miércoles, 26 de septiembre de 2018, 08:37 h (CET)
Cuarenta muertos por violencia de género en lo que va de 2018 es una cifra aterradora. Ante una denuncia por maltrato o violencia se debería actuar sin contemplaciones y dar protección a la persona afectada. Y, si es necesario, ofrecer toda la ayuda precisa de psicólogos para que, por miedo o temor, las víctimas no dejen de declarar la verdad acerca de lo que están pasando.
De este modo, se garantizaría una más eficaz protección para evitar esta sangría continua de vidas humanas inocentes. Mayor cantidad de pulseras electrónicas de aviso y de móviles con sistemas de auxilio o botón de pánico y otra serie de medidas similares ante una denuncia que responda a la realidad sería lo adecuado. Me parece que bajaría el número de mujeres y menores asesinados con armas blancas o de fuego.
Por lo que se observa, a pesar de las campañas televisivas de lucha contra la violencia y el maltrato, está claro que los violentos siguen siéndolo y haciendo de las suyas.
Igual sería positivo que aumentara el número de policías o de Guardias Civiles que se dedicaran a la tarea de evitar la violencia contra las mujeres, si esto fuera posible. En cualquier caso, existe la posibilidad abierta de incrementar mucho las medidas de control y de protección ante la petición argumentada y razonada de mujeres que han sido maltratadas, por ejemplo, tras un divorcio o ruptura de relación sentimental. Porque suele ser una de las situaciones o procesos desencadenantes de las conductas violentas contra la integridad de las personas. No se pueden consentir las amenazas de ningún tipo y tampoco las agresiones físicas o verbales. Son actos denunciables ante las fuerzas de seguridad o la justicia.
Parece ser que las órdenes de alejamiento o medidas similares pueden ser efectivas en muchos casos, pero pueden ser complementadas con otros procedimientos de vigilancia o protección más sofisticados.
Igual antes de casarse puede ser adecuado que los contrayentes realizaran un test de personalidad o una prueba psicotécnica que detecte actitudes violentas o un machismo que puede conducir a agresiones en el futuro de la vida de la pareja. Puede parecer muy exagerado y descabellado, pero igual se evitaban asesinatos machistas.
También es cierto que en la educación se está insistiendo en el respeto a todos y en los valores éticos de la paz, la tolerancia y la bondad, pero parece que no da mucho resultado en un cierto número de personas. Y las mujeres parece que están indefensas ante maridos o parejas violentas. No es así, porque la ley las ampara, pero para las que mueren asesinadas es evidente que la protección no ha sido suficiente.
Indudablemente, la seguridad absoluta no es posible, pero se pueden poner más medios humanos y mayor cantidad de dispositivos electrónicos que avisen para que haya más protección y la policía pueda reaccionar antes para evitar asesinatos de mujeres o niños.
Considero que una de las claves para proteger más a las mujeres que lo necesiten es que ante el primer indicio o prueba clara de violencia, maltrato o abuso actuar de inmediato y apoyar psicológicamente a las víctimas. Se pueden crear protocolos de actuación renovados y que sean más eficaces que los actualmente existentes.
Existe también el ensayo y error. Por un exceso de seguridad o de medidas de protección no se producen consecuencias desastrosas o muy negativas. En cambio, sin medidas o tardías e insuficientes, el resultado puede ser irremediable, por desgracia. Y esto sin culpabilizar a nadie, pero creo que es la realidad.
Puedo pensar y creer que se hace lo que se puede, pero es necesario hacer mucho más para proteger a las mujeres que lo precisan y son, quizás, muchas más de lo que parece, porque por miedo no se denuncia en numerosas situaciones.
También la sociedad debe colaborar más para denunciar a los violentos, si observa su conducta agresiva. Está muy bien lamentar los asesinatos de mujeres, pero se necesitan nuevas medidas normativas y policiales. También los voluntarios de diversas organizaciones no gubernamentales podrían, tal vez, realizar una labor de protección y asistencia y en contra del machismo y de la violencia.
Vivimos en una sociedad que venera la juventud hasta la idolatría, mientras relega a la madurez a un rincón de invisibilidad. A medida que el calendario avanza, parece que los logros personales y profesionales se devalúan, como si la capacidad de crear o disfrutar de la vida tuviera fecha de caducidad. La realidad demuestra lo contrario, la verdadera riqueza humana florece en la experiencia, y es en la madurez donde alcanzamos nuestra cumbre personal.
Un día tras otro nos encontramos con frases de admiración sobre el ritual que rodea el fallecimiento de un papa y la consiguiente elección de otro. Los diversos comentaristas (especialmente si no son creyentes) ponderan las distintas ceremonias, su perfecta organización, sus ropajes y toda la parafernalia que hay alrededor. Parece que no les gustaría que acabara pronto esta “fuente” de noticias.
La sede de Pedro yace vacante y el mundo contiene el aliento. Mientras los medios y las redes sociales calculan votos y afinidades, y las cámaras enfocan la chimenea de la Capilla Sixtina —donde Miguel Ángel dejó su visión de la grandeza y la fragilidad humana—, los cardenales se recogen para dar continuidad a un rito que, mirando al futuro, encuentra sus raíces en la solemnidad del pasado.