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21º ANIVERSARIO
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Internacional
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Geopolítica de la droga

Narcometrópoli (V)

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Análisis de los sietes puntos cardinales


1. Los sitios de producción de la droga

La apertura y cierre de rutas del narcotráfico tienen un impacto directo sobre los lugares de cultivo y fabricación de los estupefacientes, en particular con referencia a la planta de coca, la amapola y la cannabis sativa o marihuana, mientras que las así llamadas y cada vez más difundidas drogas sintéticas no padecen esas medidas represivas, debido a que su proceso de elaboración no está conectado con la labranza sino con precursores químicos, expertos y laboratorios. El análisis histórico proporciona importantes evidencias sobre el tema, entre los acontecimientos significativos del pasado emerge con sus repercusiones el comercio clandestino de opio por parte de la Compañía Británica de las Indias Orientales (EIC por sus siglas en inglés), que en 1773 concentró su presencia en India – precisamente en Bengala y Bihar – moviendo desde allí enormes cantidades de alcaloides hacia el resto del país y determinado por primera vez un consumo generalizado de narcóticos, antes limitado al uso medicinal y a ceremonias religiosas. Sucesivamente, en 1781, al derrotar las otras potencias europeas (Holanda y Portugal) presentes en el continente, la empresa consiguió la exclusiva de toda la cosecha disponible y puso las bases para invadir los mercados del Sudeste Asiático y China, hegemonía que provocó las confrontaciones violentas que desembocaron en las nombradas “Guerras del Opio” (1839-42 y 1856-60). No cabe duda de que las fuerzas dominantes en el conflicto eran potencias que por un lado exprimían las riquezas naturales de los territorios ocupados, y por el otro, les imponían cuantiosas exportaciones a otras naciones, a través de tratados humillantes, sometiéndolas a su lógica de expoliación aniquiladora. Al final, China tuvo que doblegarse tanto a los gobiernos europeos que cobraban altos impuestos onerosos sobre la compraventa de “veneno negro” en las colonias y en todos los lugares en que fuera posible elevando sus recaudaciones fiscales – en especial Reino Unido los utilizaba para compensar la hemorragia de fondos tras la pérdida de las posesiones norteamericanas – como a los operadores privados titulares de las concesiones comerciales otorgadas por la EIC, que para corresponder ese gravamen fomentaban el uso recreativo de la dañina sustancia en las pobladas ciudades y comarcas locales (de 1800 a 1838 la cantidad de opio entrada en el puerto de Cantón aumentó de 500 toneladas a 2.500 toneladas). Aunque con unas menudas variables este esquema ha prevalecido, a lo largo de los siglos, como una constante del narcotráfico, y es incuestionable que la siembra de plantas psicoactivas ha proliferado siempre en países subdesarrollados o en vía de desarrollo oprimidos por el nacionalismo e imperialismo colonial. En principio se trató de utilizar un vegetal – que los misioneros despreciando los rituales y la tradición local definían la “droga del diablo” – para intensificar el rendimiento laboral de los esclavos, africanos e indígenas, aprisionados en las encomiendas y las minas de plata, oro, cobre y estaño, donde intentaban aguantar los asfixiantes ritmos de trabajo mascando hojas de coca. Los caciques que muy pronto se enteraron de su propiedad para superar el cansancio, contando con el visto bueno de los hidalgos favorecieron la difusión de una planta que hasta entonces solo crecía libremente en el área como arbusto silvestre, de manera que se desplegó la actividad agrícola y se comenzó a cobrar alcabala a los que quisieran producirla, el resultado fue una explotación sin precedentes de mano de obra forzada, un incremento de ingresos en las arcas públicas y una epidemia pregonada con una sobrecogedora hecatombe de indios y negros. Con razón aquella estructura organizacional puede considerarse como una forma germinal de economía colonial en el sector de la droga, totalmente encajada en el plan general que preveía que los autóctonos al ser utilizados como fuente de tributos y suministradores de prestaciones y productos de la tierra y del subsuelo a título gratuito (obreros, agricultores, pastores, albañiles, transportadores, mineros y sirvientes), fueran al servicio de un estrecho grupo de privilegiados. Todo esto se concretó porque desde el principio conquistadores y encomenderos etiquetaron de bárbaros a los indios, a tal punto que se debatía si en ellos había un alma o simplemente eran salvajes con rasgos humanos muy similares a animales que necesitaban ser domesticados (Conferencia de Valladolid de 1550-1551), fuera como fuese y a pesar de los valiosos argumentos en defensa de los nativos de Bartolomé de las Casas, durante décadas, precisamente hasta finales del siglo XVII, siguió dominando la tesis de Juan Ginés de Sepúlveda, es decir una visión etnocéntricay paternalista, que promovía la evangelización forzosa de seres que por su idolatría y conducta pecaminosa merecían una guerra justa para protegerles de una manifiesta inferioridad y subcultura.


Desde las repúblicas bananeras a los narcoestados

No ha sido investigado a fondo la procedencia de la narcocoltura de la economía de la plantación, así que hoy en día se sabe mucho y hasta demasiado sobre la narcocultura, o sea la aceptación apacible de la violencia, el poder tanatológico, la popularidad e incluso la veneración y los lujos sangrientos que contradistinguen la existencia de los cabecillas de la droga, mientras que se ignoran las influencias geopolíticas y las presiones externas que constantemente han condicionado y desplazado los plantíos ilícitos. A este propósito, en el libro siempre actual “Narcotráfico Sa – La nueva guerra del opio” se lee: “La vieja United Fruit Company, rebautizada United Brands en los sesentas, ha sido el eje de la gran delincuencia estadounidense desde comienzos del presente siglo, sirviendo de puente entre la mafia siciliana de Nueva Orleans y las firmas navieras de los «bramanes» de Boston. Desde los inicios del narcotráfico iberoamericano, los buques bananeros de la United que entran en la bahía de Baltimore han sido el más libre vehículo de transporte físico de contrabando a los Estados Unidos. United Brands, merced a una serie de organizaciones empresariales, terminó de entonces acá en manos de Carl Lindner, magnate de los seguros oriundo de Cincinnati, Ohio, y principal socio, a lo largo de las tres décadas pasadas, de Max Fisher, cabecilla del hampa de Chicago”.


La United Brands Company que después de la adquisición de Carl Lindner cambió su nombre en Chiquita Brands International, es el ejemplo más desconcertante y a la vez extraordinariamente palpable del enlace entre economía de la plantación y orígenes, desarrollo y auge del comercio de estupefacientes. Aunque disimulado, un detallado relato de la maquiavélica opresión de la compañía se encuentra en las novelas de la Trilogía Bananera – Viento fuerte (1950), El Papa verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960) – del poeta, escritor, periodista y diplomático Miguel Ángel Asturias, en las que no solo se traza un retrato sombrío de las horribles condiciones de vida de la población guatemalteca, especialmente de los aborígenes, sino que también se estigmatiza como cualquier decisión política está inevitablemente subordinada a los intereses particulares de las empresas bananeras, que inicialmente se apoderan de todas las vías de comunicación del país y luego proyectan la futura ampliación a su antojo como narrado en uno de los fragmentos más deslumbrantes de El Papa verde: “El Gobierno actual de ese país nos cedió el derecho de construir, mantener y explotar su ferrocarril al Atlántico, el más importante de la República, del que tenían construidos los cinco primeros tramos; y nos lo ha cedido sin gravamen ni reclamo de ningún género.


