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“La independencia no significa que tú decides la manera que deseas" (Stephen Breyer)

Defender dialogar con separatistas no impide cometer graves errores tácticos

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Si hace años, durante la llamada dictadura del general Francisco Franco, a un socialista, a un independentista, a un comunista o a un anarquista se le hubiera preguntado ¿Qué clase de gobierno hubiera querido escoger para estar al frente de la nación española? Seguramente hubiera contestado, sin dudarlo un momento, que “uno en el que el pueblo pudiera decidir su futuro libremente, dotarse de una constitución democrática para garantizar la pervivencia del Estado democrático y crear un tipo de sociedad libre y pacífica que fuera capaz de respetar los derechos de sus conciudadanos, lo mismo que desearan que el resto hiciera con los suyos propios”. No creemos que haya nadie, salvo quienes deciden por su cuenta lo que es correcto y lo que no en base a sus propios instintos, que pudiera negar que la nación española, cuando se produjo la transición, no cumpliera con todos los requisitos exigidos por los más exigentes defensores de la democracia, para poder ser considerada, con la aprobación de la Constitución de 1978, una verdadera nación en la que los ciudadanos tuvieran garantizados sus derechos, protegidos por leyes fundamentales que velaban, tanto por la unidad de la nación como por la defensa de las libertades y derechos de todos sus ciudadanos.


Pese a ello, deberemos reconocer que en este país del Sur de Europa, como ocurre con el resto de naciones situadas en la parte meridional del continente europeo, existe entre el personal unas ciertas tendencias cainitas, autodestructivas y profundamente individualistas que, en ocasiones, se convierten en suicidas, políticamente hablando, como sucede cuando una parte del pueblo se deja engañar, algo que ocurre con demasiada frecuencia en nuestro país, por quienes saben cómo inculcarle los sentimientos revolucionarios a los que es tan propenso, fomentando aquellos pecados propios de nuestra raza como son la envidia, el rencor, la intransigencia y la impulsiva y descontrolada reacción temperamental propia de nuestro carácter sureño. Parece que lo que fue la Guerra Civil del año 1936, una guerra cuyas secuelas parece que siguen vivas pese a haber concluido hace ya casi ochenta años ( tiempo más que suficiente para, que ambas partes implicadas, ya hubieran dejado de preocuparse de aquellas efemérides) sirve todavía para que quienes buscan sacar provecho de los enfrentamientos de aquella época, se valgan de ellos para volver a reavivar los viejas provocaciones mutuas entre derechas e izquierdas o, todavía más, las reclamaciones de tipo territorial que siguen atormentando a algunas etnias que están convencidas de que siguen siendo superiores al resto de los españoles. Es el caso de autonomías, como la catalana y la vasca, que han sido incapaces de aceptar que España es una nación, democrática, próspera y capaz de representar un papel importante como miembro de la CE si sus ciudadanos se olvidan de aventuras quijotescas y aceptan que juntos siempre nos irá mejor que separados.


Es cierto que los grandes cambios ocurridos durante los últimos años, en los que las ciencias han avanzado con pasos gigantescos y nuevas técnicas, como la digitalización de las comunicaciones, los avances de Internet, la robotización de muchas tareas, la ofimática o la aparición de las llamadas energías renovables, han dejado obsoletas antiguos procesos y provocado importantes avances en materias como la medicina, los medios de transporte, los medios de comunicación (sustituyendo a los sistemas analógicos) de modo que, cualquier ciudadano, puede conseguir información de lo que ocurre en países remotos en tan solo unos pocos segundos), las investigaciones espaciales y el aprovechamiento de nuevas fuentes de energía, algo que sólo hace unos años ni siquiera se tomaban en cuenta. Por todo ello todavía se hace más difícil entender determinadas posiciones maximalistas, adoptadas por grupos de inconformistas, normalmente influenciados por movimientos de extremistas capaces de saber explotar el disgusto de personas que fueron gravemente perjudicadas por la crisis; resentidos descendientes de los perdedores de la Guerra Civil; incautos y personas de escasa preparación, fácilmente influenciables por activistas expertos en estos temas; antisistema y estos grupos de denominados progresistas que, curiosamente, lo que vienen proponiendo como solución a los problemas de España nos llevaría de nuevo a la época de las cavernas.


