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Se cumple el centésimo noveno aniversario de la muerte del gran humanista Joaquín Costa

Joaquín Costa,el ubicuo inubicable

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Se cumple el centésimo noveno aniversario del fallecimiento del gran intelectual Joaquín Costa, hombre hecho a sí mismo, no en vano paradigma del genio autodidacta, cuyo legado es producto de su poliédrico temperamento humanístico.


Costa es un personaje muy escurridizo que no acaba de dejarse encasillar en un molde rígido de esos que acostumbran a usar los teóricos, por lo que unas veces se lo presenta como paladín de una determinada sensibilidad o corriente ideológica y en otras ocasiones de la contraria, de lo que podemos colegir su espíritu libérrimo e inquieto; ya que desde muy joven aprovechó las escasas oportunidades que se le presentaron para labrarse (acertado lexema) una vasta cultura partiendo de muy precarias circunstancias (las del hijo de una más que modesta familia campesina aragonesa). Por lo tanto para definirlo, encasillarlo o catalogarlo podríamos afirmar, recurriendo a cierta célebre tonada de La Polla Records (“No somos nada”), que el bueno de Joaquín, siendo mucho, no era nada, nada en el sentido de pertenecer a una u otra facción política o ideológica. Tenía demasiado carácter para eso, carácter y fuerza de voluntad para, tras realizar un bachillerato tardío, en cinco años, licenciarse en Derecho y Filosofía, realizando posteriormente los respectivos doctorados. Sobreponiéndose a la carestía que lo adornaba llegaría a dar clase en la universidad y a superar las oposiciones a la Abogacía del Estado y Notarías, si bien su exceso de temperamento y su insobornable rectitud impidieron que escalase mayores cotas de poder e influencia tanto en el ámbito académico como en el político.


Es curioso comprobar cómo en nuestras facultades de Ciencias Sociales se echa antes mano de teóricos foráneos de menor fuste que Costa y se aparca a este, precursor y pionero en tantas cuestiones del entorno de la Sociología, la Ciencia Política, la Antropología…


Podría definírselo como un liberal-libertario si tenemos en cuenta la concurrencia de matices ideológicos que alojaba su proceder político-intelectual. Lo movía un espíritu tan emprendedor como fraternal. Según el profesor Alfonso Ortí Benlloch, Costa propugnaba “un crecimiento desde y para la comunidad”, no confundiendo el mero crecimiento económico con el desarrollo. De hecho abogaría por la cohesión social, política y económica, y todo desde una visión ecológica del territorio español (1).


Sin un fundamento suficientemente serio se lo ha catalogado como prefascista por formular, en un momento dado, la metáfora del “cirujano de hierro” en un país entonces harto desconectado de la cosa pública en parte por estar sumido en grandes porcentajes de analfabetismo. También se le ha criticado su crítica (valga la redundancia) al parlamentarismo, un parlamentarismo, el de la Restauración, que Costa entendió, como una herramienta del sistema de dominación imperante, el cual se estaba identificando torticeramente con la democracia toda. Él vería en tal ámbito el “lugar en que se renueva la oligarquía” (cosa que sigue ocurriendo, como estamos comprobando últimamente en España), por lo que abogaba por conformar muy otro sistema en el que cupiese más patentemente la participación popular.


El historiador Guillermo Cortázar, en referencia a Costa apuntaba lo siguiente: “El intelectual, por naturaleza, busca la verdad y el político busca el poder; entonces, al poder someten la verdad, la mentira y las medias verdades, etc.” (2), en ese sentido habría sido nuestro eximio polígrafo un interesante modelo de lo que habría de ser un actor político, toda vez que, a diferencia de tantos, no acabaría cayendo en las garras de aquello que denunciaba vehementemente. El profesor Eloy Fernández Clemente explicaba que Costa tenía “el orgullo del pequeño campesino”, ese que le impedía incurrir en prácticas de nepotismo recibiendo según qué favores; ni tampoco, parece ser, los haría si implicaban algún tipo de corruptelas. “Era un hombre sin aristas”, añadía Fernández Clemente (3).