—Bueno, entonces lo que ese Gobierno quiere es la anexión. Ya nos está cediendo todo su ferrocarril al Atlántico, que es lo más importante y que ellos tenían construido, dice usted, en sus cinco primeros tramos. Me parece que no hay que proceder a que se haga la declaratoria en Washington.

—Se estipula, además, en el contrato por el que nos cede el ferrocarril, que en dicha transferencia se comprenden, sin costo para nosotros: el muelle del puerto, de su puerto mayor en el Atlántico, las propiedades, material rodante, edificios, líneas telegráficas, terrenos, estaciones, tanques, así como todo el material existente en la capital, como son durmientes, rieles...

—¡Nos deja usted, Maker Thompson, con la boca abierta; el que firmó ese contrato estaba borracho!”.

Asturias nunca negó que la novela era la única manera para que se conocieran las necesidades de su pueblo, cuyo estado se sintetizaba en la cárcel a cielo abierto del latifundio y sus lacras, revelando sin vacilación alguna el mencionado papel de la mafia de la Ciudad de los Vientos: “Porque en Chicago se piensa simple y llanamente en la extracción de la riqueza y nada más, haciéndoles ver desde luego que ferrocarriles, muelles, instalaciones agrícolas, hospitales, comisariatos, altos jornales se destinan a que algún día ellos lleguen a ser como nosotros. Eso no sucederá nunca, pero habrá que hacerlo creer a los dirigentes que no caigan en la tentación del poder o del dinero. Reelecciones para los presidentes, cheques para los diputados, y para los patriotas, el humito del progreso, divinidad que en lugar de manos tiene yunques, en lugar de ojos faros gigantescos, en lugar de pelo humo de chimeneas, y músculos de acero, y nervios eléctricos, y barcos que circulan por los mares como glóbulos por la sangre...

— ¡Esta, esta, la postiza, la mano del progreso falso, del progreso que les vamos a dar a ellos, porque la verdadera mano derecha la guardaremos para la llave de la caja y el gatillo de la pistola!”.

El escritor guatemalteco demuestra su habilidad para describir un contexto histórico marcado por patrones económicos, sociales, culturales, ideológicos y mágico-religiosos, en que confluyen realidad y ficción, esta segunda se pone siempre al servicio de la primera promoviendo la denuncia social, obviamente, su máxima aspiración fue matizar, y tal vez rescatar, una humanidad acojonada en un angosto espacio vital y aplastada en su terrenal y cotidiana existencia. La aparente digresión atestigua la transformación de superficies agrarias y urbanas realizadas por un puñado de despóticos forasteros, que plasmando relaciones de poder a través de alianzas (políticos, funcionarios y burgueses lacayos), exclusiones (la casi totalidad del pueblo) y enfrentamientos (la minoría de obreros, esclavos y nativos que intentaron rebelarse) lleva a una conformación social y estatal conocida – gracias a la obra literaria de Asturias – como república bananera. Contemporáneamente, se asiste a la duplicación del sistema de plantación – con su control total sobre la red ya las infraestructuras de transporte – en el cultivo, producción y tráfico de droga, determinando una perfecta continuidad e identidad entre estas dictaduras u oligarquías serviles, corruptas e inestables y los que sucesivamente han sido calificados de “Narcoestados”.


Filiación entre economía de la plantación y narcocoltura

La economía de la plantación ha forjadoun orden que logra una supeditación permanente de los países involucrados en su concepción del capitalismo, ya en los años 50' el desarrollismo había individuado en la relación centro-periferia la causa principal del retraso y la miseria de muchas realidades con una fuerte vocación agrícola, denunciando el empeoramiento gradual y orgánico de los términos de intercambio en el comercio internacional, sucesivamente, en los años 60' y 70', el enfoque de la dependencia intentó explicar de manera detallada las causas y las posibles soluciones de la recesión y declive socioeconómico de las naciones pobres del sur del mundo, estigmatizando su rol de proveedores de mercancías con bajo valor agregado respecto a los actores metropolitanos que se dedicaban a la actividad industrial de alto valor añadido. Las dos teorías convergían sobre el hecho de que solo la transformación de materias primas en productos acabados y consiguiente substitución de la importación de bienes manufacturados procedentes desde Occidente, habría podido mejorar el rendimiento de los territorios atrasados y romper un mecanismo de sumisión que no se limitaba a lo económico sino que se extendía a todos los aspectos – sociales, políticos, mediáticos y militares – de su civilización. Se deduce que la plantación ha sido además de un retorcido proceso de crecimiento y metamorfosis, un espécimen cultural que ha profundamente modificado la mentalidad de los autóctonos creando predisposiciones favorables de los nativos, mestizos y criollos hacia ciertas cuestiones y rechazo hacia otras en temas de inversiones, políticas públicas y modelos de consumo y acumulación. Aunque esta teoría se presenta parecida a las precedentes (desarrollismo y dependencia), en concreto, se aleja de la exégesis del siglo pasado, afirmando la existencia de un imperecedero patrón de desenvolvimiento que incuba una posición pasiva al incorporarse al consenso global, dicho de otra manera, la historia con su legado ético y moral sigue manteniendo en un estado de debilidad las estructuras de pequeñas y grandes regiones transnacionales que han experimentado la avasalladora etapa colonial. A partir del establecimiento de las primeras haciendas con fuerza de trabajo esclava, las instituciones no han cambiado mucho, en línea general se ha tratado de un maquillaje que ha embellecido su rostro conservando inalterados los rasgos esenciales, e incluso cuando se han integrado nuevas entidades e instrumentos a la economía no se ha evitado la sujeción a factores externos. Entrando en detalles el sistema ha conllevado:


1) preponderancia de culturas agrícolas tropicales (azúcar, café, cacao, tabaco, banano, papaya, piña, aguacate, mango, caucho, aceite de palma y otros) y simultánea supresión de la siembra de géneros estratégicos del agro como cereales, lácteos y oleaginosas. El resultado ha sido un tejido empresarial que queda vinculado al saldo generado por uno o dos productos experimentando, a causa de la caída o desaceleración de los precios, una constante situación de fragilidad y crisis reiteradas, en particular, los fenómenos climáticos juntos a acuerdos disimétricos de libre comercio merman sus avances como puntualizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés): “Más apremiante aún es que la mayor parte de la producción mundial se destina a la subsistencia y que las frutas tropicales son muy importantes para la seguridad alimentaria de algunos de los países económicamente más vulnerables del mundo. Los esfuerzos internacionales concertados para diseñar y aplicar medidas de adaptación y mitigación son muy recomendables, considerando que la mayoría de los países productores de frutas tropicales no poseen las capacidades económicas y estructurales que les permitirían hacer frente a los daños experimentados por los cultivos y las repercusiones consiguientes en los ingresos de exportación”.

