alguien porque consideren que el cargo que desempeñan les dé autoridad a nacerlo. Tal vez los jueces no intervengan para cortar por lo sano este hablar impropio de todos y de manera especial quienes ocupan cargos de responsabilidad pública. Al no hacerlo se establecen las bases para que las palabras incendiarias escalen límites insoportables lo que hace que la política se convierta en una pelea de gallos con los consiguientes perjuicios para todos. No se hereda ser señor, puede heredarse el título, pero no la condición de señor. Ninguna institución educativa puede convertir a los zoquetes en señores.

Vayamos a Jesús y veamos qué tiene que decirnos de las palabras chabacanas que salen disparadas de los labios de demasiados políticos: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que mate será culpable de juicio, y el que diga a su hermano: Estúpido será sometido al sanedrín, y el que le diga idiota, será sometido al infierno de fuego” (Mateo %: 21,22). Muchos piensan que no infringen el sexto mandamiento: “No matarás” (Éxodo 20:13) porque no han matado físicamente a una persona. Jesús con estas palabras citadas va mucho más lejos que la letra del mandamiento. Condena cualquier manera de hablar inspirado por el odio que alberga el corazón. Que quede bien claro: Puede ser que seamos inocentes de haber cometido homicidio, sin embargo, sí ser culpables de haber transgredido el sexto mandamiento. ¡Cuán necesario es que los políticos en concreto se dejen influir por Jesús el Médico del alma!

Palabras que matan

"Por la boca muere el pez”, dice el refrán
Octavi Pereña
martes, 19 de febrero de 2019, 15:28 h (CET)

Hace unos meses fuimos espectadores pasivos del serial de los másteres con tres protagonistas: Cristina Cifuentes, Pablo Casado y Pedro Sánchez. Si impetuosa fue el inicio de la serie, súbita fue la aparición del The End, dejándonos sin saber a ciencia cierta como terminaba el corto metraje protagonizado por los dos varones. ¿Son legales o no los másteres que afirman haber escrito? ¿Es tan importante un máster para ser político? ¿Es que la titulitis convierte a los mediocres en sabios? Evidentemente no. Los títulos académicos proporcionan lustre a la grosería humana que amaga durante un cierto tiempo la incultura moral de la que se está provisto. La farsa tiene fecha de caducidad. La trama da comienzo con el micrófono cerrado. Se dan muestras de la baja calidad moral. Su forma de hablar en privado delata quien es realmente la persona. Acostumbrada a recibir parabienes por su opiniones de dudosa calidad moral que expone en privado. Vitoreado por el grupo de aduladores que se agarran a él como una lapa, pierde el respeto a lo que dice y hace. Se lanza en público a manifestarse tal cual es realmente. Ha perdido la vergüenza. Ser “persona civilizada”, como dice el filósofo Teodor Tedorov, no depende, pues de los estudios realizados en las más prestigiosas universidades del mundo, ni de poseer un alto cociente intelectual. Ser una “persona civilizada no depende de los estudios ni de la inteligencia. ¿Quiere ello decir que soy partidario de la incultura? Ni pensarlo. Defiendo el mejor sistema educativo para todo el mundo. Afirmo que el barniz de la cultura no puede esconder la grosería de quien la posee. Este camuflaje puede mantenerse durante un cierto tiempo entre las personas, pero a Dios que conoce lo íntimo del alma no se le puede dar gato por liebre.

Ser persona en el amplio sentido de lo que significa ser persona no se alcanza en un aula universitaria, ni dan fe de ello los diplomas académicos por legales que sean. Se alcanza en el momento en que uno reconoce ser alguien agrietado, roto, que ha perdido una buena parte de la imagen y semejanza de Dios que tenía cuando fue creado estando en Adán pero que ha perdido debido al pecado de su padre Adán. Es cierto que la pérdida de la imagen y semejanza de Dios no es para todos igual. Todos la hemos perdido y todos debemos recuperarla si es que deseamos ser personas de bien. 

La política es un medio que pone al descubierto el talante moral de quienes se dedican a ella. Los dardos incendiarios que salen de sus bocas exponen con toda claridad la calidad moral de su alma. Reflejan el odio hacia su oponente político que se esconde en su interior. Se les debe recordar que las palabras envenenadas que emplean para destruir a su oponente político son el resultado de unos pensamientos que se forman en el alma. Los pensamientos solamente puede juzgarlos Dios. Ningún tribunal humano puede condenarlos. Esto no significa que Jesús no pueda juzgarlos en el día final cuando se siente en su trono y comparezcan ante Él toda la humanidad para dar cuenta de lo que hayan hecho, sea bueno o malo, con la imparcialidad propia de su justicia inmaculada.

Son muchos los políticos que durante el ejercicio de sus funciones públicas sobrepasan con mucho los límites del decoro. Creen que están por encima del resto de los mortales y que pueden decir lo que les venga en gana sin que nadie les pueda exigir explicaciones. Que pueden faltar al respeto de alguien porque consideren que el cargo que desempeñan les dé autoridad a nacerlo. Tal vez los jueces no intervengan para cortar por lo sano este hablar impropio de todos y de manera especial quienes ocupan cargos de responsabilidad pública. Al no hacerlo se establecen las bases para que las palabras incendiarias escalen límites insoportables lo que hace que la política se convierta en una pelea de gallos con los consiguientes perjuicios para todos. No se hereda ser señor, puede heredarse el título, pero no la condición de señor. Ninguna institución educativa puede convertir a los zoquetes en señores.

Vayamos a Jesús y veamos qué tiene que decirnos de las palabras chabacanas que salen disparadas de los labios de demasiados políticos: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que mate será culpable de juicio, y el que diga a su hermano: Estúpido será sometido al sanedrín, y el que le diga idiota, será sometido al infierno de fuego” (Mateo %: 21,22). Muchos piensan que no infringen el sexto mandamiento: “No matarás” (Éxodo 20:13) porque no han matado físicamente a una persona. Jesús con estas palabras citadas va mucho más lejos que la letra del mandamiento. Condena cualquier manera de hablar inspirado por el odio que alberga el corazón. Que quede bien claro: Puede ser que seamos inocentes de haber cometido homicidio, sin embargo, sí ser culpables de haber transgredido el sexto mandamiento. ¡Cuán necesario es que los políticos en concreto se dejen influir por Jesús el Médico del alma!

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