Sin embargo, como ocurre en el caso de las feministas, tenemos a personajes del periodismo, escritores famosos, filósofos y tertulianos que, pese a que el problema del separatismo catalán lleva años siendo uno de los problemas endémicos de la nación española; que los gobiernos que hemos tenido desde que España entro en democracia, a través de distintos sistemas y usando, cada uno de ellos, tácticas distintas para intentar solucionar, de forma pacífica, las insistentes demandas de mayor autonomía, de más independencia, de más autodeterminación y, finalmente, ya sin ningún tipo de disimulo, pidiendo abiertamente la independencia de la autonomía catalana de la nación española; una postura que, el señor Puigdemont y su representante en la Generalitat catalana, Quim Torra, vienen sosteniendo a capa y espada sin que, todas las propuestas de diálogo, conversaciones o intentos de que se bajaran del burro independentista, han ido fracasando en cada una de las numerosas ocasiones en las que los distintos gobiernos lo han intentado.


No obstante, P.Sánchez del PSOE, por circunstancias que no vale la pena repetir, se ve necesitado de conseguir el apoyo de los partidos independentistas catalanes para poder aprobar los PGE del 2019 y tener los apoyos necesarios en el Congreso de Diputados para tener posibilidades de seguir gobernando. Ello le ha llevado a, contra viento y marea, aún a costa de humillar a España y los españoles, sigue terco en mantener un diálogo que, evidentemente, no tiene sentido alguno, ya que es obvio que los separatistas no tienen posibilidad alguna de retroceder en sus demandas sin que se produzca una revolución en contra y lo único que se les podría ofrecer para que lo aceptaran sería una promesa de concederlos lo que están pidiendo para un futuro más o menos lejano. Claro que, para ello, deberían modificar sustancialmente la actual Constitución y, naturalmente, para lograrlo, no les basta el apoyo que tienen en el Congreso ya que, en el Senado, sigue manteniendo la mayoría absoluta el PP del señor Casado.


Pero hete aquí que, como ya he indicado al principio de este pequeño comentario, hay personas entre los periodistas, intelectuales, empresarios y políticos que siguen pensando que todavía le queda un margen al diálogo y que paren estar asustado por el mero hecho de que se les nombre de nuevo el 155 de la Constitución. Pues, cuando los padres de la patria, que no pudieron pensar las consecuencias de lo que iba a suceder con el título VIII de la Constitución, lo pusieron, juntamente con el Artº 8, en la Carta Magna no fue para ponerle un adorno o para que no se usase en caso de que, como está sucediendo en estos momentos, el peligro de que en España se produzca una revolución catalana que les induzca a adoptar, unilateralmente, por la división de la nación, proclamando la independencia de Cataluña, sin tomar en cuentas las graves consecuencias que, una medida semejante, comportarían para España y especialmente para Cataluña.


Nos confunde cuando periodistas de la calidad de Fernando Ónega, sigue insistiendo en que la única solución está en seguir con el diálogo, cuando es evidente que llevamos varios años que se está intentando sin que, en ninguna ocasión, se haya conseguido que los catalanes renuncien a sus solución de máximos a pesar de que, entre tanto, se les ha dado las ayudas económicas que han solicitado, se les ha consentido que infringieran las leyes sin tomar medida alguna y se les ha permitido que amenazaran, insultaran, se rieran a la cara del Gobierno y, por si fuera poco, han ido consiguiendo sacar de los distintos gobiernos, mediante el más ignominioso chantaje, cantidades ingentes de millones que, como resulta evidenciado, han destinado para reforzar sus planes separatistas y empezar a construir un gobierno paralelo, con todas sus instituciones, para cuando llegue el momento en que, están convencidos de ello, puedan poner en marcha lo que será el gobierno independiente de la nación catalana a la que, según tienen planeado, se les unirán las Baleares, Aragón y Valencia. Y una pregunta ¿qué van a decir ustedes a sus lectores, cuando ocurra lo que, inevitablemente, va a suceder si, como no hay más solución, al señor P.Sánchez se le acaba el crédito de que dispones y se vea que, el separatismo radical no cede nada en lo del independentismo y se llegue, fatalmente, un punto en el que, el Gobierno de la nación, se vea obligado a tomar medidas radicales para acabar con este levantamiento camuflado que se está produciendo?