Es oportuno recalcar que la economía de la plantación se origina en la agricultura pero que se incorporan a sus pautas otros sectores como la minería, el turismo e incluso los negocios ilegales (contrabando, fabricación de coca y prostitución);


2) desequilibrio creciente de la balanza comercialdebido a que el elevado grado de concentración en la industria de frutas, bebidas y otras variedades tropicales, origina una dicotomía entre los pequeños productores (por faltas de economías de escala, obstáculos para penetrar en el mercado e inadecuadas formas de información y circulación de la misma, dificultades de acceso al crédito, limitada capacidad en gestión de riesgos, carencia de infraestructuras y estándares de calidad apropiados, ausencia de asistencia técnica antes y después de la cosecha, fallos de armonización e implementación de mecanismos regulatorios para racionalizar los problemas de certificación y los costos de cumplimiento) y las grandes corporaciones, en la práctica, la mayor parte de los países en desarrollo y subdesarrollo recauda fondos y crea sus reservas de divisa externas a través de la exportación de productos de la naturaleza, sin embargo esas ventas masivas no les permite, a nivel macroeconómico, igualar la financiación de las importaciones de alimentos y otros bienes y servicios. El nudo principal es que las actividades con proyección hacia el exterior tiranizan la cultura emprenditorial dejándoles tomar las riendas financieras del negocio a los alógenos asentados en la metrópoli (multinacionales), esos deciden con arbitrariedad inversiones, comercialización y precios e impiden con connivencias públicas y privadas tanto el ascenso del tradicional mercado doméstico como la proliferación de artesanía y comercios alternativos. En sustancia, la conducta de los plantadores – que casi nunca coinciden con las figuras de los exportadores y comerciantes – es acumular capitales en moneda extranjera, euros o dólares, en un corto plazo de tiempo, apartando cualquier preocupación de orden moral y por el medio ambiente, una endémica aberración engendrada por su subordinación a las compañías foráneas que trasladan riesgos y costes de la gestión a ellos y a los intermediarios nacionales (firma local o filial de la casa matriz). El marco tampoco muta si el convenio concierne el Estado y una o más corporaciones – normalmente para la explotación de recursos naturales y grandes fincas – dado que la superioridad tecnológica y financiera de las sociedades transnacionales (STN) les garantiza un gran poder contractual, por ende el arraigado sector exportador sigue estrangulando la comunidad local y cargando costos y ajustes al capital social, humano y ambiental. Una similitud patente con el proceso de elaboración de benzoilmetilecgonina es que los cocaleros, que cultivan la mata, no solo no tienen ningún control sobre la logística sino que también sufren las decisiones de todos los que ocupan los peldaños superiores de la escalera (intermediarios, contratistas, bandas o pandillas locales, narcopolicías, transportadores y mafias), de acuerdo con esto, representan el punto más débil de una organización cabalmente integrada en un sistema de plantación, además, el comerciante, el cártel o el primer comprador, con frecuencia adelantan suministros (abonos, fertilizantes, semillas) y crédito acentuando su sumisión. Por otra parte, el aspecto interesante es que aun en estas circunstancias el valor final se fija en los lugares de destino de las mercancías excluyendo o empequeñeciendo el papel del vendedor, por ejemplo, la cotización promedia por kilo de la cocaína al por mayor que llega a EE. UU., la establecen los cárteles mexicanos aunque llevando a cabo una transacción con los colombianos, y eso porque ellos a su vez tienen que acatar condiciones heterónomas que influencian sus proventos (vea el punto número 4 a continuación);


3) pocas empresas que lideran el comercio mundial de frutas tropicales pagando tarifas muy bajas de importación para lograr beneficios desmesurados. Explicando y ejemplificando, cargan sus barcos de materia prima no procesada en los lugares de origen para evitar que los gravámenes aumenten a lo largo de la cadena de valor, este habito, conocido como progresividad arancelaria, consiste en la imposición de derechos de aduana elevados para los bienes semimanufacturados y aun más altos para los productos terminados, de manera que se protege a la industria metropolitana y se dificulta el florecimiento de las manufacturas de los países en transición o retrasados, dejándolos expuestos a la volatilidad que caracteriza sus ganancias de exportación (una de las criticidades subrayada en la Agenda de Doha para el Desarrollo, noviembre de 2001);