El espíritu despierto de Costa lo llevó a observar con la suficiente perspectiva la España del momento: venía del campo y lo conocía en profundidad, y allegado a la ciudad supo ver lo que en tal ámbito acaecía con distancia y profundidad a un tiempo. Muchos son los ejemplos de su capacidad analítica, pero es en los pequeños detalles donde se constata mejor su fina pericia, como cuando acudió como representante obrero a la Exposición Universal de París, donde, según apuntaba el profesor Alberto Gil Novales, merced a su buena pericia para el dibujo, plasmó los bocetos de una bicicleta, siendo quien introdujera dicho artilugio en España (4).


Muchos son, no obstante, los que dejan entrever que, al interesarse por tantos y dispares campos del saber, en muchos pierde rigor, por anteponer más sus intuiciones que científicas constataciones (5). Ciertamente, ese don de la ubicuidad intelectual pone de manifiesto que habría de haber vivido tres o cuatro vidas más para acometer, con una solvencia razonable, tan amplio espectro como el que abarcó. Tenía una gran voracidad intelectual, de ahí que se moviese tan transversalmente entre disciplinas, poniendo de manifiesto el humanista que era, el polímata.


Otro de los equilibrios en que se movió nuestro regeneracionista fue en la armonización entre lo que de bueno pudiera legarnos la tradición con la más ferviente apuesta por la innovación, como se puede observar en sus planes hidráulicos, por ejemplo.


Por más que le acompañasen ciertas controversias, el legado costiano sigue vigente y presente, aunque hayamos olvidado de dónde provengan determinados efectos procedentes de la impronta de este gran personaje, ubicuo e inubicable.


Notas

(1) Cfr. en el coloquio que en el canal de la UNED dirigió y moderó el profesor Cristobal Gómez Benito en el marco de la celebración del centenario de Joaquín Costa en 2011.

(2) Cfr. en el programa de Intereconomía Tiempos Modernos, presentado por Fernando Paz dedicado a la figura de Joaquín Costa.

(3) Cfr. en el mencionado coloquio emitido por el canal de la UNED.

(4) Ibid.

(5) Por ejemplo José Manuel Gómez Tabanera (1998) en “Joaquín Costa y los idearios de la llamada Generación del 98”, “AIH” (Actas XIII. Tomo II), pp. 219-226, cfr. p. 222.

Joaquín Costa,el ubicuo inubicable

Se cumple el centésimo noveno aniversario de la muerte del gran humanista Joaquín Costa
Diego Vadillo López
viernes, 8 de febrero de 2019, 08:53 h (CET)

Se cumple el centésimo noveno aniversario del fallecimiento del gran intelectual Joaquín Costa, hombre hecho a sí mismo, no en vano paradigma del genio autodidacta, cuyo legado es producto de su poliédrico temperamento humanístico.


Costa es un personaje muy escurridizo que no acaba de dejarse encasillar en un molde rígido de esos que acostumbran a usar los teóricos, por lo que unas veces se lo presenta como paladín de una determinada sensibilidad o corriente ideológica y en otras ocasiones de la contraria, de lo que podemos colegir su espíritu libérrimo e inquieto; ya que desde muy joven aprovechó las escasas oportunidades que se le presentaron para labrarse (acertado lexema) una vasta cultura partiendo de muy precarias circunstancias (las del hijo de una más que modesta familia campesina aragonesa). Por lo tanto para definirlo, encasillarlo o catalogarlo podríamos afirmar, recurriendo a cierta célebre tonada de La Polla Records (“No somos nada”), que el bueno de Joaquín, siendo mucho, no era nada, nada en el sentido de pertenecer a una u otra facción política o ideológica. Tenía demasiado carácter para eso, carácter y fuerza de voluntad para, tras realizar un bachillerato tardío, en cinco años, licenciarse en Derecho y Filosofía, realizando posteriormente los respectivos doctorados. Sobreponiéndose a la carestía que lo adornaba llegaría a dar clase en la universidad y a superar las oposiciones a la Abogacía del Estado y Notarías, si bien su exceso de temperamento y su insobornable rectitud impidieron que escalase mayores cotas de poder e influencia tanto en el ámbito académico como en el político.