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el convencimiento de que, el señor P.Sánchez, no se va a parar en cuanto a sus intentos de que el señor Torra les apoye los PGE y les siga apoyando durante lo que queda de legislatura; todo ello sin que renuncie a conseguirlo por muy caro y humillante que le pueda resultar al Estado español, ni por muchas que sean las nuevas condiciones y transferencias que se deban hacer a Cataluña para mantenerla callada durante unos meses más. Lo que vaya a suceder después se lo vamos a tener que preguntar a todos estos señores que siguen empecinados en que la solución del tema catalán es seguir discutiendo ¿para qué?, ¿para que sigan mamando de las ubres del Estado, mientras las otras autonomías deben seguir sufriendo discriminación para que los catalanes no se disgusten y digan dándole apoyo al Gobierno? También hubo los que, en vísperas del levantamiento del 18 de Julio, pensaron que el pueblo español seguiría aguantando un gobierno republicano incapaz de mantener el orden en las calles, de evitar los asesinatos y de controlar el orden público, mientras se seguían sucediendo los atentados contra las personas y la quema de iglesias, entre tanto se seguían discutiendo en las instituciones de la Administración, las medidas para frenar la revolución callejera, que nunca se llegaron a aplicar.

Defender dialogar con separatistas no impide cometer graves errores tácticos

“La independencia no significa que tú decides la manera que deseas" (Stephen Breyer)
Miguel Massanet
lunes, 24 de diciembre de 2018, 08:54 h (CET)

Si hace años, durante la llamada dictadura del general Francisco Franco, a un socialista, a un independentista, a un comunista o a un anarquista se le hubiera preguntado ¿Qué clase de gobierno hubiera querido escoger para estar al frente de la nación española? Seguramente hubiera contestado, sin dudarlo un momento, que “uno en el que el pueblo pudiera decidir su futuro libremente, dotarse de una constitución democrática para garantizar la pervivencia del Estado democrático y crear un tipo de sociedad libre y pacífica que fuera capaz de respetar los derechos de sus conciudadanos, lo mismo que desearan que el resto hiciera con los suyos propios”. No creemos que haya nadie, salvo quienes deciden por su cuenta lo que es correcto y lo que no en base a sus propios instintos, que pudiera negar que la nación española, cuando se produjo la transición, no cumpliera con todos los requisitos exigidos por los más exigentes defensores de la democracia, para poder ser considerada, con la aprobación de la Constitución de 1978, una verdadera nación en la que los ciudadanos tuvieran garantizados sus derechos, protegidos por leyes fundamentales que velaban, tanto por la unidad de la nación como por la defensa de las libertades y derechos de todos sus ciudadanos.