4) inelasticidad de la demanda de cultivos y viandas tropicales por no ser considerados componentes fundamentales de la dieta básica alimenticia, en consecuencia variaciones en los precios no desencadenan un tirón o una mengua en los consumos, mientras que se generan picos agudos o períodos prolongados de cotizaciones descendentes sin la capacidad de ajustarse rápidamente a la subida y bajada de las mismas. En general, las firmas domésticas no están en condición de absorber los excedentes ni aprovechar de una prevista o casual reducción de la cosecha para incrementar la rentabilidad, de hecho, es imposible armonizar el plan empresarial con la predicción de la adquisición occidental de sus mercancías básicas, puesto que la distribución y la venta no están a su alcance dependiendo de factores exógenos, tampoco pueden destinar la producción al deprimido mercado interno donde no tiene valor. Por lo visto, se manifiesta una ineptitud para diversificar el surtido de referencias, porque cuando las fluctuaciones comerciales benefician a los plantadores y cultivadores (campesinos y jornaleros) ellos no quieren dejar de producir, al contrario, durante una persistente coyuntura desfavorable, la inversión en la transformación es más costosa de las pérdidas o rebajas de ingresos y por tanto siguen expandiendo su negocio para compensarlas. Al fin y al cabo, las realidades periféricas padecen una dinámica de manipulación y terminan entregándose a un inacabable ciclo empobrecedor caracterizado por la imposibilidad de manejar la economía, déficit estructural en la balanza comercial con acumulación de plusvalías en la metrópoli, brecha tecnológica persistente, trabajo asalariado barato en todos los sectores y dependencia de la dinámica inflacionaria interna a la de los abusones socios comerciales. En este sentido, hay una correlación muy estrecha con el tráfico de estupefacientes dado que la demanda inelástica es una de sus características, sin embargo esta rigidez como principal secuela de una larguísima y represiva estrategia antidroga, no es real sino artificial. El inconveniente es que gobernantes y expertos en la materia suponen, o tal vez prefieren conjeturar, que los clientes fidelizados son exclusivamente los que se encuentran en una condición de adicción y por eso indiferentes a las oscilaciones de precios, una errónea postura que aboga por adoptar normativas prohibicionistas – y subsiguientes acciones policiales y militares – con la esperanza de que dificultando la adquisición del perico por parte de los toxicómanos se pueda atacar la raíz del problema. En la realidad, el número de usuarios de psicotrópicos en el mundo es muy alto, según los datos UNODC son 275 millones las personas que han utilizado algún tipo de droga en 2016, con un aumento de 20 millones respecto al año anterior (en 2015 eran 255 millones) y una tasa de crecimiento de 0.3 puntos porcentuales (de 5.3% en 2015 a 5.6% en 2016), además, en el último decenio (2006-2016) se ha registrado un incremento absoluto de 67 millones de consumidores (en 2006 eran 208 millones con un porcentaje de 4.9%) con una tendencia ascendente en términos porcentuales que ha disminuido en 2008 (4.6%) y se ha mantenido estable entre 2011 y 2014 (5%). Asimismo, en 2016, los individuos con problemas de abuso de sustancias psicoactivas han sido 30.5 millones con respecto a los 275 millones de usuarios, aunque 1 millón más que en 2015 (29.5 millones) y 4.1 millones más que en 2006 (26 millones). El dato certifica que las políticas enfocadas en la drogodependencia son un engaño y un fracaso, al parecer su verdadero objetivo es suscitar reacciones en los compradores, puesto que el conjunto de acciones que achica la oferta (cierre de rutas y relacionada incidencia en el costo del transporte, incautaciones, fumigaciones, desmantelamiento de redes de trapicheo, extradición y endurecimiento de penas) impulsa un rebote de la cotización de los estupefacientes hasta el nivel en que los consumos sigan generando una multiplicación de las ganancias (nuevo punto de equilibrio del mercado), por el contrario, en cuanto la subida produzca un estancamiento acompañado por un encogimiento de ingresos, las iniciativas – apertura de nuevos caminos, suspensión de las erradicaciones de cultivos, alivio de los controles aduaneros y portuarios y de las confiscaciones, legalización de las llamadas drogas blandas en algunos estados o regiones, recortes de fondos a la lucha antinarcóticos, estipulación de acuerdos con traficantes, encubrimiento de investigaciones, reducción de los patrullamientos de paisano y hasta venta de partidas incautadas en el pasado por parte de las autoridades – tendrán como propósito acrecentar la cantidad disponible para que se ocasione un precio asequible y se alienten las compras. Pues, las mafias, los cárteles, los contratistas, los distribuidores y mucho menos los cocaleros, no tienen el poder de decretar el valor de las transacciones y el margen de lucro, ante todo porque tratándose de actividad agrícola sujeta a variables imprevisibles (meteorología, disponibilidad de suelos, rendimiento y calidad de las cosechas) sufren la inviabilidad de modificar la producción en el breve periodo para adecuarse a los cambios en la estabilidad del entorno mercantil, y luego, aunque pudieran, son dependientes de circunstancias externas que provocan la inelasticidad de la oferta y encima una pesada carga de costos por riesgo de decomiso y captura. Al final, los sujetos que deciden tácitamente el valor de venta de los psicotrópicos son los gobiernos nacionales y supranacionales (UE, EE. UU., OEA) juntos a sus centros y agencias de seguridad (CIA, DEA, FBI, INTERPOL, EUROPOL, UNODC y otros), que operan aplicando unas tasas ocultas – que llevan el nombre de “determinantes particulares” – para estimular o frenar el consumo e influir en las rentas de suministradores y adquirentes. Lo cierto es que siendo cultivos anómalos que responden parcialmente a los criterios que conciernen los géneros alimenticios de la tierra, variaciones en la cantidad (alza o baja) y/o en el valor de mercado (ascenso o descenso) no tienen reflejo en una demanda inelástica, como se hipotetiza, sino relativamente inelástica, porque, objetivamente, son muchísimos los potenciales clientes que se acercan a los narcóticos por curiosidad y que a menudo se acostumbran al uso recreativo periódico (estilo de vida y ambiente social), de más, un pequeño porcentaje de estos (12% en promedio) termina enganchado a la sustancia y engrosa la parte inelástica de la demanda, o sea, los que teniendo recursos están dispuestos a pagar más dinero para conseguirla. En este último caso, la exacerbación de la guerra al narcotráfico determina – al mismo tiempo que se contrae la producción – tanto una escalada de los costos totales para trasladar la droga (“escalación”) como de los beneficios, de modo que los consumos bajan y las ganancias adicionales suben. Al contrario, si se originara un repunte de los precios, los proveedores podrían aumentar el volumen de actividad, pero considerando que la demanda presenta al igual que la oferta una prevalencia de inelasticidad relativa – peculiar en el breve periodo e inducida en el medio y largo plazo – o no les conviene o resultará siempre inferior a la cantidad deseada para que siguen ganando dinero, de otra parte, es fundamental tener en cuenta que se aborda un ámbito de competencia monopolística en que la diversificación de productos y la diferente cualidad del mismo tipo de estupefaciente permite, hasta cierto punto, un suficiente grado de libertad para rectificar los precios. En definitiva, solo se puede alcanzar el dominio del sector en uno específico, y a veces minoritario, segmento o pequeña área geográfica, en cambio para imponer criterios de distribución a nivel nacional, continental o mundial, se necesita eliminar las empresas minores y establecer cárteles que operen como un oligopolio colusivo gobernando el entero proceso económico de la fabricación a la red de camellos, una situación atípica que ha ocurrido raras veces, es decir, cuando respaldada por los altos mandos gubernamentales y los servicios de inteligencia del territorio de destino y por eso aparentemente bajo el control de los narcotraficantes. La aludida situación es una de las pocas circunstancias en que los sembradores de la muerte se muestran favorables a practicar un descenso de precio y aceptar una contracción de los proventos – conforme a la voluntad de las autoridades que claramente persiguen otros objetivos de carácter sociopolítico – porque básicamente en un espacio de experiencia mantienen dos expectativas realistas: la conveniencia de ampliar las ventas para conseguir un aumento del número de drogadictos y de tal forma la subida de la parte inelástica de la demanda, y la convicción que los narcóticos, en cuanto bienes adictivos, tienen una mayor elasticidad de largo plazo, así que cuando los precios crezcan los usuarios inicialmente disminuirán su adquisición, pero, con el paso del tiempo, se adaptarán y volverán a consumir a los mismos niveles (teoría de la adicción racional);


5) exclusiva del monocultivo o bicultivo con todas las consecuencias del caso, o sea, producción a gran escala que causa, a medida que transcurren los años, degradación, contaminación al medioambiente, proliferación violenta de plagas y empobrecimiento de la diversidad genética, erosión y pérdida de la fertilidad del suelo;


6) deterioro del régimen alimentario de las poblaciones locales con carencia de componentes con función antioxidante, desintoxicante y regeneradora de las células cerebrales y de la piel, que constituyen la mejor gasolina para el funcionamiento del cuerpo (músculos y huesos) teniendo un alto valor nutritivo y un bajo contenido de grasas. Estos se encuentran específicamente en el trigo y, con diferente cantidad y cualidad, en los otros cereales (vitaminas A y B, ácido pantoténico o vitamina B5, ácido fólico, betacaroteno, hierro, magnesio, calcio, yodo, selenio, fósforo, zinc, fibras, carbohidratos – sobre todo almidón – y proteínas).


En conclusión, estamos en presencia de una economía orientada a la subordinación extranjera, en que se ha institucionalizado una relación duradera de explotación impulsando producción sin derecho al avance tecnológico, riqueza sin bienestar y crecimiento sin progreso social, de esta manera los países periféricos pierden la gestión de sus recursos y acaban dependiendo por las remesas de los inmigrantes, el turismo sexual (mujeres y niños) y sobre todo el narcotráfico, que a su vez, por lo mencionado anteriormente, no escapa del sistema de plantación. 

