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Reciclar sin incordiar (II)

Raúl Tristán
Redacción
jueves, 9 de marzo de 2006, 23:59 h (CET)
El otro día llegábamos a dos conclusiones fundamentales, desde el punto de vista del ciudadano:

1- Existe un exceso de embalajes (por abuso irracional de los mismos por parte de las empresas).

2- Su procesamiento implica una carga de trabajo para el consumidor.

A esas conclusiones podemos añadir lo siguiente: determinadas características de los envases los convierten en objetos indeseables, más que útiles. A saber: su elevado número implica un volumen generado de residuos enorme, difícil de almacenar en el hogar; es destacable su escasa biodegradabilidad; y, en algunos casos, pecan de cierta toxicidad para el medio.

Por lo tanto:

1- Debe disminuirse el empleo de embalajes.

2- Deben desarrollarse embalajes que sean, no sólo reciclables, sino biodegradables, y de ciclo cuanto más corto, mejor.

Estas dos acciones contribuyen a reducir el volumen de residuos generados, disminuyen la carga de trabajo del consumidor, aminoran el gasto energético necesario para la transformación de las materias primas en embalajes y el preciso para su posterior reciclaje. Con ello, la contaminación consecuente de todos los procesos implicados (de la cuna a la tumba) decrece.

El consumidor, a su vez, agradece que el volumen de residuos que debe almacenar en su hogar hasta el momento de depositarlos para el reciclaje, disminuya.

Pasaremos ahora a analizar otro de los problemas consecuencia de la política de reciclaje: los contenedores de RSU.

Toda ciudad precisa de un servicio público o privado que se encargue de la retirada de los RSU, o sea, fundamentalmente la basura que generamos en nuestras casas. Una ciudad que careciera de éste servicio nos resulta impensable hoy en día. El problema radica en el método empleado: los contenedores.

Como ya sabemos, el uso de contenedores provoca una serie de problemas en función de la calidad de la recogida, como son: higiénico-sanitarios (foco de olores, enfermedades, parásitos, atracción de animales que rebuscan, ruidos ...), estéticos, prácticos (reducen el espacio urbano disponible)...

En algunas ciudades se han comenzado a ejecutar proyectos de recogida neumática (Ecociudad Valdespatera, a las afueras de Zaragoza), pero este sistema adolece de la problemática de que sólo es posible llevarlo a cabo en asentamientos que partan de cero, no en urbes ya establecidas. En otros casos se ha procedido al soterramiento de las zonas de recogida, de modo que en el exterior no existe signo visible de las mismas, salvo las bocas o buzones por las que arrojar los residuos, es un sistema que puede ser establecido en algunas zonas de una ciudad, pero no en todas.

El problema se ha visto agravado debido al incremento del número de contenedores, consecuencia por una parte de la densidad de población, y de la mayor selección que el ciudadano debe efectuar en su domicilio. Este incremento provoca que en una calle predominen como “elementos de mobiliario urbano” los contenedores de diversos colores, tamaños y formas, con la ya señalada reducción del espacio urbano y el incremento de los riesgos higiénico-sanitarios antes indicados.

Los consistorios, y las empresas, han cargado la responsabilidad y el trabajo (gratuitos, para más inri) del reciclaje, sobre los consumidores-ciudadanos, sin reparar en la problemática que ello les suscita. El ciudadano-familia debe asumir toda la carga de trabajo que supone la selección para el reciclaje y su transporte y descarga en los puntos adecuados. Además debe sufrir como ciudadano-peatón los problemas que le causan la multitud de contenedores abigarrados por las calles de su ciudad. Lo mismo vale para el ciudadano-conductor.

Considero que la política de reciclaje por el ciudadano no es la mejor posible, y ya he expuesto el porqué. Ahora toca exponer soluciones más adecuadas a la realidad que vivimos. Pero eso será otro día.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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