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Dejémonos amar

Nuestra gran asignatura pendiente, es no haber aprendido a querer, queriéndonos
Víctor Corcoba
jueves, 13 de diciembre de 2018, 00:00 h (CET)

Atrapados por el vicio de la crueldad, nos cuesta confiar en el análogo y dejarnos amar. Olvidamos, con demasiada frecuencia, que el amor es el mejor reconstituyente de una civilización que aspira a perdurar en el tiempo. La actitud de rencor o resentimiento, nos hace un corazón amargo, que muere en los lamentos. Por eso, es importante activar otro espíritu más esperanzador, de lucha permanente, sabiendo que en la constancia y en el sacrificio, suele estar el triunfo. En este sentido, resulta admirable ese mundo migrante, capaz de superar la adversidad y buscar una vida mejor. En este sentido, hay que elogiar también esa entrega incondicional de Naciones Unidas, impulsando diálogos e interacciones entre países y regiones, y al mismo tiempo, impulsando el intercambio de experiencias y oportunidades de colaboración. Toda esta atmósfera de generosidad lo que hace es hermanarnos, hacernos un poco más familia cada día, pues tan importante como el pan de la jornada, es el afecto entre semejantes.


Ojalá nos dejásemos amar, es la mejor manera de transformarnos, de impedir que las barbaries nos enganchen a su mal, y prolifere la selva, en vez de la compasión que todos nos hemos de tener. No perdamos jamás la ilusión del acercamiento, la cordialidad del abrazo continuo, la sencillez de servicio al prójimo hasta volverlo próximo a nosotros, la franqueza en el abecedario de las ideas, la familiaridad hacia los desalentados y perdidos. Nuestro propósito perpetuamente ha de ser el amor, más que a uno mismo a los demás, la mano tendida y extendida hacia el más débil, los labios constantemente en guardia para curar heridas; de igual modo, la percepción visual, siempre atenta, por si hemos de acariciar a alguien desamparado. A propósito, decía el inolvidable novelista y periodista francés, Tristan Bernard (1866-1947), que “el primer beso no se da con la boca, sino con la mirada”. En efecto, también nuestro propio espíritu innato, cuenta con un insaciable deseo de ver la verdad.


Sin duda, es lo auténtico lo que nos embellece y enamora, aquello que nos regenera por dentro y por fuera. Quizás tengamos que fomentar la restauración de vidas y sensaciones, de modos y modales, de principio y valores. Esto únicamente se rehabilita con mucha ternura, que es lo que realmente nos da la fuerza. La pujanza por el cambio ha de ser conviviendo todos junto a todos, y unidos a nuestra casa común, con el respeto mutuo que esto implica. Considerarse y considerar lo que nos rodea es un gran avance. Por ello, enhorabuena por esos entusiastas creadores de una gran muralla ecológica, amantes de la paciencia y sensibles con la vida degradada, dispuestos a unir el continente africano de oeste a este, de Dakar a Djibouti, con el objetivo de llevar a buen término una ambiciosa iniciativa, la de transformar las vidas de millones de personas que viven en primera línea de la desertificación y el cambio climático en la región del Sahel y el Sahara. ¡Bravo!; no desfallezcáis.


Puede que la vida sólo sea amar para darnos luz unos a otros, compartir emociones y clarificar senderos para sentir el sol por ambos lados. “Quien no busca un amigo, es enemigo de sí mismo”, nos recuerda una vez más el poeta (S. Rustaveli, “El Caballero de la piel de tigre”, estancia 847). De ahí la importancia de la búsqueda, y del reencuentro consigo mismo, acompañado por sus similares, en torno a un horizonte, el de la paz. No dejarnos amar, por tanto, es una verdadera desgracia colectiva. Nuestra gran asignatura pendiente, es no haber aprendido a querer, queriéndonos. Habríamos solventado muchas venganzas, habríamos curado muchos males, pero aún tenemos la oportunidad de hacerlo. Simplemente es cuestión de donar el alma, de verse y de mirarse. Al fin despertaremos, y podremos encauzar lo que está desorientado. Seguro que sí.

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