Narcometrópoli (V)

Geopolítica de la droga
Michel Fonte
martes, 25 de septiembre de 2018, 08:38 h (CET)

Análisis de los sietes puntos cardinales


1. Los sitios de producción de la droga

La apertura y cierre de rutas del narcotráfico tienen un impacto directo sobre los lugares de cultivo y fabricación de los estupefacientes, en particular con referencia a la planta de coca, la amapola y la cannabis sativa o marihuana, mientras que las así llamadas y cada vez más difundidas drogas sintéticas no padecen esas medidas represivas, debido a que su proceso de elaboración no está conectado con la labranza sino con precursores químicos, expertos y laboratorios. El análisis histórico proporciona importantes evidencias sobre el tema, entre los acontecimientos significativos del pasado emerge con sus repercusiones el comercio clandestino de opio por parte de la Compañía Británica de las Indias Orientales (EIC por sus siglas en inglés), que en 1773 concentró su presencia en India – precisamente en Bengala y Bihar – moviendo desde allí enormes cantidades de alcaloides hacia el resto del país y determinado por primera vez un consumo generalizado de narcóticos, antes limitado al uso medicinal y a ceremonias religiosas. Sucesivamente, en 1781, al derrotar las otras potencias europeas (Holanda y Portugal) presentes en el continente, la empresa consiguió la exclusiva de toda la cosecha disponible y puso las bases para invadir los mercados del Sudeste Asiático y China, hegemonía que provocó las confrontaciones violentas que desembocaron en las nombradas “Guerras del Opio” (1839-42 y 1856-60). No cabe duda de que las fuerzas dominantes en el conflicto eran potencias que por un lado exprimían las riquezas naturales de los territorios ocupados, y por el otro, les imponían cuantiosas exportaciones a otras naciones, a través de tratados humillantes, sometiéndolas a su lógica de expoliación aniquiladora. Al final, China tuvo que doblegarse tanto a los gobiernos europeos que cobraban altos impuestos onerosos sobre la compraventa de “veneno negro” en las colonias y en todos los lugares en que fuera posible elevando sus recaudaciones fiscales – en especial Reino Unido los utilizaba para compensar la hemorragia de fondos tras la pérdida de las posesiones norteamericanas – como a los operadores privados titulares de las concesiones comerciales otorgadas por la EIC, que para corresponder ese gravamen fomentaban el uso recreativo de la dañina sustancia en las pobladas ciudades y comarcas locales (de 1800 a 1838 la cantidad de opio entrada en el puerto de Cantón aumentó de 500 toneladas a 2.500 toneladas). Aunque con unas menudas variables este esquema ha prevalecido, a lo largo de los siglos, como una constante del narcotráfico, y es incuestionable que la siembra de plantas psicoactivas ha proliferado siempre en países subdesarrollados o en vía de desarrollo oprimidos por el nacionalismo e imperialismo colonial. En principio se trató de utilizar un vegetal – que los misioneros despreciando los rituales y la tradición local definían la “droga del diablo” – para intensificar el rendimiento laboral de los esclavos, africanos e indígenas, aprisionados en las encomiendas y las minas de plata, oro, cobre y estaño, donde intentaban aguantar los asfixiantes ritmos de trabajo mascando hojas de coca. Los caciques que muy pronto se enteraron de su propiedad para superar el cansancio, contando con el visto bueno de los hidalgos favorecieron la difusión de una planta que hasta entonces solo crecía libremente en el área como arbusto silvestre, de manera que se desplegó la actividad agrícola y se comenzó a cobrar alcabala a los que quisieran producirla, el resultado fue una explotación sin precedentes de mano de obra forzada, un incremento de ingresos en las arcas públicas y una epidemia pregonada con una sobrecogedora hecatombe de indios y negros. Con razón aquella estructura organizacional puede considerarse como una forma germinal de economía colonial en el sector de la droga, totalmente encajada en el plan general que preveía que los autóctonos al ser utilizados como fuente de tributos y suministradores de prestaciones y productos de la tierra y del subsuelo a título gratuito (obreros, agricultores, pastores, albañiles, transportadores, mineros y sirvientes), fueran al servicio de un estrecho grupo de privilegiados. Todo esto se concretó porque desde el principio conquistadores y encomenderos etiquetaron de bárbaros a los indios, a tal punto que se debatía si en ellos había un alma o simplemente eran salvajes con rasgos humanos muy similares a animales que necesitaban ser domesticados (Conferencia de Valladolid de 1550-1551), fuera como fuese y a pesar de los valiosos argumentos en defensa de los nativos de Bartolomé de las Casas, durante décadas, precisamente hasta finales del siglo XVII, siguió dominando la tesis de Juan Ginés de Sepúlveda, es decir una visión etnocéntricay paternalista, que promovía la evangelización forzosa de seres que por su idolatría y conducta pecaminosa merecían una guerra justa para protegerles de una manifiesta inferioridad y subcultura.


Desde las repúblicas bananeras a los narcoestados

No ha sido investigado a fondo la procedencia de la narcocoltura de la economía de la plantación, así que hoy en día se sabe mucho y hasta demasiado sobre la narcocultura, o sea la aceptación apacible de la violencia, el poder tanatológico, la popularidad e incluso la veneración y los lujos sangrientos que contradistinguen la existencia de los cabecillas de la droga, mientras que se ignoran las influencias geopolíticas y las presiones externas que constantemente han condicionado y desplazado los plantíos ilícitos. A este propósito, en el libro siempre actual “Narcotráfico Sa – La nueva guerra del opio” se lee: “La vieja United Fruit Company, rebautizada United Brands en los sesentas, ha sido el eje de la gran delincuencia estadounidense desde comienzos del presente siglo, sirviendo de puente entre la mafia siciliana de Nueva Orleans y las firmas navieras de los «bramanes» de Boston. Desde los inicios del narcotráfico iberoamericano, los buques bananeros de la United que entran en la bahía de Baltimore han sido el más libre vehículo de transporte físico de contrabando a los Estados Unidos. United Brands, merced a una serie de organizaciones empresariales, terminó de entonces acá en manos de Carl Lindner, magnate de los seguros oriundo de Cincinnati, Ohio, y principal socio, a lo largo de las tres décadas pasadas, de Max Fisher, cabecilla del hampa de Chicago”.


La United Brands Company que después de la adquisición de Carl Lindner cambió su nombre en Chiquita Brands International, es el ejemplo más desconcertante y a la vez extraordinariamente palpable del enlace entre economía de la plantación y orígenes, desarrollo y auge del comercio de estupefacientes. Aunque disimulado, un detallado relato de la maquiavélica opresión de la compañía se encuentra en las novelas de la Trilogía Bananera – Viento fuerte (1950), El Papa verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960) – del poeta, escritor, periodista y diplomático Miguel Ángel Asturias, en las que no solo se traza un retrato sombrío de las horribles condiciones de vida de la población guatemalteca, especialmente de los aborígenes, sino que también se estigmatiza como cualquier decisión política está inevitablemente subordinada a los intereses particulares de las empresas bananeras, que inicialmente se apoderan de todas las vías de comunicación del país y luego proyectan la futura ampliación a su antojo como narrado en uno de los fragmentos más deslumbrantes de El Papa verde: “El Gobierno actual de ese país nos cedió el derecho de construir, mantener y explotar su ferrocarril al Atlántico, el más importante de la República, del que tenían construidos los cinco primeros tramos; y nos lo ha cedido sin gravamen ni reclamo de ningún género.


