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Etiquetas | Paraguay
Hace ochenta y cuatro años, durante la guerra del Chaco, las armas paraguayas alcanzaban el límite expreso de su aspiración territorial, el Rio Parapiti

Mucho más acá del Parapiti, ochenta y cuatro años después

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La historia disecada y estéril que el Paraguay padece, está estructurada para que los paraguayos consideren que una dolorosa guerra ganada con la consigna de “Ni más acá ni más allá del Parapiti”, fue resuelta en la Paz satisfactoriamente retrocediendo mucho más para acá de ese límite natural e histórico.


La memoria histórica de la Nación nos dice que por estas fechas del año 1935, el avance de los paraguayos había causado consternación entre los poderes internacionales que habían precipitado una guerra, entre tantas otras, derivadas de la Gran Depresión. Sabemos que ni entonces ni ahora, América del Sur no constituía ni constituye cifra suficiente para imponer condiciones a su majestad el Dólar.


El 16 de enero de 1935, el ejército paraguayo sembró el pánico llegando hasta el rio Parapiti, transponiéndolo para tomar varias poblaciones bolivianas y amenazando ciudades como Santa Cruz, Tarija y Sucre. Repetiría la proeza en abril del mismo año.


Fue en aquel caluroso enero de 1935 cuando el conflicto se presentó ante los ojos del mundo en toda su dimensión: Dejó de ser una disputa territorial y se convirtió en un conflicto por la posesión de los pozos petroleros que Bolivia había cedido a empresas extranjeras para ser explotados en la cordillera.


Un día antes que los paraguayos alcancen por primera vez el río Parapiti, el 15 de enero de 1935, la Sociedad de las Naciones decidió levantar el embargo de armas que pesaba sobre Bolivia, pero en actitud abiertamente parcial, lo mantuvo sobre Paraguay.


Quizás el más lucido observador internacional de aquella guerra, el senador norteamericano Huey Long, declaró entonces a la prensa: "Esta decisión de la Liga de las Naciones no es más que un mensaje dirigido al Paraguay y firmado por Rockefeller que dice: No toquen los lugares donde hemos localizado pozos del petróleo".


La acusación de Long tenía fundamentos, sobre todo en perspectiva actual, si consideramos los estruendosos fracasos de aquella Liga sospechosa de venalidad, que no tuvo jamás intervención feliz.


La invasión de Manchuria por Japón, Abisinia por Italia o las anexiones de Austria y Checoslovaquia por los nazis son apenas lo más notorio de un largo historial de intencionados fracasos.


La indiferencia con la cual las denuncias de Long fueron recibidas por una opinión pública adormecida, tampoco difiere en mucho de la receptividad que hoy tienen estas iniquidades cuando son expuestas a la luz. Todavía peor actitud tuvieron y tienen quienes intentaron y siguen intentando levantar humo sobre lo denunciado por Long.


A través de Gillette sabemos hoy que por instrucciones del secretario de estado de Franklin Roosevelt, Cordell Hull, el senador de Arkansas Joseph Robinson, recibió la misión de refutar las afirmaciones de Long sobre el involucramiento de la empresa petrolera Standard Oil en la guerra paraguayo-boliviana.


Gillette que Robinson se preparó muy poco para semejante discusión, considerando la envergadura del antagonista, y que sus argumentos estaban basados en informaciones provistas por el diplomático boliviano Enrique Finot.


Robinson argumentó algo que ingenuamente muchos repiten hasta hoy, que los campos petroleros de Standard Oil estaban a 400 millas de distancia de los territorios laudados por el presidente estadounidense Rutherford Hayes. La respuesta de Long sigue tan vigente como entonces: “La guerra no había estallado por la posesión de esos campos, sino por la necesidad de transportar el petróleo de sus entrañas hasta aguas profundas del río Paraguay”.


Otro de los argumentos ingenuos de Robinson fue la peregrina argumentación de que la Liga de las Naciones y la Corte Mundial no tenían vinculación alguna, que sería como decir hoy que tanto las Naciones Unidas como la Corte Internacional de La Haya están exentas de influencias externas.


Sintiéndose derrotados, los detractores de Huey Long apelaron a típicos manotazos de ahogados. Robinson, que solo había leído un pobre folleto de pocas páginas sobre el litigio, manifestó lamentar que Long haya tomado partido en un problema que enfrenta a dos países que gozan de la amistad de Estados Unidos en partes iguales. También entonces faltaba a la verdad, pues el mismo secretario de la embajada de Paraguay en Washington, luego devenido en historiador liberal, descalificaría en sus memorias las afirmaciones del Senador Long tildándolas de “pura demagogia”. Pablo Max Insfrán, a quien aludimos, era durante la guerra secretario del embajador paraguayo en Washington, Bordenave.


El tiempo se llevó las heridas de la guerra, y también el ardor de las aspiraciones legítimas defendidas por el pueblo paraguayo en armas entre 1932 y 1935, al punto que la delimitación insatisfactoria fue aceptada en aras de la paz y la necesaria integración regional.


Aun así, quedaron como mudos testigos nombres de calles, estrofas de canciones populares, apasionados y doloridos lamentos historiográficos e incluso escenarios deportivos con el nombre de “Rio Parapiti” desperdigados por toda la geografía del Paraguay.