Pese a ello, deberemos reconocer que en este país del Sur de Europa, como ocurre con el resto de naciones situadas en la parte meridional del continente europeo, existe entre el personal unas ciertas tendencias cainitas, autodestructivas y profundamente individualistas que, en ocasiones, se convierten en suicidas, políticamente hablando, como sucede cuando una parte del pueblo se deja engañar, algo que ocurre con demasiada frecuencia en nuestro país, por quienes saben cómo inculcarle los sentimientos revolucionarios a los que es tan propenso, fomentando aquellos pecados propios de nuestra raza como son la envidia, el rencor, la intransigencia y la impulsiva y descontrolada reacción temperamental propia de nuestro carácter sureño. Parece que lo que fue la Guerra Civil del año 1936, una guerra cuyas secuelas parece que siguen vivas pese a haber concluido hace ya casi ochenta años ( tiempo más que suficiente para, que ambas partes implicadas, ya hubieran dejado de preocuparse de aquellas efemérides) sirve todavía para que quienes buscan sacar provecho de los enfrentamientos de aquella época, se valgan de ellos para volver a reavivar los viejas provocaciones mutuas entre derechas e izquierdas o, todavía más, las reclamaciones de tipo territorial que siguen atormentando a algunas etnias que están convencidas de que siguen siendo superiores al resto de los españoles. Es el caso de autonomías, como la catalana y la vasca, que han sido incapaces de aceptar que España es una nación, democrática, próspera y capaz de representar un papel importante como miembro de la CE si sus ciudadanos se olvidan de aventuras quijotescas y aceptan que juntos siempre nos irá mejor que separados.


Es cierto que los grandes cambios ocurridos durante los últimos años, en los que las ciencias han avanzado con pasos gigantescos y nuevas técnicas, como la digitalización de las comunicaciones, los avances de Internet, la robotización de muchas tareas, la ofimática o la aparición de las llamadas energías renovables, han dejado obsoletas antiguos procesos y provocado importantes avances en materias como la medicina, los medios de transporte, los medios de comunicación (sustituyendo a los sistemas analógicos) de modo que, cualquier ciudadano, puede conseguir información de lo que ocurre en países remotos en tan solo unos pocos segundos), las investigaciones espaciales y el aprovechamiento de nuevas fuentes de energía, algo que sólo hace unos años ni siquiera se tomaban en cuenta. Por todo ello todavía se hace más difícil entender determinadas posiciones maximalistas, adoptadas por grupos de inconformistas, normalmente influenciados por movimientos de extremistas capaces de saber explotar el disgusto de personas que fueron gravemente perjudicadas por la crisis; resentidos descendientes de los perdedores de la Guerra Civil; incautos y personas de escasa preparación, fácilmente influenciables por activistas expertos en estos temas; antisistema y estos grupos de denominados progresistas que, curiosamente, lo que vienen proponiendo como solución a los problemas de España nos llevaría de nuevo a la época de las cavernas.


Sin embargo, como ocurre en el caso de las feministas, tenemos a personajes del periodismo, escritores famosos, filósofos y tertulianos que, pese a que el problema del separatismo catalán lleva años siendo uno de los problemas endémicos de la nación española; que los gobiernos que hemos tenido desde que España entro en democracia, a través de distintos sistemas y usando, cada uno de ellos, tácticas distintas para intentar solucionar, de forma pacífica, las insistentes demandas de mayor autonomía, de más independencia, de más autodeterminación y, finalmente, ya sin ningún tipo de disimulo, pidiendo abiertamente la independencia de la autonomía catalana de la nación española; una postura que, el señor Puigdemont y su representante en la Generalitat catalana, Quim Torra, vienen sosteniendo a capa y espada sin que, todas las propuestas de diálogo, conversaciones o intentos de que se bajaran del burro independentista, han ido fracasando en cada una de las numerosas ocasiones en las que los distintos gobiernos lo han intentado.


No obstante, P.Sánchez del PSOE, por circunstancias que no vale la pena repetir, se ve necesitado de conseguir el apoyo de los partidos independentistas catalanes para poder aprobar los PGE del 2019 y tener los apoyos necesarios en el Congreso de Diputados para tener posibilidades de seguir gobernando. Ello le ha llevado a, contra viento y marea, aún a costa de humillar a España y los españoles, sigue terco en mantener un diálogo que, evidentemente, no tiene sentido alguno, ya que es obvio que los separatistas no tienen posibilidad alguna de retroceder en sus demandas sin que se produzca una revolución en contra y lo único que se les podría ofrecer para que lo aceptaran sería una promesa de concederlos lo que están pidiendo para un futuro más o menos lejano. Claro que, para ello, deberían modificar sustancialmente la actual Constitución y, naturalmente, para lograrlo, no les basta el apoyo que tienen en el Congreso ya que, en el Senado, sigue manteniendo la mayoría absoluta el PP del señor Casado.