—Bueno, entonces lo que ese Gobierno quiere es la anexión. Ya nos está cediendo todo su ferrocarril al Atlántico, que es lo más importante y que ellos tenían construido, dice usted, en sus cinco primeros tramos. Me parece que no hay que proceder a que se haga la declaratoria en Washington.

—Se estipula, además, en el contrato por el que nos cede el ferrocarril, que en dicha transferencia se comprenden, sin costo para nosotros: el muelle del puerto, de su puerto mayor en el Atlántico, las propiedades, material rodante, edificios, líneas telegráficas, terrenos, estaciones, tanques, así como todo el material existente en la capital, como son durmientes, rieles...

—¡Nos deja usted, Maker Thompson, con la boca abierta; el que firmó ese contrato estaba borracho!”.

Asturias nunca negó que la novela era la única manera para que se conocieran las necesidades de su pueblo, cuyo estado se sintetizaba en la cárcel a cielo abierto del latifundio y sus lacras, revelando sin vacilación alguna el mencionado papel de la mafia de la Ciudad de los Vientos: “Porque en Chicago se piensa simple y llanamente en la extracción de la riqueza y nada más, haciéndoles ver desde luego que ferrocarriles, muelles, instalaciones agrícolas, hospitales, comisariatos, altos jornales se destinan a que algún día ellos lleguen a ser como nosotros. Eso no sucederá nunca, pero habrá que hacerlo creer a los dirigentes que no caigan en la tentación del poder o del dinero. Reelecciones para los presidentes, cheques para los diputados, y para los patriotas, el humito del progreso, divinidad que en lugar de manos tiene yunques, en lugar de ojos faros gigantescos, en lugar de pelo humo de chimeneas, y músculos de acero, y nervios eléctricos, y barcos que circulan por los mares como glóbulos por la sangre...

— ¡Esta, esta, la postiza, la mano del progreso falso, del progreso que les vamos a dar a ellos, porque la verdadera mano derecha la guardaremos para la llave de la caja y el gatillo de la pistola!”.

El escritor guatemalteco demuestra su habilidad para describir un contexto histórico marcado por patrones económicos, sociales, culturales, ideológicos y mágico-religiosos, en que confluyen realidad y ficción, esta segunda se pone siempre al servicio de la primera promoviendo la denuncia social, obviamente, su máxima aspiración fue matizar, y tal vez rescatar, una humanidad acojonada en un angosto espacio vital y aplastada en su terrenal y cotidiana existencia. La aparente digresión atestigua la transformación de superficies agrarias y urbanas realizadas por un puñado de despóticos forasteros, que plasmando relaciones de poder a través de alianzas (políticos, funcionarios y burgueses lacayos), exclusiones (la casi totalidad del pueblo) y enfrentamientos (la minoría de obreros, esclavos y nativos que intentaron rebelarse) lleva a una conformación social y estatal conocida – gracias a la obra literaria de Asturias – como república bananera. Contemporáneamente, se asiste a la duplicación del sistema de plantación – con su control total sobre la red ya las infraestructuras de transporte – en el cultivo, producción y tráfico de droga, determinando una perfecta continuidad e identidad entre estas dictaduras u oligarquías serviles, corruptas e inestables y los que sucesivamente han sido calificados de “Narcoestados”.


Filiación entre economía de la plantación y narcocoltura

La economía de la plantación ha forjadoun orden que logra una supeditación permanente de los países involucrados en su concepción del capitalismo, ya en los años 50' el desarrollismo había individuado en la relación centro-periferia la causa principal del retraso y la miseria de muchas realidades con una fuerte vocación agrícola, denunciando el empeoramiento gradual y orgánico de los términos de intercambio en el comercio internacional, sucesivamente, en los años 60' y 70', el enfoque de la dependencia intentó explicar de manera detallada las causas y las posibles soluciones de la recesión y declive socioeconómico de las naciones pobres del sur del mundo, estigmatizando su rol de proveedores de mercancías con bajo valor agregado respecto a los actores metropolitanos que se dedicaban a la actividad industrial de alto valor añadido. Las dos teorías convergían sobre el hecho de que solo la transformación de materias primas en productos acabados y consiguiente substitución de la importación de bienes manufacturados procedentes desde Occidente, habría podido mejorar el rendimiento de los territorios atrasados y romper un mecanismo de sumisión que no se limitaba a lo económico sino que se extendía a todos los aspectos – sociales, políticos, mediáticos y militares – de su civilización. Se deduce que la plantación ha sido además de un retorcido proceso de crecimiento y metamorfosis, un espécimen cultural que ha profundamente modificado la mentalidad de los autóctonos creando predisposiciones favorables de los nativos, mestizos y criollos hacia ciertas cuestiones y rechazo hacia otras en temas de inversiones, políticas públicas y modelos de consumo y acumulación. Aunque esta teoría se presenta parecida a las precedentes (desarrollismo y dependencia), en concreto, se aleja de la exégesis del siglo pasado, afirmando la existencia de un imperecedero patrón de desenvolvimiento que incuba una posición pasiva al incorporarse al consenso global, dicho de otra manera, la historia con su legado ético y moral sigue manteniendo en un estado de debilidad las estructuras de pequeñas y grandes regiones transnacionales que han experimentado la avasalladora etapa colonial. A partir del establecimiento de las primeras haciendas con fuerza de trabajo esclava, las instituciones no han cambiado mucho, en línea general se ha tratado de un maquillaje que ha embellecido su rostro conservando inalterados los rasgos esenciales, e incluso cuando se han integrado nuevas entidades e instrumentos a la economía no se ha evitado la sujeción a factores externos. Entrando en detalles el sistema ha conllevado:


1) preponderancia de culturas agrícolas tropicales (azúcar, café, cacao, tabaco, banano, papaya, piña, aguacate, mango, caucho, aceite de palma y otros) y simultánea supresión de la siembra de géneros estratégicos del agro como cereales, lácteos y oleaginosas. El resultado ha sido un tejido empresarial que queda vinculado al saldo generado por uno o dos productos experimentando, a causa de la caída o desaceleración de los precios, una constante situación de fragilidad y crisis reiteradas, en particular, los fenómenos climáticos juntos a acuerdos disimétricos de libre comercio merman sus avances como puntualizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés): “Más apremiante aún es que la mayor parte de la producción mundial se destina a la subsistencia y que las frutas tropicales son muy importantes para la seguridad alimentaria de algunos de los países económicamente más vulnerables del mundo. Los esfuerzos internacionales concertados para diseñar y aplicar medidas de adaptación y mitigación son muy recomendables, considerando que la mayoría de los países productores de frutas tropicales no poseen las capacidades económicas y estructurales que les permitirían hacer frente a los daños experimentados por los cultivos y las repercusiones consiguientes en los ingresos de exportación”.