Es curioso comprobar cómo en nuestras facultades de Ciencias Sociales se echa antes mano de teóricos foráneos de menor fuste que Costa y se aparca a este, precursor y pionero en tantas cuestiones del entorno de la Sociología, la Ciencia Política, la Antropología…


Podría definírselo como un liberal-libertario si tenemos en cuenta la concurrencia de matices ideológicos que alojaba su proceder político-intelectual. Lo movía un espíritu tan emprendedor como fraternal. Según el profesor Alfonso Ortí Benlloch, Costa propugnaba “un crecimiento desde y para la comunidad”, no confundiendo el mero crecimiento económico con el desarrollo. De hecho abogaría por la cohesión social, política y económica, y todo desde una visión ecológica del territorio español (1).


Sin un fundamento suficientemente serio se lo ha catalogado como prefascista por formular, en un momento dado, la metáfora del “cirujano de hierro” en un país entonces harto desconectado de la cosa pública en parte por estar sumido en grandes porcentajes de analfabetismo. También se le ha criticado su crítica (valga la redundancia) al parlamentarismo, un parlamentarismo, el de la Restauración, que Costa entendió, como una herramienta del sistema de dominación imperante, el cual se estaba identificando torticeramente con la democracia toda. Él vería en tal ámbito el “lugar en que se renueva la oligarquía” (cosa que sigue ocurriendo, como estamos comprobando últimamente en España), por lo que abogaba por conformar muy otro sistema en el que cupiese más patentemente la participación popular.


El historiador Guillermo Cortázar, en referencia a Costa apuntaba lo siguiente: “El intelectual, por naturaleza, busca la verdad y el político busca el poder; entonces, al poder someten la verdad, la mentira y las medias verdades, etc.” (2), en ese sentido habría sido nuestro eximio polígrafo un interesante modelo de lo que habría de ser un actor político, toda vez que, a diferencia de tantos, no acabaría cayendo en las garras de aquello que denunciaba vehementemente. El profesor Eloy Fernández Clemente explicaba que Costa tenía “el orgullo del pequeño campesino”, ese que le impedía incurrir en prácticas de nepotismo recibiendo según qué favores; ni tampoco, parece ser, los haría si implicaban algún tipo de corruptelas. “Era un hombre sin aristas”, añadía Fernández Clemente (3).


El espíritu despierto de Costa lo llevó a observar con la suficiente perspectiva la España del momento: venía del campo y lo conocía en profundidad, y allegado a la ciudad supo ver lo que en tal ámbito acaecía con distancia y profundidad a un tiempo. Muchos son los ejemplos de su capacidad analítica, pero es en los pequeños detalles donde se constata mejor su fina pericia, como cuando acudió como representante obrero a la Exposición Universal de París, donde, según apuntaba el profesor Alberto Gil Novales, merced a su buena pericia para el dibujo, plasmó los bocetos de una bicicleta, siendo quien introdujera dicho artilugio en España (4).


Muchos son, no obstante, los que dejan entrever que, al interesarse por tantos y dispares campos del saber, en muchos pierde rigor, por anteponer más sus intuiciones que científicas constataciones (5). Ciertamente, ese don de la ubicuidad intelectual pone de manifiesto que habría de haber vivido tres o cuatro vidas más para acometer, con una solvencia razonable, tan amplio espectro como el que abarcó. Tenía una gran voracidad intelectual, de ahí que se moviese tan transversalmente entre disciplinas, poniendo de manifiesto el humanista que era, el polímata.


Otro de los equilibrios en que se movió nuestro regeneracionista fue en la armonización entre lo que de bueno pudiera legarnos la tradición con la más ferviente apuesta por la innovación, como se puede observar en sus planes hidráulicos, por ejemplo.


Por más que le acompañasen ciertas controversias, el legado costiano sigue vigente y presente, aunque hayamos olvidado de dónde provengan determinados efectos procedentes de la impronta de este gran personaje, ubicuo e inubicable.


Notas

(1) Cfr. en el coloquio que en el canal de la UNED dirigió y moderó el profesor Cristobal Gómez Benito en el marco de la celebración del centenario de Joaquín Costa en 2011.

(2) Cfr. en el programa de Intereconomía Tiempos Modernos, presentado por Fernando Paz dedicado a la figura de Joaquín Costa.

(3) Cfr. en el mencionado coloquio emitido por el canal de la UNED.

(4) Ibid.

(5) Por ejemplo José Manuel Gómez Tabanera (1998) en “Joaquín Costa y los idearios de la llamada Generación del 98”, “AIH” (Actas XIII. Tomo II), pp. 219-226, cfr. p. 222.

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