Pero hete aquí que, como ya he indicado al principio de este pequeño comentario, hay personas entre los periodistas, intelectuales, empresarios y políticos que siguen pensando que todavía le queda un margen al diálogo y que paren estar asustado por el mero hecho de que se les nombre de nuevo el 155 de la Constitución. Pues, cuando los padres de la patria, que no pudieron pensar las consecuencias de lo que iba a suceder con el título VIII de la Constitución, lo pusieron, juntamente con el Artº 8, en la Carta Magna no fue para ponerle un adorno o para que no se usase en caso de que, como está sucediendo en estos momentos, el peligro de que en España se produzca una revolución catalana que les induzca a adoptar, unilateralmente, por la división de la nación, proclamando la independencia de Cataluña, sin tomar en cuentas las graves consecuencias que, una medida semejante, comportarían para España y especialmente para Cataluña.


Nos confunde cuando periodistas de la calidad de Fernando Ónega, sigue insistiendo en que la única solución está en seguir con el diálogo, cuando es evidente que llevamos varios años que se está intentando sin que, en ninguna ocasión, se haya conseguido que los catalanes renuncien a sus solución de máximos a pesar de que, entre tanto, se les ha dado las ayudas económicas que han solicitado, se les ha consentido que infringieran las leyes sin tomar medida alguna y se les ha permitido que amenazaran, insultaran, se rieran a la cara del Gobierno y, por si fuera poco, han ido consiguiendo sacar de los distintos gobiernos, mediante el más ignominioso chantaje, cantidades ingentes de millones que, como resulta evidenciado, han destinado para reforzar sus planes separatistas y empezar a construir un gobierno paralelo, con todas sus instituciones, para cuando llegue el momento en que, están convencidos de ello, puedan poner en marcha lo que será el gobierno independiente de la nación catalana a la que, según tienen planeado, se les unirán las Baleares, Aragón y Valencia. Y una pregunta ¿qué van a decir ustedes a sus lectores, cuando ocurra lo que, inevitablemente, va a suceder si, como no hay más solución, al señor P.Sánchez se le acaba el crédito de que dispones y se vea que, el separatismo radical no cede nada en lo del independentismo y se llegue, fatalmente, un punto en el que, el Gobierno de la nación, se vea obligado a tomar medidas radicales para acabar con este levantamiento camuflado que se está produciendo?


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el convencimiento de que, el señor P.Sánchez, no se va a parar en cuanto a sus intentos de que el señor Torra les apoye los PGE y les siga apoyando durante lo que queda de legislatura; todo ello sin que renuncie a conseguirlo por muy caro y humillante que le pueda resultar al Estado español, ni por muchas que sean las nuevas condiciones y transferencias que se deban hacer a Cataluña para mantenerla callada durante unos meses más. Lo que vaya a suceder después se lo vamos a tener que preguntar a todos estos señores que siguen empecinados en que la solución del tema catalán es seguir discutiendo ¿para qué?, ¿para que sigan mamando de las ubres del Estado, mientras las otras autonomías deben seguir sufriendo discriminación para que los catalanes no se disgusten y digan dándole apoyo al Gobierno? También hubo los que, en vísperas del levantamiento del 18 de Julio, pensaron que el pueblo español seguiría aguantando un gobierno republicano incapaz de mantener el orden en las calles, de evitar los asesinatos y de controlar el orden público, mientras se seguían sucediendo los atentados contra las personas y la quema de iglesias, entre tanto se seguían discutiendo en las instituciones de la Administración, las medidas para frenar la revolución callejera, que nunca se llegaron a aplicar.

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