Es oportuno recalcar que la economía de la plantación se origina en la agricultura pero que se incorporan a sus pautas otros sectores como la minería, el turismo e incluso los negocios ilegales (contrabando, fabricación de coca y prostitución);


2) desequilibrio creciente de la balanza comercialdebido a que el elevado grado de concentración en la industria de frutas, bebidas y otras variedades tropicales, origina una dicotomía entre los pequeños productores (por faltas de economías de escala, obstáculos para penetrar en el mercado e inadecuadas formas de información y circulación de la misma, dificultades de acceso al crédito, limitada capacidad en gestión de riesgos, carencia de infraestructuras y estándares de calidad apropiados, ausencia de asistencia técnica antes y después de la cosecha, fallos de armonización e implementación de mecanismos regulatorios para racionalizar los problemas de certificación y los costos de cumplimiento) y las grandes corporaciones, en la práctica, la mayor parte de los países en desarrollo y subdesarrollo recauda fondos y crea sus reservas de divisa externas a través de la exportación de productos de la naturaleza, sin embargo esas ventas masivas no les permite, a nivel macroeconómico, igualar la financiación de las importaciones de alimentos y otros bienes y servicios. El nudo principal es que las actividades con proyección hacia el exterior tiranizan la cultura emprenditorial dejándoles tomar las riendas financieras del negocio a los alógenos asentados en la metrópoli (multinacionales), esos deciden con arbitrariedad inversiones, comercialización y precios e impiden con connivencias públicas y privadas tanto el ascenso del tradicional mercado doméstico como la proliferación de artesanía y comercios alternativos. En sustancia, la conducta de los plantadores – que casi nunca coinciden con las figuras de los exportadores y comerciantes – es acumular capitales en moneda extranjera, euros o dólares, en un corto plazo de tiempo, apartando cualquier preocupación de orden moral y por el medio ambiente, una endémica aberración engendrada por su subordinación a las compañías foráneas que trasladan riesgos y costes de la gestión a ellos y a los intermediarios nacionales (firma local o filial de la casa matriz). El marco tampoco muta si el convenio concierne el Estado y una o más corporaciones – normalmente para la explotación de recursos naturales y grandes fincas – dado que la superioridad tecnológica y financiera de las sociedades transnacionales (STN) les garantiza un gran poder contractual, por ende el arraigado sector exportador sigue estrangulando la comunidad local y cargando costos y ajustes al capital social, humano y ambiental. Una similitud patente con el proceso de elaboración de benzoilmetilecgonina es que los cocaleros, que cultivan la mata, no solo no tienen ningún control sobre la logística sino que también sufren las decisiones de todos los que ocupan los peldaños superiores de la escalera (intermediarios, contratistas, bandas o pandillas locales, narcopolicías, transportadores y mafias), de acuerdo con esto, representan el punto más débil de una organización cabalmente integrada en un sistema de plantación, además, el comerciante, el cártel o el primer comprador, con frecuencia adelantan suministros (abonos, fertilizantes, semillas) y crédito acentuando su sumisión. Por otra parte, el aspecto interesante es que aun en estas circunstancias el valor final se fija en los lugares de destino de las mercancías excluyendo o empequeñeciendo el papel del vendedor, por ejemplo, la cotización promedia por kilo de la cocaína al por mayor que llega a EE. UU., la establecen los cárteles mexicanos aunque llevando a cabo una transacción con los colombianos, y eso porque ellos a su vez tienen que acatar condiciones heterónomas que influencian sus proventos (vea el punto número 4 a continuación);


3) pocas empresas que lideran el comercio mundial de frutas tropicales pagando tarifas muy bajas de importación para lograr beneficios desmesurados. Explicando y ejemplificando, cargan sus barcos de materia prima no procesada en los lugares de origen para evitar que los gravámenes aumenten a lo largo de la cadena de valor, este habito, conocido como progresividad arancelaria, consiste en la imposición de derechos de aduana elevados para los bienes semimanufacturados y aun más altos para los productos terminados, de manera que se protege a la industria metropolitana y se dificulta el florecimiento de las manufacturas de los países en transición o retrasados, dejándolos expuestos a la volatilidad que caracteriza sus ganancias de exportación (una de las criticidades subrayada en la Agenda de Doha para el Desarrollo, noviembre de 2001);