Es que como lo explicó sabiamente un gran pensador contemporáneo, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, siempre el olvido está lleno de memoria

Mucho más acá del Parapiti, ochenta y cuatro años después

Hace ochenta y cuatro años, durante la guerra del Chaco, las armas paraguayas alcanzaban el límite expreso de su aspiración territorial, el Rio Parapiti
Luis Agüero Wagner
martes, 8 de enero de 2019, 09:56 h (CET)

La historia disecada y estéril que el Paraguay padece, está estructurada para que los paraguayos consideren que una dolorosa guerra ganada con la consigna de “Ni más acá ni más allá del Parapiti”, fue resuelta en la Paz satisfactoriamente retrocediendo mucho más para acá de ese límite natural e histórico.


La memoria histórica de la Nación nos dice que por estas fechas del año 1935, el avance de los paraguayos había causado consternación entre los poderes internacionales que habían precipitado una guerra, entre tantas otras, derivadas de la Gran Depresión. Sabemos que ni entonces ni ahora, América del Sur no constituía ni constituye cifra suficiente para imponer condiciones a su majestad el Dólar.


El 16 de enero de 1935, el ejército paraguayo sembró el pánico llegando hasta el rio Parapiti, transponiéndolo para tomar varias poblaciones bolivianas y amenazando ciudades como Santa Cruz, Tarija y Sucre. Repetiría la proeza en abril del mismo año.


Fue en aquel caluroso enero de 1935 cuando el conflicto se presentó ante los ojos del mundo en toda su dimensión: Dejó de ser una disputa territorial y se convirtió en un conflicto por la posesión de los pozos petroleros que Bolivia había cedido a empresas extranjeras para ser explotados en la cordillera.


Un día antes que los paraguayos alcancen por primera vez el río Parapiti, el 15 de enero de 1935, la Sociedad de las Naciones decidió levantar el embargo de armas que pesaba sobre Bolivia, pero en actitud abiertamente parcial, lo mantuvo sobre Paraguay.


Quizás el más lucido observador internacional de aquella guerra, el senador norteamericano Huey Long, declaró entonces a la prensa: "Esta decisión de la Liga de las Naciones no es más que un mensaje dirigido al Paraguay y firmado por Rockefeller que dice: No toquen los lugares donde hemos localizado pozos del petróleo".


La acusación de Long tenía fundamentos, sobre todo en perspectiva actual, si consideramos los estruendosos fracasos de aquella Liga sospechosa de venalidad, que no tuvo jamás intervención feliz.


La invasión de Manchuria por Japón, Abisinia por Italia o las anexiones de Austria y Checoslovaquia por los nazis son apenas lo más notorio de un largo historial de intencionados fracasos.


La indiferencia con la cual las denuncias de Long fueron recibidas por una opinión pública adormecida, tampoco difiere en mucho de la receptividad que hoy tienen estas iniquidades cuando son expuestas a la luz. Todavía peor actitud tuvieron y tienen quienes intentaron y siguen intentando levantar humo sobre lo denunciado por Long.


A través de Gillette sabemos hoy que por instrucciones del secretario de estado de Franklin Roosevelt, Cordell Hull, el senador de Arkansas Joseph Robinson, recibió la misión de refutar las afirmaciones de Long sobre el involucramiento de la empresa petrolera Standard Oil en la guerra paraguayo-boliviana.


Gillette que Robinson se preparó muy poco para semejante discusión, considerando la envergadura del antagonista, y que sus argumentos estaban basados en informaciones provistas por el diplomático boliviano Enrique Finot.


Robinson argumentó algo que ingenuamente muchos repiten hasta hoy, que los campos petroleros de Standard Oil estaban a 400 millas de distancia de los territorios laudados por el presidente estadounidense Rutherford Hayes. La respuesta de Long sigue tan vigente como entonces: “La guerra no había estallado por la posesión de esos campos, sino por la necesidad de transportar el petróleo de sus entrañas hasta aguas profundas del río Paraguay”.


Otro de los argumentos ingenuos de Robinson fue la peregrina argumentación de que la Liga de las Naciones y la Corte Mundial no tenían vinculación alguna, que sería como decir hoy que tanto las Naciones Unidas como la Corte Internacional de La Haya están exentas de influencias externas.


Sintiéndose derrotados, los detractores de Huey Long apelaron a típicos manotazos de ahogados. Robinson, que solo había leído un pobre folleto de pocas páginas sobre el litigio, manifestó lamentar que Long haya tomado partido en un problema que enfrenta a dos países que gozan de la amistad de Estados Unidos en partes iguales. También entonces faltaba a la verdad, pues el mismo secretario de la embajada de Paraguay en Washington, luego devenido en historiador liberal, descalificaría en sus memorias las afirmaciones del Senador Long tildándolas de “pura demagogia”. Pablo Max Insfrán, a quien aludimos, era durante la guerra secretario del embajador paraguayo en Washington, Bordenave.


El tiempo se llevó las heridas de la guerra, y también el ardor de las aspiraciones legítimas defendidas por el pueblo paraguayo en armas entre 1932 y 1935, al punto que la delimitación insatisfactoria fue aceptada en aras de la paz y la necesaria integración regional.


Aun así, quedaron como mudos testigos nombres de calles, estrofas de canciones populares, apasionados y doloridos lamentos historiográficos e incluso escenarios deportivos con el nombre de “Rio Parapiti” desperdigados por toda la geografía del Paraguay.


Es que como lo explicó sabiamente un gran pensador contemporáneo, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, siempre el olvido está lleno de memoria

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