Si algo demuestran una vez sí y otra también los programadores de nuestras cadenas de televisión es el poco respeto al espectador, cambiando cada dos por tres de día y/o de hora cantidad de programas. En unos casos, porque no se ven todo lo que pretendían y con el fin de probar si el 'fallo' estaba en el día o la hora. En otros casos, el programa que sufre el cambio es el producto estrella, léase 'Aquí no hay quien viva' de Antena 3, o 'Los Serrano' de Telecinco, por citar dos de los más significativos, que son utilizados para machacar a algún producto fuerte de la competencia. Las dos series precedentes han sido utilizadas en más de una ocasión para quitarle audiencia a la contraria, básicamente prescindiendo de la opinión de su audiencia, pasando de martes a jueves, a miércoles, etc.
Con ser legítimo -cada uno en su casa hace lo que le da la gana- demuestra que las cadenas con harta frecuencia se preocupan más de hacer daño a la competencia que de cuidar a su público fidelizándole y estabilizando su producto.
Pero es que últimamente el baile de programas afecta a cualquier cadena pública o privada, con mayor o menor aceptación. Hace unos días se han producido simultáneamente una serie de cambios de día de programas tan variados como Estravagario, Versión Española, Off Cinema (TVE), El Comisario, Los Serrano, Vientos de agua (Telecinco), Aquí no hay quien viva, A tortas con la vida (Antena 3), capaces de volver loco al más paciente telespectador.
Otra cuestión es la nula paciencia de las cadenas con productos que les ha costado un pico y cuyos contratos seguirán, en no pocos casos, pagando hasta junio o al contado tras firmar el finiquito (Rufus & Navarro en TVE1, es el caso reciente más significativo, especialmente doloroso, al tratarse de una cadena pública, sufragada con el dinero de todos). El criterio de selección de ciertos programas en un canal público y su fracaso deberían ser causa más que suficiente para que rodase la cabeza del ideólogo de turno.
Uno está firmemente convencido de que TVE se distingue poco de Telecinco, Cuatro o Antena 3, en lo fundamental, con lo que su mera existencia hoy por hoy como Servicio Público, es más que discutible. Quizá sea más entendible el servicio que ofrece el ente público en su vertiente radio, con los canales de ‘todo noticias’ en Radio5 o de música en Radio3, por ejemplo.
El inmenso agujero económico que arrastra nuestra televisión pública, in crescendo año a año, sumado a la calidad o al nulo valor añadido sobre otros canales deberían ser causa suficiente para suprimirla y dejar el mercado audiovisual en manos de las empresas privadas, sin sangrar más al sufrido consumidor.
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