4) inelasticidad de la demanda de cultivos y viandas tropicales por no ser considerados componentes fundamentales de la dieta básica alimenticia, en consecuencia variaciones en los precios no desencadenan un tirón o una mengua en los consumos, mientras que se generan picos agudos o períodos prolongados de cotizaciones descendentes sin la capacidad de ajustarse rápidamente a la subida y bajada de las mismas. En general, las firmas domésticas no están en condición de absorber los excedentes ni aprovechar de una prevista o casual reducción de la cosecha para incrementar la rentabilidad, de hecho, es imposible armonizar el plan empresarial con la predicción de la adquisición occidental de sus mercancías básicas, puesto que la distribución y la venta no están a su alcance dependiendo de factores exógenos, tampoco pueden destinar la producción al deprimido mercado interno donde no tiene valor. Por lo visto, se manifiesta una ineptitud para diversificar el surtido de referencias, porque cuando las fluctuaciones comerciales benefician a los plantadores y cultivadores (campesinos y jornaleros) ellos no quieren dejar de producir, al contrario, durante una persistente coyuntura desfavorable, la inversión en la transformación es más costosa de las pérdidas o rebajas de ingresos y por tanto siguen expandiendo su negocio para compensarlas. Al fin y al cabo, las realidades periféricas padecen una dinámica de manipulación y terminan entregándose a un inacabable ciclo empobrecedor caracterizado por la imposibilidad de manejar la economía, déficit estructural en la balanza comercial con acumulación de plusvalías en la metrópoli, brecha tecnológica persistente, trabajo asalariado barato en todos los sectores y dependencia de la dinámica inflacionaria interna a la de los abusones socios comerciales. En este sentido, hay una correlación muy estrecha con el tráfico de estupefacientes dado que la demanda inelástica es una de sus características, sin embargo esta rigidez como principal secuela de una larguísima y represiva estrategia antidroga, no es real sino artificial. El inconveniente es que gobernantes y expertos en la materia suponen, o tal vez prefieren conjeturar, que los clientes fidelizados son exclusivamente los que se encuentran en una condición de adicción y por eso indiferentes a las oscilaciones de precios, una errónea postura que aboga por adoptar normativas prohibicionistas – y subsiguientes acciones policiales y militares – con la esperanza de que dificultando la adquisición del perico por parte de los toxicómanos se pueda atacar la raíz del problema. En la realidad, el número de usuarios de psicotrópicos en el mundo es muy alto, según los datos UNODC son 275 millones las personas que han utilizado algún tipo de droga en 2016, con un aumento de 20 millones respecto al año anterior (en 2015 eran 255 millones) y una tasa de crecimiento de 0.3 puntos porcentuales (de 5.3% en 2015 a 5.6% en 2016), además, en el último decenio (2006-2016) se ha registrado un incremento absoluto de 67 millones de consumidores (en 2006 eran 208 millones con un porcentaje de 4.9%) con una tendencia ascendente en términos porcentuales que ha disminuido en 2008 (4.6%) y se ha mantenido estable entre 2011 y 2014 (5%). Asimismo, en 2016, los individuos con problemas de abuso de sustancias psicoactivas han sido 30.5 millones con respecto a los 275 millones de usuarios, aunque 1 millón más que en 2015 (29.5 millones) y 4.1 millones más que en 2006 (26 millones). El dato certifica que las políticas enfocadas en la drogodependencia son un engaño y un fracaso, al parecer su verdadero objetivo es suscitar reacciones en los compradores, puesto que el conjunto de acciones que achica la oferta (cierre de rutas y relacionada incidencia en el costo del transporte, incautaciones, fumigaciones, desmantelamiento de redes de trapicheo, extradición y endurecimiento de penas) impulsa un rebote de la cotización de los estupefacientes hasta el nivel en que los consumos sigan generando una multiplicación de las ganancias (nuevo punto de equilibrio del mercado), por el contrario, en cuanto la subida produzca un estancamiento acompañado por un encogimiento de ingresos, las iniciativas – apertura de nuevos caminos, suspensión de las erradicaciones de cultivos, alivio de los controles aduaneros y portuarios y de las confiscaciones, legalización de las llamadas drogas blandas en algunos estados o regiones, recortes de fondos a la lucha antinarcóticos, estipulación de acuerdos con traficantes, encubrimiento de investigaciones, reducción de los patrullamientos de paisano y hasta venta de partidas incautadas en el pasado por parte de las autoridades – tendrán como propósito acrecentar la cantidad disponible para que se ocasione un precio asequible y se alienten las compras. Pues, las mafias, los cárteles, los contratistas, los distribuidores y mucho menos los cocaleros, no tienen el poder de decretar el valor de las transacciones y el margen de lucro, ante todo porque tratándose de actividad agrícola sujeta a variables imprevisibles (meteorología, disponibilidad de suelos, rendimiento y calidad de las cosechas) sufren la inviabilidad de modificar la producción en el breve periodo para adecuarse a los cambios en la estabilidad del entorno mercantil, y luego, aunque pudieran, son dependientes de circunstancias externas que provocan la inelasticidad de la oferta y encima una pesada carga de costos por riesgo de decomiso y captura. Al final, los sujetos que deciden tácitamente el valor de venta de los psicotrópicos son los gobiernos nacionales y supranacionales (UE, EE. UU., OEA) juntos a sus centros y agencias de seguridad (CIA, DEA, FBI, INTERPOL, EUROPOL, UNODC y otros), que operan aplicando unas tasas ocultas – que llevan el nombre de “determinantes particulares” – para estimular o frenar el consumo e influir en las rentas de suministradores y adquirentes. Lo cierto es que siendo cultivos anómalos que responden parcialmente a los criterios que conciernen los géneros alimenticios de la tierra, variaciones en la cantidad (alza o baja) y/o en el valor de mercado (ascenso o descenso) no tienen reflejo en una demanda inelástica, como se hipotetiza, sino relativamente inelástica, porque, objetivamente, son muchísimos los potenciales clientes que se acercan a los narcóticos por curiosidad y que a menudo se acostumbran al uso recreativo periódico (estilo de vida y ambiente social), de más, un pequeño porcentaje de estos (12% en promedio) termina enganchado a la sustancia y engrosa la parte inelástica de la demanda, o sea, los que teniendo recursos están dispuestos a pagar más dinero para conseguirla. En este último caso, la exacerbación de la guerra al narcotráfico determina – al mismo tiempo que se contrae la producción – tanto una escalada de los costos totales para trasladar la droga (“escalación”) como de los beneficios, de modo que los consumos bajan y las ganancias adicionales suben. Al contrario, si se originara un repunte de los precios, los proveedores podrían aumentar el volumen de actividad, pero considerando que la demanda presenta al igual que la oferta una prevalencia de inelasticidad relativa – peculiar en el breve periodo e inducida en el medio y largo plazo – o no les conviene o resultará siempre inferior a la cantidad deseada para que siguen ganando dinero, de otra parte, es fundamental tener en cuenta que se aborda un ámbito de competencia monopolística en que la diversificación de productos y la diferente cualidad del mismo tipo de estupefaciente permite, hasta cierto punto, un suficiente grado de libertad para rectificar los precios. En definitiva, solo se puede alcanzar el dominio del sector en uno específico, y a veces minoritario, segmento o pequeña área geográfica, en cambio para imponer criterios de distribución a nivel nacional, continental o mundial, se necesita eliminar las empresas minores y establecer cárteles que operen como un oligopolio colusivo gobernando el entero proceso económico de la fabricación a la red de camellos, una situación atípica que ha ocurrido raras veces, es decir, cuando respaldada por los altos mandos gubernamentales y los servicios de inteligencia del territorio de destino y por eso aparentemente bajo el control de los narcotraficantes. La aludida situación es una de las pocas circunstancias en que los sembradores de la muerte se muestran favorables a practicar un descenso de precio y aceptar una contracción de los proventos – conforme a la voluntad de las autoridades que claramente persiguen otros objetivos de carácter sociopolítico – porque básicamente en un espacio de experiencia mantienen dos expectativas realistas: la conveniencia de ampliar las ventas para conseguir un aumento del número de drogadictos y de tal forma la subida de la parte inelástica de la demanda, y la convicción que los narcóticos, en cuanto bienes adictivos, tienen una mayor elasticidad de largo plazo, así que cuando los precios crezcan los usuarios inicialmente disminuirán su adquisición, pero, con el paso del tiempo, se adaptarán y volverán a consumir a los mismos niveles (teoría de la adicción racional);


5) exclusiva del monocultivo o bicultivo con todas las consecuencias del caso, o sea, producción a gran escala que causa, a medida que transcurren los años, degradación, contaminación al medioambiente, proliferación violenta de plagas y empobrecimiento de la diversidad genética, erosión y pérdida de la fertilidad del suelo;


6) deterioro del régimen alimentario de las poblaciones locales con carencia de componentes con función antioxidante, desintoxicante y regeneradora de las células cerebrales y de la piel, que constituyen la mejor gasolina para el funcionamiento del cuerpo (músculos y huesos) teniendo un alto valor nutritivo y un bajo contenido de grasas. Estos se encuentran específicamente en el trigo y, con diferente cantidad y cualidad, en los otros cereales (vitaminas A y B, ácido pantoténico o vitamina B5, ácido fólico, betacaroteno, hierro, magnesio, calcio, yodo, selenio, fósforo, zinc, fibras, carbohidratos – sobre todo almidón – y proteínas).


En conclusión, estamos en presencia de una economía orientada a la subordinación extranjera, en que se ha institucionalizado una relación duradera de explotación impulsando producción sin derecho al avance tecnológico, riqueza sin bienestar y crecimiento sin progreso social, de esta manera los países periféricos pierden la gestión de sus recursos y acaban dependiendo por las remesas de los inmigrantes, el turismo sexual (mujeres y niños) y sobre todo el narcotráfico, que a su vez, por lo mencionado anteriormente, no escapa del sistema de plantación. 

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